Abordar un
ensayo sobre lo ocurrido en Córdoba, es tomarse el tiempo necesario para
abordar la Argentina en su totalidad.
Y es saber leer
a tiempo la sedición policiaca agitada y editada por la televisión.
A 30 años de
recuperada, la democracia ya no se enfrenta con “carapintadas”, sino con
levantamientos antidemocráticos y antisociales de una policía televisada.
“El
monopolio mediático estrena nuevo elenco uniformado”, dirían los afiches de
propaganda.
“La
democracia ahora es para siempre”, responden los muros populares que convocan a
la Plaza.
La policía,
como institución, sigue en buena parte atada a los resabios de la dictadura,
así como alguna oposición sigue atada a lo que les dicta Clarín.
Atrasan los
relojes de una sociedad en camino ascendente, la más igualitaria de la región y
llegando al Hambre Cero, según CEPAL y la FAO, respectivamente.
En este
tramo de la historia viajamos todos los argentinos a bordo de la nave. La paz y
la inclusión son nuestro norte. Sepamos
defenderlas.
Abordar lo
que pasó en estos días supone segmentar, sólo para el análisis, las capas
diferentes pero complementarias que protagonizan esta etapa.
Se pone al
desnudo la Argentina real en toda su dimensión y como en la canción de
Atahualpa, la nación tira el caballo adelante y gobiernos como el de Córdoba,
tiran pa’ atrás.
El modelo
político institucional cordobés terminó de gatillar y exponer lo peor de la
derecha opositora, con una sociedad fragmentada, astillada, maltratada que
arropa como puede al apartado que habita el cordón marginal de la desesperanza;
con la policía en sus dos versiones, la que trafica droga y la que se caga de
hambre, ambas al fin, con el mandato gubernamental de sostener el entramado
injusto de ese pueblo doliente.
El
cordobesismo, en este turno largo que lleva gobernando De la Sota, se fue
desenganchando por propia voluntad del tiempo federal que el país transita.
Maradona
dijo alguna vez que él entendía que su mayor diferencia con otros jugadores no
estaba tanto en la destreza de sus piernas, sino en que él podía “ver” la
próxima jugada dos segundos antes que el resto. Maravilloso. El capitán no
espera que suceda el incendio para actuar de bombero. Así cualquiera. El buen
gobernante prevé el incendio y lo evita y construye el horizonte sobre los
escombros que le deja un presente que en dos segundos ya es pasado.
Kirchner,
como Cristina, construyeron caminos allí donde no siempre se los reclamaba,
porque sobre esa decisión de construir, se impulsan luego las demandas sociales.
En cambio,
los gobernantes como De la Sota, actúan sobre una maqueta inmóvil y esa maqueta
es la sociedad inmóvil, la democracia inmóvil, la esperanza inmóvil, la vida
inmóvil. Cuando alguno de sus tientos corta sus amarras, el orden se subvierte
y contra esa situación sólo cabe reprimir.
No fue la Gendarmería
nacional la que llegó a destiempo para evitar la furia; fue el gobierno de
Córdoba el que faltó a la cita con su pueblo.
Pero la
crisis policial, con toda su gravedad, no fue la única explicación de lo
sucedido.
En esa noche
el apartheid del cordobesismo se quedó sin vigilancia. Y no fueron los “negros
de mierda”, los negros de Mandela en la Argentina, los que bajaron de las barriadas
para saquearlo todo. Fueron los ciudadanos blancos de toda blancura los que
levantaron barricadas de odio y miedo contra el que portaba cara de pibe
chorro. Eso tiene un nombre, aquí, en Italia o en Alemania: fascismo. De la
Sota lo incubó y se tendrá que hacer cargo de ello.
Los
helicópteros que sobrevuelan Córdoba con sus potentes faros no pudieron
detectar dónde estaba el violento para reprimirlo, por una sencilla razón: la
violencia estaba en ellos y en el modelo de sociedad que vigilan noche y día
con sus patrullas y apremios. Levantada la barrera del apartheid por una noche,
salió lo peor de la sociedad a saquear, algunos y a moler a palos al negro y al
mestizo, otros.
¿Con qué
suceso social se puede contraponer esa noche cordobesa sin custodias? ¿Con la
tumultuosa Buenos Aires en las tres noches del Bicentenario? ¿Con la feria
multitudinaria de Tecnópolis donde se encuentran millones de porteños y
bonaerenses, jujeños y chaqueños,
bolivianos y paraguayos, negros, rubios, colorados, ricos, pobres, curas,
rabinos y pastores?
Hagámoslo,
para ver qué sale de semejante contraste.
Una sociedad
incluida regida por el amor como categoría política y cultural, da siempre
Tecnópolis y Bicentenario.
Una sociedad
excluida regida por el odio, la mediocridad, el aislamiento, la represión y el
abandono, ocasiona noches como la de esa triste y espantosa noche en la ciudad
de Córdoba.
¿Qué hacer
entonces? ¿Atender la reforma policial en primer lugar? ¿Superar la situación
de calle de los ciudadanos más desamparados de la periferia urbana? ¿Predicar
la paz y la justicia social en los pudientes ciudadanos que se atrincheraron
para el linchamiento de los no pudientes con los que se cruzan a diario? ¿Prevenir
la nueva operación destituyente en formato de sedición y saqueo? ¿O hacerlo
todo junto?
La respuesta
la tendrán los cordobeses. Nadie mejor que ellos mismos construyendo una nueva
sociedad que, en nombre de Tosco y Atilio López, rompa uno de los tantos apartheid
que siguen en pie.
Aquietada la
furia, toda la pasión y el intelecto tendrán que recorrer el largo camino de retomar
la política como herramienta solidaria
para cimentar una provincia inclusiva.
Lo que se ve
en toda su podredumbre y descomposición en Córdoba es un modelo de Estado para
pocos. La instancia de su negación y superación sólo vendrá de la mano de otra
política que sepa y pueda enganchar a la
provincia con el resto del país que crece en medio de la tormenta que azota al mundo desde hace años.
La irrupción
del Frente para la Victoria, más que un dato electoral, debiera ser un dato
cultural.
Porque sólo
empoderando al pueblo se podrá ajustar el reloj de la historia con la hora que vive esta nueva Argentina.
Por todo
esto, celebremos juntos en la Plaza nuestros 30 años de democracia.
Miradas al
Sur, domingo 8 de diciembre de 2013
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