Ha llegado el momento de recrear una fuerza que, como el fuego, crezca desde el pie. La memoria del país que fuimos y seremos, será la amalgama imprescindible para volverlo posible y duradero. Si insistimos en reconstruir el campo popular con las mismas consignas, y lo que es peor, con los mismos burócratas y oportunistas que formaron parte del núcleo dirigencial de la política de la última década, estaremos en el horno de la historia por mucho tiempo.
Por Jorge Giles*
(para La Tecl@ Eñe)
El jarrón que nos pertenecía, siguiendo la metáfora recreada
por Álvaro García Linera, yace al pie de nuestros sueños y desvelos, roto en
varios pedazos. Quizá no fue tanto el poder del piedrazo neoliberal que acertó
sobre su objetivo, sino la debilidad intrínseca de la contextura y el contenido
del jarrón, en tanto símbolo de la categoría nación-pueblo. Hemos fallado una
vez más en el eterno intento de reconstruir la Patria Grande y una sociedad
inclusiva y más justa en la Argentina y en toda la región. No está muerto quien
pelea, pero antes, hay que hacerse cargo de la realidad y no negarla. Los
victoriosos de ayer, somos los derrotados de hoy. Como la rueda de la historia
continúa, de nosotros, pueblo, dependerá que volvamos victoriosos nuevamente el
día menos pensado.
Claro que pasará mucho tiempo hasta volver a construir un
nuevo proyecto liberador que desate los tientos con que hoy los poderosos
volvieron a amarrar al pueblo trabajador. Ello será posible si nos hacemos
cargo que no será reconstruyendo el mismo jarrón del que supimos beber hasta la
noche del 9 de diciembre de 2015, sino construyendo uno nuevo, que se asiente
en la memoria de aquel otro, para volverlo más fuerte, más compacto, más
consciente y más duradero en su próxima versión.
Una cosa deberá quedar claro como requisito indispensable
para cualquier análisis que se precie de serio: nada, pero nada de nada de
bueno habrá que esperar para los intereses del pueblo y la nación argentina por
parte del neoliberalismo gobernante y sus cómplices de turno. Los poderosos que
hoy gobiernan son voraces depredadores por naturaleza. Cuanta más fortuna
tienen, más fortuna quieren. Si por ellos fuera, no saciarán su apetito hasta devorarse la última expresión de vida
que le quede al proyecto nacional y popular. Barren con las ollas y los platos
de comida y al mismo tiempo barren con los símbolos más representativos de
nuestra memoria fértil.
Nos interesa adentrarnos, por doloroso que fuere, en un
camino que nos lleve a pensar y repensar las tareas que la hora exige. De los
adversarios y los enemigos lo sabemos casi todo. De nosotros mismos, siempre
sabemos a medias. El enemigo es implacable cuando gobierna, nosotros, en
cambio, pecamos a menudo de inocentes y dubitativos en circunstancias
semejantes.
Si insistimos en reconstruir el campo popular con las mismas
taras, las mismas mañas, las mismas consignas y lo que es peor, con los
mismos burócratas y oportunistas que
formaron parte del núcleo dirigencial de la política de la última década,
estaremos en el horno de la historia por muchísimo tiempo.
Partamos por definir esta etapa como una etapa de repliegue
popular que sirve para reordenar las fuerzas que más temprano que tarde apuren
la vuelta por la vías democráticas del pueblo al gobierno y al poder. No se
puede seguir trabajando, pensando y militando como si el escenario no cambió en
nada, más que en el ocupante bailarín de los balcones de la Casa Rosada.
Tenemos que hacer un control de daños luego de la brutal ofensiva contra los
sectores medios y los más humildes de la sociedad que ese bailarín está ocasionando
maliciosamente. Tenemos que advertir la degradación nacional que irá
acrecentándose luego del pago a los fondos buitres, el blanqueo de capitales fugados y la
naturalización del delito con los “Panamá Papers”.
El llanto o la queja de los ámbitos palaciegos no mueven el
amperímetro de la historia. Sólo la presencia vital en el territorio de la
política hará posible la construcción de las nuevas expresiones que nos
representen. En todos los ámbitos posibles y necesarios.
Esta es la mayor interpelación que nos debemos a nosotros
mismos. No hay mesías, no hay vanguardias iluminadas, no hay liderazgos
salvadores para esperar el milagro. Porque el milagro, si es que lo hay, anida
entre nosotros. Principalmente en los militantes que levantan sus banderas aun
en la aparente y ocasional desesperanza al que nos arrastra el acoso del poder
dominante.
Hay que volver a creer en nuestras propias fuerzas y en
nuestras convicciones y en nuestra propia voluntad de cambio. Para eso, y en
este marco de análisis, hay que resaltar con letras de molde que el peligro
mayor está en el espíritu sectario que sólo sirve, como el miedo, para perderlo
todo. Sin unidad del campo popular no hay salvación posible.
Por ejemplo y para empezar:
¿Es posible pensar en la fusión orgánica y fraterna de todas
aquellas expresiones que se identifican como kirchneristas? ¿Es posible impulsar
que toda la militancia salga de sus esquinas
partidarias para trabajar codo a codo con la vecindad en estado de riesgo de
extinción por los tarifazos? ¿Es posible desterrar la soberbia burocratizada de
los que se creen portadores de todas las llaves, de todas las cerraduras y de
todas las puertas que al abrirse nos lleven mágicamente al trole que hay que
tomar sin errar la parada? ¿Es posible crear las bases de un frente ciudadano
que se enraíce en la lucha cotidiana de la sociedad contra el neoliberalismo y
no en la sumatoria de sellos partidarios?
Sí y solamente sí, sería la respuesta correcta; o al menos
deseable.
Los detractores del kirchnerismo decían que tendría corta
vida porque nació “de arriba hacia abajo”.
Ha llegado el momento que el pueblo vuelva a recrear una
fuerza que, como el fuego, crezca desde el pie. La memoria del país que fuimos
y seremos será la amalgama imprescindible para volverlo posible y duradero.
En el estribo:
Hoy estamos todos inhibidos de los bienes que por derecho
propio nos corresponden; el pueblo y su única líder y conductora, Cristina
Fernández de Kirchner. Y quizá Cristina vino a decirnos justamente esto y para
señalar, digna e inteligentemente, que para recuperar los derechos conculcados,
esta es la hora de los pueblos, no de los dirigentes salvadores.
Buenos Aires, 6 de julio de 2016
*Periodista y poeta