Y la Plaza
de Mayo habló. Y cantó. Y lloró. Y bailó. Como en las grandes ocasiones de la
historia argentina.
La Plaza fue,
como en 1810, la Plaza de la Victoria. Sólo que esta vez tuvo una doble
trascendencia: el que se movilizó es un pueblo unido, solidario y organizado
que celebró sus primeros diez años de gobierno nacional y
popular y va por más.
Además, es
un pueblo que para festejar como lo hizo, tuvo que superar el asco que provocan
estos días de golpismo mediático.
Son señales
más que claras para afirmar que el proceso político argentino finalmente
decantó.
No fue nada
fácil. Tuvieron que pasar diez años para que la derecha se muestre tal como es
y para que el campo popular reconstruya su andamiaje político, territorial y
cultural con un solo liderazgo, el de Cristina Fernández de Kirchner.
Basta
recordar el país de antaño con sus grises, claros y oscuros, con sus campos
minados, con su hojarasca inútil, con su voz de mando en la trastienda, con esa
cantinela admonitoria de “si lo dice Clarín”, para darse cuenta que ahora son
millones los compatriotas que saben por dónde pasa la vida y el futuro y por
dónde el pasado más sombrío.
Suena raro
quizá, pero la política se ha ordenado.
De un lado,
Clarín y los sabuesos de la nada.
Del otro, el
proyecto nacional, popular y democrático.
Estamos
pronto a llegar a una nueva línea de largada.
Las
Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias en agosto y, a renglón seguido,
las elecciones generales para legisladores en octubre.
En los
próximos cinco meses se definen muchas cosas para bien o para mal de todos. O
de muchos. O de algunos.
Y entramos
ya en tiempo de descuento.
El modelo kirchnerista,
dicho así para abreviar, ha cumplido diez años en el gobierno. Y ha ganado
cuotas importantes de poder. La vieja disquisición entre gobierno y poder tendrá
seguramente validez teórica y práctica, pero la cualidad de este tramo de la
historia está expresada en que primero Néstor Kirchner y después Cristina, no
se conformaron con tan sólo gestionar y administrar un mandato de gobierno,
sino con recuperar porciones de poder y hegemonía para el pueblo, como las supo
tener en el primer peronismo.
No andemos
con más vueltas. Cuando se recuperó YPF, Aerolíneas, el ahorro nacional
incautado por las ex AFJP, cuando se le dijo no al ALCA y al FMI, cuando se
empoderó a los sectores más humildes con derechos nuevos y derechos reparados,
en verdad se estaban construyendo espacios de poder para la sociedad,
disputándoselos a los que en nombre del “mercado” se habían quedado con el pan
y con la torta desde la dictadura cívico militar y de ahí en más.
Magnetto
nunca hubiese querido estar en el lugar donde hoy está parado. Operaba mejor
cuando hablaba en nombre de “la gente”, cuando no se sabía mucho del origen
espurio de Papel Prensa, cuando eran otros los que lo representaban en el
escenario, cuando Clarín era la biblia y TN la potente luz que iluminaba el
alma colectiva de los argentinos.
Y sin
embargo, ay, mira lo que quedó, como reza el tango.
Cuando el
poder exponía a través de Bernardo Neustadt, recién salidos de la dictadura, un
abanico de estrellas rutilantes en el campo de la joven democracia se anotaba
para sacarla a bailar a Doña Rosa. Y Neustadt sonreía mientras organizaba el
juego de la silla como mejor le placía a “las empresas a las que les interesaba
el país”.
El Grupo
Clarín tomó y amplificó esa tradición de la derecha mediática. Tenía fierros
más que poderosos cuando se consolidó como monopolio. Pero vinieron los Kirchner
y le desbarataron el juego.
Aquel “¿Qué
te pasa Clarín, estás nervioso?” es a Magnetto lo que a los genocidas de la
derecha blindada fue que bajaran sus cuadros.
Estamos
intentando evitar la tentación de recurrir a cifras y estadísticas que demuestran
científicamente que esta es una década ganada en todos los terrenos, para
conceptualizar en cambio, el salto cualitativo y cuantitativo que los
argentinos dimos en estos años.
Dijimos que
la derecha quedó desnuda sobre el escenario. La represión al Hospital Borda es
una ecografía personal de Macri, así como la invitación al indulto de los
genocidas es la calvicie real de José Manuel De la Sota. Ellos son eso. Ellos
son el endeudamiento y el regreso a la dependencia del FMI que reclaman los
opositores en cumplimiento del mandato del poder económico concentrado.
Quedaron
todos atrapados en la misma logia.
Hermes
Binner, el que hubiese votado por Capriles en Venezuela, es apenas la raya engominada
y perfumada de esa opción de derecha. De los radicales no queda ni el aliento,
salvando la honradez de los pocos discípulos que le quedan a Irigoyen, a Lebensohn,
a Illia, a Alfonsín el padre, a Karakachoff.
Otros
opositores pasaron de la hora de los hornos a estar en el horno con Carrió.
Sólitos se
la buscaron.
Con este
patético cuadro de situación opositora, el proyecto de país que lidera Cristina
se encuentra cara a cara con los verdaderos enemigos de los intereses
nacionales y populares. Son los que empujan para que el kirchnerismo agote su
cantera electoral y se sienta obligado a retroceder en el ring de la batalla
por la historia grande de este pueblo que somos.
Es lindo
decir que se batalla y se milita no en contra de nadie sino a favor de todos.
Pero no.
Contra los
que suben los precios y asustan con sus campañas infundadas de cada domingo con
Lanata, se batalla.
Contra los
que quieren que el país se vuelva a hincar de rodillas ante los poderosos de
afuera y de adentro, se batalla.
Democráticamente
y en paz, pero se batalla.
Esta Plaza
de Mayo de ayer es un nuevo punto de inflexión.
Allí
comienza el camino hacia la segunda década, a punto caramelo de ser ganada como
la primera.
Si esos
adversarios no dudaron en meterse hasta con los caniches de Cristina, como dijo
Oscar Parrilli hace unos días, sabrán ahora que esa mujer, la Compañera, la
Presidenta, tiene a su lado un pueblo movilizado
que tampoco duda a la hora de disputar y defender la hegemonía política y cultural que alguna
vez le robaron.
Miradas al Sur, domingo 26 de mayo de 2013
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