La muerte
del genocida Videla nos permite tomarle
el pulso y la temperatura a la democracia.
Pasada la
conmoción del primer anuncio de su fallecimiento, los obituarios, los
comentarios y la cronología de su larga
vida, sería útil y necesario mirar a los costados, al frente y atrás de su
sepulcro para ver cómo estamos como sociedad.
Empecemos.
¿Quién lloró
a Videla? La flor y la nata de la vieja oligarquía.
¿Hubo
movilizaciones multitudinarias como cuando murió Pinochet? No hubo ninguna
movilización, ni a favor ni en contra.
El Estado y en
particular las Fuerzas Armadas de las que él fue comandante en jefe ¿le
brindaron honras fúnebres oficiales? No.
No hubo nada de eso. Ni desfiles. Ni coronas oficiales. Ni mención siquiera en
las portadas institucionales.
¿Hubo algún
demócrata que haya rescatado algo del pasado de Videla? No.
¿Cómo
reaccionaron los grandes diarios del
país que supieron ser sus socios y patrones en Papel Prensa? ¿Manifestaron su pena o la
disimularon? Ni una cosa ni la otra.
Tanto Clarín como La Nación consignaron su muerte casi con frialdad, sin
comprometerse con su pasado.
A la hora de
matar, lo acompañaron. A la hora de su
muerte, lo abandonaron.
¿Videla murió
en su casa, en un cómodo cuartel o en una prisión común? En una prisión común.
¿Se supo de
su elección política en el último tramo de su vida? Manifestó en distintos
reportajes su profundo odio contra el
gobierno democrático de los Kirchner.
¿Se hizo un
minuto de silencio en las escuelas y universidades, en hospitales, fábricas y
estadios de fútbol? No. Definitivamente,
no.
Hagamos un diagnóstico
precoz: la democracia goza de buena salud; la fiebre está en los grandes medios y desde
allí contagia a un pequeño sector de la sociedad.
Este
termómetro no miente.
Si hubiese
otro estado de ánimo social, si hubiese cierto ablandamiento en la textura del
sistema político, si los antiguos socios y camaradas en la noche de la
dictadura cívico-militar hubiesen manifestado sin pudores su dolor por la
pérdida del genocida, si las respuestas fuesen contrarias a las que aquí consignamos, entonces sí habría que preocuparse en serio por lo que
pueda pasar con cada campaña de Magnetto.
Que la
muerte del genocida pase sin pena ni
gloria es un orgullo para esta democracia inclusiva que estamos construyendo.
Y en
consecuencia, es la vergüenza final de
los que cultivan el odio a cacerola
batiente, en los programas de TN, en la lengua falaz del Grupo Clarín y La Nación.
El
termómetro de Videla demuestra la razón del fracaso de la oposición mediática:
nada de lo que blasfemen, será creído ni reproducido.
La
democracia está más viva que nunca.
Videla no.
El Argentino, lunes 20 de mayo de 2013
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