El 16 de setiembre de 1976 se produjo uno de los episodios más trágicos de todos los hechos provocados por la última dictadura cívico-militar, conocido como La noche de los lápices.
La dictadura secuestró de un solo manotazo a una decena de estudiantes secundarios en la ciudad de La Plata y sus alrededores, los encarcelaron, los torturaron y finalmente los asesinaron. Sólo sobrevivieron cuatro de ellos. Dicen que fueron masacrados por pelear por el boleto estudiantil gratis para todos.
Quizá sea más certero decir que los pibes peleaban por un país para todos.
El 16 de setiembre de 1955 se producía el golpe cívico militar que derrocó al gobierno popular del General Perón.
Los golpistas lo llamaron “Revolución libertadora”.
La resistencia peronista la denominó “Revolución fusiladora”.
Y ya se sabe lo que pasó después. Miles de presos y decenas de fusilados fueron el preludio de una revancha oligárquica que durante muchos años intentaría desandar y destrozar cada una de las conquistas sociales conseguidas con aquel primer peronismo de Perón y Evita.
Y aquí anda la Argentina tratando de enderezar el país del lado de los justos.
Como querían los fusilados del 55 y los masacrados del 76.
Que los trabajadores tengamos el salario mínimo vital más alto de América Latina y que el 46 % de la población sea hoy de clase media, no son un dato estadístico: son un signo vital de esta sociedad.
Que el Indio Solari se haya encontrado en una comunión de amor, rock y pasión con 120 mil pibes en Mendoza es otro signo vital del país que hoy somos.
Pero un dato esencial con alcance nacional para comprender este momento es la excelente elección que hizo ayer Camau Espínola en Corrientes.
No fue una anomalía del proceso político argentino, una excepción a la regla, ni un milagro del Gauchito Gil.
¿O acaso la victoria kirchnerista en Bariloche también fue una anomalía?
Más allá del resultado final, en Corrientes se empezó a romper la curva de cierto pesimismo derrotista infectado a partir de las PASO por los grandes medios de comunicación y las consultoras que trabajan para ellos.
Hay que acostumbrarse que en la Argentina todos los días se amanece.
No hay resignación posible. No hay destino manifiesto escrito de antemano. Se gana y se pierde todo el tiempo. Y las victorias se construyen de abajo hacia arriba y viceversa.
El profundo y emotivo dialogo de la Presidenta con Hernán Brienza por el Canal Público, el sábado pasado, brindó un marco conceptual muy rico que nos ayuda a entender este momento histórico.
La pulseada hasta el final, cabeza a cabeza, en Corrientes ¿podría suceder en otras provincias? ¿Y por qué no?
La última palabra siempre la tiene el pueblo.
El Argentino, lunes 16 de septiembre de 2013
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