“Vamos a ganar, pero es posible que perdamos.”
Más o menos así sería la frase que mejor le calza a la militancia nacional y popular en todo tiempo y lugar. O sea.
Toda vez que el fcompromiso es con un proyecto de vida y de país y no con la ambición personal de nadie, la voluntad de alcanzar la victoria está siempre; y la posibilidad de no alcanzarla, también.
Curtido en estos dilemas, el kirchnerismo como expresión del peronismo y de este proyecto de país que se abre paso de tanto en tanto en la historia argentina, hoy reafirma su rumbo estratégico mientras estudia los senderos tácticos que resulten más adecuados para la coyuntura.
Algunos analistas de la política, sean aquellos que con algunas reservas se identifican con el Gobierno, sean los que están en contra del Gobierno, o sean los que se declaran “neutrales” en cualquier contienda, unificaron criterios en estos días en ese lugar común del llamado al “consenso”, a la “no confrontación”, a “poner paños fríos” y a proponer que hay que “esconder a La Cámpora, a Moreno, Kunkel y Kicilloff” como una condición imprescindible para poder escucharnos amablemente en esta democracia que supimos construir.
Seguramente cuando están cebados se animan a nombrar incluso a Cristina en esa lista de “rebeldes y retobados”.
Es la nueva versión vandorista del “Peronismo sin Perón”.
Un kirchnerismo sin la memoria de Néstor y sin el liderazgo y la conducción de Cristina es un kirchnerismo que no existe.
Podríamos parafrasear diciendo que “se terminó la etapa de analizar el mundo y ahora hay que transformarlo”. Pero no.
Hay que analizar bien para transformar mejor.
Es cierto que hay mucha diferencia entre el gobernante y aquellos que analizan la realidad sólo desde la comodidad de la tribuna. Y es cierto que algunos analistas provocan daños cuando liman la moral y la voluntad colectiva, incluida la voluntad del militante. Por eso hay que elegir seguir haciendo, pero poniendo a cada cosa que se haga, la palabra justa, como diría Paco Urondo.
El poder del monopolio mediático es, al fin y al cabo, una gran usina productora de palabras que deforman el sentido de las cosas: al pasado lo llaman “futuro”, a la defensa de los intereses populares, llaman “crispación” y a la violencia verbal que ejercen a diario, llaman “conciliación”.
La moda en estos días es “defender”, de la boca para afuera, obras del gobierno, como la AUH o la movilidad jubilatoria, pero sin decir de dónde obtendrían los fondos para financiarlos sino es de la recuperación de los ahorros de los trabajadores.
Demos una pista: el promotor publicitario de Massa es el Grupo Clarín, dueño principal de las ex AFJP a las que Massa no descarta retornar parcialmente.
En la Argentina esta pose es tan vieja como cuando los coroneles de Mitre degollaban al “bárbaro” Chacho Peñaloza en nombre de la “civilización”.
Habría que remontarse hasta Plutarco cuando decía hablando de sus enemigos: “Apreciamos la obra, pero despreciamos al artista”.
Por eso no dudamos en decir que el discurso de Clarín, de la oposición en general y de Sergio Massa en particular, es tan viejo como la injusticia.
En la naturaleza del poder económico hegemónico está la clave para entender lo que dicen en su “banco de suplentes”, como Cristina los identificó certeramente.
En lugar de preocuparse sólo por la presunta “fragilidad” del proyecto nacional, algunos progresistas deberían preocuparse también por desnudar y exponer esa fragilidad mentirosa de las promesas opositoras.
Es allí donde hay que poner toda la energía en los tiempos que corren.
Asimismo, en la naturaleza y el origen del liderazgo de Cristina está la clave para entender el sentido de los vientos de la historia que construye el pueblo.
Con Néstor y Cristina el movimiento nacional reconstruyó el país destruido por el neoliberalismo, recuperó la política, nos devolvió el orgullo nacional, construyó de abajo hacia arriba un nuevo liderazgo y una nueva conducción del proyecto de país inclusivo y soberano y además supo relatar como pocas veces antes, la épica de la transformación en tiempos de la crisis global más destructiva de la última centuria.
A Cristina, como antes a Néstor, no hay necesidad de reinterpretarla; simplemente hay que escucharla y leerla. No estamos estimulando un seguimiento bobo, sino apenas diciendo que la elocuencia intelectual de Cristina podrá gustar o no, pero constituye un plus en su capacidad de cuadro político y estadista. Y esa cualidad no siempre acompañó a los líderes populares. Por eso hay que aprovecharla colectivamente para después recién abrir juicio sobre sus decisiones.
Por ejemplo: el discurso de Cristina en Tecnópolis, en la semana que pasó, debería estar en cada mochila militante como el bastón de mariscal que pregonaba Perón.
Hay muchos puntos que se desprenden de ese mensaje vital del kirchnerismo.
Enunciaremos cuatro.
1.- Difundir la palabra justa, barrio por barrio, casa por casa, es la tarea militante de aquí en más.
2.- Desentrañar cuál es la mejor eficacia comunicacional del mensaje nacional y popular, advertidos que el discurso de Magnetto está diseminado como una lluvia ácida, retransmitido por propios y por extraños que deforman la palabra en medios que no siempre son del monopolio.
3.- Hay que identificar a Sergio Massa como lo que es: el viejo antiperonismo travestido de “neoduhaldismo”.
4.- Hay que condenar las barbaridades que expresan algunos opositores. “Por la boca, muere el pez”, reza el refrán.
Empoderar al pueblo es seguir interpelando al poder desde el pueblo, único destinatario de la obra de gobierno.
En la antigüedad, antes de Kirchner, los políticos rendían cuentas sólo en los estudios de TV.
Cristina, en cambio, lo hace ante sus compañeros y ante la sociedad para pedir que salgan a escuchar al pueblo y a decir en simultáneo que el mito sagrado de “la alternancia democrática” hoy esconde el retorno del más rancio neoliberalismo.
Así de apasionante es la época que vivimos.
Toda vez que el fcompromiso es con un proyecto de vida y de país y no con la ambición personal de nadie, la voluntad de alcanzar la victoria está siempre; y la posibilidad de no alcanzarla, también.
Curtido en estos dilemas, el kirchnerismo como expresión del peronismo y de este proyecto de país que se abre paso de tanto en tanto en la historia argentina, hoy reafirma su rumbo estratégico mientras estudia los senderos tácticos que resulten más adecuados para la coyuntura.
Algunos analistas de la política, sean aquellos que con algunas reservas se identifican con el Gobierno, sean los que están en contra del Gobierno, o sean los que se declaran “neutrales” en cualquier contienda, unificaron criterios en estos días en ese lugar común del llamado al “consenso”, a la “no confrontación”, a “poner paños fríos” y a proponer que hay que “esconder a La Cámpora, a Moreno, Kunkel y Kicilloff” como una condición imprescindible para poder escucharnos amablemente en esta democracia que supimos construir.
Seguramente cuando están cebados se animan a nombrar incluso a Cristina en esa lista de “rebeldes y retobados”.
Es la nueva versión vandorista del “Peronismo sin Perón”.
Un kirchnerismo sin la memoria de Néstor y sin el liderazgo y la conducción de Cristina es un kirchnerismo que no existe.
Podríamos parafrasear diciendo que “se terminó la etapa de analizar el mundo y ahora hay que transformarlo”. Pero no.
Hay que analizar bien para transformar mejor.
Es cierto que hay mucha diferencia entre el gobernante y aquellos que analizan la realidad sólo desde la comodidad de la tribuna. Y es cierto que algunos analistas provocan daños cuando liman la moral y la voluntad colectiva, incluida la voluntad del militante. Por eso hay que elegir seguir haciendo, pero poniendo a cada cosa que se haga, la palabra justa, como diría Paco Urondo.
El poder del monopolio mediático es, al fin y al cabo, una gran usina productora de palabras que deforman el sentido de las cosas: al pasado lo llaman “futuro”, a la defensa de los intereses populares, llaman “crispación” y a la violencia verbal que ejercen a diario, llaman “conciliación”.
La moda en estos días es “defender”, de la boca para afuera, obras del gobierno, como la AUH o la movilidad jubilatoria, pero sin decir de dónde obtendrían los fondos para financiarlos sino es de la recuperación de los ahorros de los trabajadores.
Demos una pista: el promotor publicitario de Massa es el Grupo Clarín, dueño principal de las ex AFJP a las que Massa no descarta retornar parcialmente.
En la Argentina esta pose es tan vieja como cuando los coroneles de Mitre degollaban al “bárbaro” Chacho Peñaloza en nombre de la “civilización”.
Habría que remontarse hasta Plutarco cuando decía hablando de sus enemigos: “Apreciamos la obra, pero despreciamos al artista”.
Por eso no dudamos en decir que el discurso de Clarín, de la oposición en general y de Sergio Massa en particular, es tan viejo como la injusticia.
En la naturaleza del poder económico hegemónico está la clave para entender lo que dicen en su “banco de suplentes”, como Cristina los identificó certeramente.
En lugar de preocuparse sólo por la presunta “fragilidad” del proyecto nacional, algunos progresistas deberían preocuparse también por desnudar y exponer esa fragilidad mentirosa de las promesas opositoras.
Es allí donde hay que poner toda la energía en los tiempos que corren.
Asimismo, en la naturaleza y el origen del liderazgo de Cristina está la clave para entender el sentido de los vientos de la historia que construye el pueblo.
Con Néstor y Cristina el movimiento nacional reconstruyó el país destruido por el neoliberalismo, recuperó la política, nos devolvió el orgullo nacional, construyó de abajo hacia arriba un nuevo liderazgo y una nueva conducción del proyecto de país inclusivo y soberano y además supo relatar como pocas veces antes, la épica de la transformación en tiempos de la crisis global más destructiva de la última centuria.
A Cristina, como antes a Néstor, no hay necesidad de reinterpretarla; simplemente hay que escucharla y leerla. No estamos estimulando un seguimiento bobo, sino apenas diciendo que la elocuencia intelectual de Cristina podrá gustar o no, pero constituye un plus en su capacidad de cuadro político y estadista. Y esa cualidad no siempre acompañó a los líderes populares. Por eso hay que aprovecharla colectivamente para después recién abrir juicio sobre sus decisiones.
Por ejemplo: el discurso de Cristina en Tecnópolis, en la semana que pasó, debería estar en cada mochila militante como el bastón de mariscal que pregonaba Perón.
Hay muchos puntos que se desprenden de ese mensaje vital del kirchnerismo.
Enunciaremos cuatro.
1.- Difundir la palabra justa, barrio por barrio, casa por casa, es la tarea militante de aquí en más.
2.- Desentrañar cuál es la mejor eficacia comunicacional del mensaje nacional y popular, advertidos que el discurso de Magnetto está diseminado como una lluvia ácida, retransmitido por propios y por extraños que deforman la palabra en medios que no siempre son del monopolio.
3.- Hay que identificar a Sergio Massa como lo que es: el viejo antiperonismo travestido de “neoduhaldismo”.
4.- Hay que condenar las barbaridades que expresan algunos opositores. “Por la boca, muere el pez”, reza el refrán.
Empoderar al pueblo es seguir interpelando al poder desde el pueblo, único destinatario de la obra de gobierno.
En la antigüedad, antes de Kirchner, los políticos rendían cuentas sólo en los estudios de TV.
Cristina, en cambio, lo hace ante sus compañeros y ante la sociedad para pedir que salgan a escuchar al pueblo y a decir en simultáneo que el mito sagrado de “la alternancia democrática” hoy esconde el retorno del más rancio neoliberalismo.
Así de apasionante es la época que vivimos.
Miradas al Sur, domingo 18 de agosto de 2013
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