Ha muerto un
gigante, Mandela.
El de la
lucha eterna por la libertad de su pueblo.
Mandela, el
prisionero. Mandela, el revolucionario. Mandela, el del abrazo eterno con su
amigo Fidel Castro. Mandela, el líder negro que afirmó de una vez y para
siempre: “La pobreza no es un accidente. Como la esclavitud y el apartheid, es
una creación del hombre y puede eliminarse con las acciones de los seres
humanos”.
Mandela se
queda eternamente en el regazo que la Historia de los hombres sólo reserva a
grandes como él.
Es mentira
que Mandela perteneciera a todos por igual. Mandela fue un luchador consecuente
por la libertad y la justicia social y contra el racismo y la desigualdad.
Sólo los que
luchan contra los poderosos se merecen llorarlo, mientras al mismo tiempo
cantan y bailan para despedirlo.
En su
memoria vale afirmar que su legado está marcando la huella de nuestro continente en la última década, la
década donde los presidentes se parecen a su pueblo, como dijo Cristina.
Y Mandela
fue su pueblo. Mandela es la nación que nos cobija a muchos. La nación de los
justos.
Por eso vale
contarte, Mandela, en un modesto homenaje a tu memoria, que desde la CEPAL y la
FAO, ambos organismos de las Naciones Unidas, acaban de definir, respectivamente,
que “La Argentina es el país con menor pobreza en la región” y que “La
Argentina erradicó el hambre y alcanzó la meta del Hambre Cero”.
Este es el
mejor homenaje que los argentinos podemos hacer en este día a
Mandela. Y quizá el único homenaje que su memoria merece. La hipocresía
no tiene nada que ver con el líder que se está yendo. Mandela peleó de frente
arriesgando la vida una y mil veces contra los injustos.
Entre el
poder y su pueblo, nunca fue neutral. Siempre optó por su pueblo.
En su visita
a Londres, en 2005, frente a la multitud que lo escuchaba, arrancó diciendo
entre carcajadas: “Como saben, recientemente anuncié mi retirada de la vida
pública, así que no debería estar aquí”. Sonrió y luego agregó: “Sin embargo,
mientras la pobreza, la injusticia y la desigualdad persistan en el mundo,
ninguno de nosotros puede realmente descansar”.
Ese era
Mandela. El que no dejó de pensar ni un instante en las causas justas que
dignifican la vida de los pueblos.
Si una buena
parte del mundo está en la cuerda floja por su crisis.
Si el
negocio de la droga y el armamentismo parecen llevarse todo por delante. Si persisten
gobernantes, empresarios y políticos que pactan con el hambre de su pueblo.
Si se
reprime a los pobres… los que heredamos las mismas convicciones de Mandela, tenemos
el derecho y el deber de pelear en su nombre para poder llevarlo así, igual que
a Evita, como bandera universal a la victoria.
El Argentino,
viernes 6 de diciembre de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario