“Que se
vayan todos, que no quede ni uno solo” bramaba aquel 20 de diciembre de 2001 el
pueblo reunido en Plaza de Mayo.
Era el fin
de un ciclo, pero no lo sabíamos bien.
Sí sabíamos que
era el final del gobierno endeble de Fernando de la Rúa. El helicóptero blanco
yéndose del techo de la Casa Rosada fue desde entonces el símbolo mayor del
desamparo estatal. Los dos días, el 19 y el 20 de diciembre, se enhebran en
nuestra memoria tan armónica y
dolorosamente como sólo la historia sabe y puede hacerlo.
Cuando De la
Rúa anunció el Estado de Sitio sobre la piel curtida de este pueblo, por la
dictadura y el salvajismo económico que la sucedió, no sobrevino el miedo ni la
quietud de la desolación, sino una indignación
social masiva que rompía los diques impuestos por el modelo neoliberal.
Los balcones
y ventanales fueron la voz batiente y generalizada llamando a repudiar el vano intento
de volver atrás el reloj de la historia.
Se decía
entonces que los saqueos en el conurbano y en distintos lugares del país
estaban organizados y estimulados por la derecha más siniestra de un sector del
PJ.
Se decía
que, de todos modos, había que admitir que había hambre y miseria que los
justificaba. Se decía que había que quedarse en las plazas hasta que “los
políticos” se vayan de una buena vez.
Y quizá todo
lo que se dijo en esos días sean una parte de la verdad completa.
Lo cierto es
que entonces éramos un país destrozado, con miles y miles de fábricas cerradas,
con 8 millones de desocupados, con ahorros incautados en los bancos, con
descuentos impuestos en salarios y jubilaciones, con miles de compatriotas
buscando la salida en el aeropuerto de Ezeiza y en las embajadas extranjeras,
con la muerte de pibes por desnutrición batiendo un récord vergonzoso y
lacerante, con la soga del FMI atada al cuello.
Éramos un
país sin presente ni futuro ni proyecto de nación. Por eso la resistencia de
ambos días contra el escarnio sufrido fue una bisagra en la historia.
El 21 asesinaron
a Pocho Lepratti, el Ángel de la bicicleta. Tiempo después, ya con Duhalde en
la presidencia, asesinan a Kosteki y Santillán.
Y la pregunta surge como un clamor que nos interpela:
¿Qué tiene que ver este país de ahora, el que se construyó con las presidencias
de Néstor y Cristina, con aquel país desolado por la represión y la falta de trabajo?
“Nada que
ver” es la respuesta.
Y una
reflexión final: también un 20 de diciembre, pero de 1994, México devaluó su
peso y produjo el “Efecto Tequila” que
enfermó de gravedad nuestra economía.
Hoy el mundo
sufre la peor de sus crisis y sin embargo el país está de pie.
Por eso
bailamos y cantamos.
Y atentos por si vuelven los fantasmas.
El
Argentino, viernes 20 de diciembre de 2013
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