Todo
sabe a melancolía en estas horas de vísperas navideñas.
Me
estalla el alma por aquí, me duele el alma por allá, mi Vieja se murió y no
sabré qué decirle cuando lleguen las 12, miraremos a los hijos y su
descendencia, le pondremos traje nuevo a la última sonrisa, nos abrazaremos por
todo lo que somos y en ese instante pleno de felicidad, porque de eso se trata
finalmente, brindaré por Néstor Kirchner y por todos nuestros muertos más queridos,
con una sola palabra: “Gracias”.
La
revolución tiene mucho que ver con el
alma humana.
Sin
alma no hay revolución posible. Sin alma no habría peronismo. Sin alma no se
explica el kirchnerismo. Sin alma, hablo de la pasión, creo que se entiende, no
existiría Evita ni el Che ni Mandela ni Walsh ni Dardo Cabo aterrizando en Malvinas.
Ya
es hora de poner las cosas en su justo lugar: La década ganada vale por lo que
se reparó, pero vale también, por lo que
se impidió que nos hagan. Y se impidió que nos roben el alma.
No
hubiese sido lo mismo esta Argentina, sin Néstor. No hubiese sido lo mismo, sin
Cristina. Digámoslo sin pudores. Y que no se entienda esta prosa como un debido
homenaje.
Es
apenas el murmullo de tantas voces lejanas que reclaman para sí el derecho bien
ganado a sentarse en una mesa a la que sienten suya.
No
todo es análisis político económico. No todo es táctica y estrategia. No todo
es escribir correctamente. No todo puede entrar en un envase plástico. No todo
es negociar y transar. No todo es retroceder y avanzar. Un corazón nacional y
popular se sabe con derechos nuevos y quiere celebrarlo a su manera: a puro
corazón. Purita su alma. Pura pasión desmesurada cuando llega Nochebuena y
Navidad.
Este
proyecto de país, desarrollo y crecimiento, crecimiento con inclusión social, o
como quieras llamarlo, impidió que el país se siguiera calcinando después del
gran incendio del 2001.
Impidió
que en América Latina reine el ALCA, mirá lo que te digo. Impidió que nos
disolvamos como comunidad que somos. Impidió que se imponga eternamente un
gobierno del FMI y las corporaciones del poder financiero. Impidió que haya más
pobres, más desocupados, más exiliados, más desdentados por carencia de calcio
y de ternura.
Impidió
que haya terreno baldío allí donde hoy se
construyen escuelas, hospitales y potreros.
“A
mí me la vas a contar”, diría Discepolín.
La
lista de impedimentos sería tan interminable como la lista de reparaciones;
pero no se trata de ahondar en eso en esta hoja de extraña y radiante
melancolía. Además, “yo no sé nada de política, yo siempre fui peronista”, como
se lo escuché a mi Viejo en sus tardes de tristeza y resistencia contra la
dictadura de “la libertadora”. Después lo puso Favio tan brillantemente en boca
del Mono Gatica. Y lo había escrito Soriano y todos supusieron que era su autor
original.
Así
se escribe la verdadera historia, quien quiera oír que oiga.
Al
final, desde el lugar que ocupemos, todos somos compositores de la misma
melodía; esa que canta el pueblo en tiempos de derrotas y victorias.
Hablábamos
del alma. Y es diciembre en el estribo.
El
gobierno, dice el diario, firmó un acuerdo de precios con los empresarios.
¿Y
qué tal si los argentinos hacemos de una buena vez un acuerdo de almas? Es la
hora de hacerlo. O la historia de la infamia y de los desalmados nos pasará por
delante y por atrás.
Es
la hora de afirmar este camino que arrancó mañana. No está mal conjugado. Ya
arrancó y es mañana. Un camino repleto de memoria y de historias ejemplares
pero que precisa asentarse en un presente que será irreversible si así nos
proponemos como pueblo.
Hizo
agua por los cuatro costados el plan desestabilizador, dice la calle. Los
rumores fueron mecha mojada para los saqueos. Los cortes de energía son de un
costo humano inconmensurable, pero no alcanzaron el propósito de apagarlo todo,
de cerrar para siempre los comercios, de echar por la borda la paz navideña, de
empujar a la desmemoria y la desesperación colectiva.
Lo
tendrían que pensar seriamente si lo vuelven a intentar. No está el horno para
bollos. Pero mucho menos lo soportaría un país que ha crecido desde el alma.
Mirar
para cuidar, es la consigna de la hora. Mirar los precios para evitar la
estafa. Mirar diciembre de 2001 para recordar el muelle de donde partimos.
Mirar la tapa del diario con Videla diciendo desde su cárcel ya infinita: “Nuestro peor momento llegó con
los Kirchner”.
Mirar
para no olvidar, que de eso se trata cuando hay tanto pajarraco de mal agüero
sobrevolando la azotea.
Mirar
para alumbrar. Y para alumbrarnos. Y para mirar más lejos. Como miraba Evo y su
pueblo el primer satélite boliviano de comunicación surcando el espacio desde
China.
Si
se quiere elegir una postal de cambio de época, es esa, no lo dude. Bolivia no
tiene mar, pero tiene cielo.
Mirar
para comprobar que los dinosaurios siguen vivos cada vez que habla el primer
ministro inglés y augura que Argentina nunca más volverá a Malvinas. ¿Quiere
decir que admite que alguna vez fueron nuestras? Aunque en verdad no importa lo
que diga Cameron a esta altura de la historia.
Lo
que importa es saber que Malvinas es la parte del alma que nos falta para estar
enteros y que estamos cumpliendo el juramento escrito con la sangre del Gaucho
Rivero y los héroes de Malvinas.
Lo
que importa es que se multiplicaron las viviendas del PROCREAR y ahora el alma
del barrio ya no vive a la intemperie.
Lo
que importa es YPF nuevamente argentina y que el programa FINES entregó
certificados de finalización de estudios a 30 mil compatriotas.
Lo
que importa es que volvió Cristina. Y hay que saber decirlo aunque monten en
cólera los mentores del saqueo.
Hay
mucho para celebrar en estos días. No cuesta tanto darse cuenta con los miles y
miles de argentinos que ya están en las costas y las serranías del merecido
descanso.
La
democracia sirve para eso.
Y
para comer, curar y educar, como decía Alfonsín.
Y
para liberarse de las corporaciones, como decía Kirchner.
Sirve
para eso y para tener utopías, como dice
Cristina.
Y
para decir “Salú!” a quien te de las ganas.
Miradas al Sur, domingo 22 de
diciembre de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario