En sólo una semana la presidenta fue
capaz de:
Enfrentarse en la ONU a la hipocresía
de las grandes potencias.
Inaugurar un nuevo tramo en la
entrega de viviendas del Plan ProCreAr.
Inaugurar las nuevas obras en
Misiones que embellecen la provincia y
garantizan el funcionamiento de la Represa Yaciretá.
Inaugurar el simulador espacial del
INVAP y aprobar un nuevo satélite
argentino.
Es como la construcción del cielo,
aquí en la tierra.
El proyecto nacional, popular y
democrático, es un camino de ida; pero sus logros y victorias, no.
El ministro de Ciencia, Lino Barañao,
dice que todo lo logrado en estos años se puede ir al diablo si vuelven las
políticas neoliberales.
Días antes, la presidenta también fue
enfática al advertir que el pasado está a la vuelta de la esquina.
Y para reafirmar esa idea, vaya la paradoja, llegó
Massa y su equipo aclarando que él no es la expresión de un “kirchnerismo
prolijo”, sino que él apuesta a las políticas y a los políticos de los años
noventa. Massa es la expresión de otra cosa, de otro proyecto, de un modelo
distinto donde no haya más computadoras para los pibes, ni ley de medios de la
democracia, ni subsidios del Estado para estimular el trabajo y la producción,
ni impuestos a la renta financiera ni retenciones a la patronal rural ni
ciencia ni tecnología ni la jubilación administrada y garantizada por el Estado
como es ahora.
Por si quedan dudas, el que dirige su
equipo económico es Martín Redrado, discípulo predilecto de Domingo Cavallo, el
que mandó a los científicos a lavar los platos. Ni que hablar de sus socios: Duhalde,
Solá, la delegada del Grupo Clarín, Mirta Tundis, Aldo Rico, Reutemann, la
Sociedad Rural y la Mesa de enlace.
O sea. Si esta gente vuelve a
gobernar y legislar, el peligro de que se vaya todo al diablo, está.
El debate por el Presupuesto aprobado
esta semana por el bloque oficialista mostró, cual si el Congreso fuese un
banco de pruebas, que esta oposición política es irrecuperable para la
democracia inclusiva.
Pedirles que cambien es como pedirle
a Clarín que deje de mentir. Con ellos sólo cabe el concepto de la “tolerancia”,
porque habrá que seguir tolerando sus infamias, su negacionismo, su falta de
propuestas, su obstrucción permanente, su cipayismo.
No queda otra que ser tolerantes.
Pero son irrecuperables para un país que aprendió con Néstor y Cristina que se
puede ser libre de cualquier tutela, interna y externa, que se puede gravar la
renta financiera y que se puede redistribuir el ingreso y la riqueza del lado
de los justos y no de los injustos. Nada ni nadie los puede cambiar. Ni
siquiera Magnetto consigue la proeza de echarlos andar con luz propia. Por eso
los reprende en público. Tienen miedo de cruzar la calle si les sueltan la
mano. Nada bueno se podrá esperar de ellos, más que nuevos dolores. Y eso sí
que es preocupante.
Resulta agotador seguir criticando a
Hermes Binner por sus recurrentes frases reaccionarias. Es tan “socialista”
como los socialistas europeos que se quedaron a la derecha de Obama en su
intento frustrado de bombardear a Siria. Binner desciende de Américo Ghioldi y
por eso estuvo siempre en las antípodas de los dignos Alfredo Bravo y Jorge
Rivas.
Es tan patético que discrimina a los
hermanos bolivianos mientras otro socialista, Ariel Basteiro, es nuestro
embajador en Bolivia.
También resulta ocioso criticar a
Macri porque dejó entrever que el gobierno de la democracia es peor que el de
Videla. Macri es eso. Prefiere al dictador Cacciatore antes que a un gobernante
elegido por su pueblo.
Y así podríamos seguir diagnosticando
sobre opositores como Carrió, Solanas, De Narváez y los que responden a De la
Sota en Córdoba.
Pero crucemos a la otra orilla del
río, que es primavera y bien vale un respiro.
El Ministerio de Salud de la Nación y
organismos internacionales de prestigio, como la UNICEF, informan que la
Argentina logró bajar la tasa de mortalidad infantil del 16,5 % en el 2003 al
11,2 % en el 2013; con otro dato sustancial: la curva estadística continúa bajando.
Por la defensa de ese sólo logro, uno
entrega la vida si es preciso. Por los pibes de la patria.
Hagamos pedagogía con quien tenemos
al lado en el trabajo, en la escuela, en el super del barrio y contémosle esta
información y que la Argentina está próxima a llegar al Hambre Cero.
Pero también digámosles que estos
datos se explican porque mejoró la calidad de vida de los argentinos y porque tenemos
más vacunas, más proteínas consumidas, más viviendas, más protección del Estado
y que por eso mismo, son el fruto de un proyecto de país inclusivo.
Nada nos fue dado por la gracia
divina. Todo lo hicimos nosotros, los argentinos.
Y aunque duela recordarlo, tendríamos
que saber que cuando hace apenas 20 años se moría el 25,6 % de cada mil niños nacidos, también fue por
decisiones políticas: las injustas decisiones de un país injusto.
Estos datos esperanzan y estremecen a
la vez: cuando asumió Néstor Kirchner, en el 2003, el índice de mortalidad infantil
anual era de 16,5 por mil. Entonces eran 11.494 pibes menores de un año los que
se morían. En el 2010 esa cifra descendió a 8.961. En el 2011, bajó a 8.878, el
11,7 por mil. Esa cifra siguió descendiendo en el 2012 y en lo que va del 2013 se ubica cerca del 11
por mil.
Que se salven más de 3.000
argentinitos por año es fruto de este proyecto de país. Habrá que seguir
avanzando para que ningún pibe se muera por estar a la intemperie.
“Nuestros satélites ya no tendrán que
ir al exterior para probar su capacidad aeroespacial; ahora lo harán aquí, en
la Argentina”, anunció Cristina en Bariloche.
El proyecto político que lidera
Cristina también es un invento argentino y latinoamericano.Y como toda obra
humana, crece mientras la voluntad humana quiere que crezca. Sin esa voluntad,
todo lo humano perece.
¿De quién depende entonces que los
logros del país inclusivo y de la esperanza sean un camino de ida? De la
mayoría de los argentinos.
Sólo ellos decidirán si este proyecto
es un suspiro en la historia.
Miradas al Sur, domingo 29 de septiembre de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario