Bastaron
dos semanas para que la oposición dilapide el capital que creyó ganar la noche
electoral del pasado 11 de agosto. Desde entonces no hicieron más que emborracharse
de vana gloria en el cuartel general de su comandancia, que como es público y
notorio, está en los estudios y madrigueras de la corporación mediática. Consumieron
y consumaron por adelantado lo que ya nos demostraron en el 2009 cuando en un
instante que creyeron eterno, entraron angelados a las puertas del Congreso
para desplumarse luego y mostrarse como lo que son.
Lo
que antes gastaron en dos años, Grupo A mediante, ahora lo gastaron en dos
días.
Si
hasta hace poco se decía en recoletos espacios que los peronistas eran los
incorregibles, hoy habrá que admitir que
a esta oposición no la corrige ni el mismo diablo.
Si
se los mira bien, son previsibles: siempre cometen los mismos errores. La
naturaleza fugaz de su frágil constancia se conforma de una pizca de
egocentrismo desbocado, ausencia de proyectos colectivos y orfandad de
criterios para diseñar sus propios argumentos. Sólo saben esperar la tapa de
Clarín para salir a replicar a los cuatro vientos el guion del día cual si fuese la verdad revelada
del señor de los anillos. Eso sí: cada
opositor le imprime su tonada. Algo es algo.
Batallones
aislados y patrullas perdidas, a la hora de atacar al gobierno democrático son
todos para uno y uno para todos; pero
cuando deben administrar las pequeñas batallas que dan por ganadas antes de
tiempo, adolecen de la capacidad y la virtud que le es propia a los que saben gobernar
los dones que otorga la victoria. Ellos también son lo que son: el eco vago de
un país pasado, pero que sin embargo, no está pisado.
Por
eso declaran en estos días que su máxima meta es evitar la re-re-elección de no
se sabe quién y asaltar la presidencia de la Cámara de Diputados si ganan en
octubre.
Ahora
bien: cuando están frente a los poderosos dicen todas sus verdades sin tapujo
alguno. Hay que anotarlas. Hay que difundirlas poniendo el texto literal y engominado que sale de sus
bocas. Hay que identificarlos frente al pueblo mostrando al que votó al kirchnerismo
y al que no lo votó, el peligro que se cierne si le dan más combustible en las
urnas, porque “total, el aire es gratis”.
Y
no se trata de elaborar una estrategia del miedo, como temen algunas almas
buenas. Se trata simplemente de advertir que tengamos cuidado antes de caer en
la emboscada y no avisar una cuadra después cuando hayamos perdido el honor y
la soberanía, Aerolíneas e YPF, la AUH , los Derechos Humanos y el Fútbol para
todos.
Si
en la noche de la rabia que destilan esos medios todos los gatos son pardos, es
imprescindible munirse de farolas y linternas que alumbren con su luz el color
de cada uno.
Massa
es Macri. Y Massa y Macri son Duhalde. Y todos juntos son Magnetto. Y si
sumamos a Wall Street, que también se emborrachó por una noche, tendremos a la
vista el pasaje de ida a los años noventa, con su cirugía mayor sin anestesia, su
endeudamiento al FMI y sus descuentos a salarios y jubilaciones. Que nadie alegue después “por
qué no me avisaron”.
Por
eso lo que hizo Oscar Parrilli y lo que hace Cristina vía twitter cantando las
verdades con nombre y apellido, es por donde se lo juzgue un acto luminoso. Hay un sector social que nunca baja
de las tribunas. Sólo mira y juzga desde
las butacas. Y no es para enojarse. Es así nomás. Pues bien, que haya salido el
Secretario General de la Presidencia a gastarse el feriado para mostrar y
demostrar con documentos en mano que es toda una mentira la operación de
Lanata, hace que propios y ajenos tengan elementos para cotejar.
Si
no fuera así, quedaba sólo un clarín
aturdiendo en medio de la noche.
Así
como la oposición se gastó rápidamente la bocanada de aire que creyó ganar en las
PASO, el kirchnerismo recuperó y coronó con creces la iniciativa política
apenas 10 días después del recuento de votos. Ocurrió en Rio Gallegos, Santa
Cruz, como debía ser. La presidenta descorrió los cortinados y al pie de esas
represas tan patagónicas como sus nombres, “Néstor Kirchner” y “Jorge
Cepernic”, le puso el cuerpo al asunto
frente a los titulares del poder económico y del poder que emana de la
representación genuina de los trabajadores.
Mirándolos
a los ojos, la presidenta reafirmó que el proyecto de un país para todos y no
para unos pocos, no se toca ni se tocará mientras el kirchnerismo sea elegido
por el voto popular. La hoja de ruta es clara: salimos de un muelle donde se
apretujaban millones de hambrientos y desocupados, de obreros mal pagados y
empresarios destrozados y con todos a bordo llegamos a un puerto donde comemos
casi todos, trabajamos casi todos, nos educamos casi todos y nos curamos casi
todos. Por todos los “casi” que perduran dolorosamente hay que insistir en el
rumbo echando leña a la caldera para llegar más rápido a destino, corrigiendo
por aquí y por allá todo lo que haga falta.
Por
eso el único voto útil es el voto kirchnerista. Dicho sea así, sin
ambigüedades.
¿O
qué voto lo sería si nos hace perder las
conquistas sociales de estos últimos años?
Dame
una propuesta y construiré una oposición, diría don Jauretche.
Que
cada uno asuma su responsabilidad.
Quienes
apostamos a un país donde la vida valga un beso, una caricia, una ley de
medios, un mejor transporte aéreo y
ferroviario en manos del Estado, un poema, una flor, una fábrica
recuperada, sabemos cómo votar y cuidar lo conquistado.
Pronto
sabremos si la Corte está con la democracia o con los monopolios.
A
prepararse, no para resignarnos a un posible fallo injusto, sino para revertir victoriosamente
otra causa perdida; como enseña un poema de Ana Pérez Cañamares:
Hay
que “…excavar trincheras con palas, lápices y saxofones… Llegará el enemigo y
no entenderá nuestro lenguaje. Les será imposible la conquista: ellos no aman a
los perros mestizos ni arrancan orgasmos a las palabras. Perderemos la guerra
de las mayúsculas, pero la vida está de nuestra parte: lloramos y celebramos la
brizna”.
Miradas
al Sur, domingo 25 de agosto de 2013
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