La bandera argentina
que flameó el 28 de setiembre de 1966 en las Islas Malvinas, izada por Dardo
Cabo y sus compañeros del Operativo Cóndor, ahora luce quieta, eterna,
insurrecta, junto al altar de la Virgen de Itatí, allá en Corrientes.
Conmueve
ver esa bandera allí. Tan llena de historia, de patria y utopías.
Al mismo
tiempo es como si ella nos mirara y nos preguntara cosas y nos contara sus
memorias. Y uno siente al verla que, de pronto, nos pregunta por Dardo.
Cómo
decirle que a Dardo lo mataron una noche de frío en plena dictadura después de
arrancarlo de la cárcel.
Y entonces siente
que la bandera pregunta ¿fueron los ingleses los que lo fusilaron?
Y es allí
cuando el dolor se transforma en vergüenza.
Porque la
respuesta es que fueron los genocidas de la dictadura los que lo asesinaron.
¿Es decir
que los asesinos nacieron aquí, en la Argentina, en la misma tierra donde
nació, creció y luchó Dardo Cabo y sus compañeros?
La que interroga
es la bandera de Manuel Belgrano, la del Gaucho Rivero, la de los héroes
muertos en Malvinas.
Y una
lágrima asoma y no se sabe si es la hermana de Dardo la que llora, presente en
la ceremonia, o es la propia bandera. O es uno. O somos todos.
Tristán
Bauer observa la escena y se me da por creer que estará pensando que si no
tiene sol, la bandera no es de guerra sino de amor y si es de amor, el pibe de
Infancia clandestina la izaría sin pudor alguno.
Lo cierto
es que la Presidenta cumplió con su palabra y se vino hasta Itatí como
peregrina, dijo, a traer la bandera de una generación, para dejarla allí donde
anda el pueblo con sus plegarias, sea en tiempo de amores, sea en tiempo de dolores.
Ahora está
donde tiene que estar, para que nadie olvide de dónde venimos y hacia dónde
vamos.
Este acto
profundo que encabezó Cristina junto al pueblo, es un acto que mira hacia
adelante.
Que nadie
se haga el distraído. Se está discutiendo poder en la Argentina. Se está
definiendo qué tipo de democracia estamos construyendo, por un lado y qué tipo
de democracia tutelada, colonizada, monopolizada, pretende resguardar el Grupo
Clarín y sus testaferros políticos y mediáticos.
Por eso el
7D es una fecha bisagra que abre una puerta al futuro y cierra otras puertas al
pasado.
Por esa
puerta abierta habrá que pasar ordenadamente con todos los que quieran.
Y con los
que no quieran también.
Por eso la
caída del monopolio de la comunicación en el siglo XXI hace el mismo ruido que
hizo el fin de la esclavitud en la Asamblea de 1813.
En esta época
donde lo intangible, como el conocimiento y la esperanza o su reverso, la
ignorancia y la desesperanza, precisa de los medios para imponerse, disponer de
ellos para expresarse es la llave maestra de las puertas que abrimos y
cerramos.
De eso se
trata la disputa por la palabra y de eso se trata la balacera de Clarín contra
la democracia.
Cuando la
Presidenta afirma que esta fue una década ganada para los argentinos está
diciendo, creemos, que recuperamos el Estado y la política.
Porque cuando
perdimos una década fue cuando perdimos el Estado como pueblo y como nación y
la agenda política la decidían en el directorio de Clarín.
Hoy se
resignifica la vida en democracia.
La propia
categoría de “usuario-consumidor” puesto en términos culturales, no sólo
funcionales, aparece a la luz de esta nueva época como una categoría de la
prehistoria. Es decir, antes del 25 de Mayo de 2003.
La sociedad
democrática tiene ciudadanos. El mercado, consumidores.
Pero cuando
el mercado es el que manda, impone sus categorías a la democracia, impone sus odiosas
diferencias, sus exclusiones, sus monopolios. Y así reproduce su propia lógica sin
estorbo alguno.
Hasta que
alguien se atreve y le pone el cascabel al gato.
Por eso,
ahora que volvió el Estado y la política, esa maquinaria montada en la década
perdida deberá desmontarse hasta el último tornillo.
¿Y después
qué? Preguntará usted. Por que de nada valdría dedicarse a deconstruir el
monopolio si al mismo tiempo los sectores populares y democráticos no se abocan
a construir nuevas herramientas de comunicación, nuevas vías, nuevos medios
para instrumentar el tránsito de millones de voces que se quieran expresar,
diciendo lo que quieran decir.
Allí donde
el constructor encuentra escombros, limpia el terreno antes de construir un
nuevo edificio.
En eso anda
la Argentina real. Sabiendo que tener medios que sean un servicio público y no
un coto de caza, implica necesariamente la pluralidad de voces.
Multiplicar
es la tarea, canta Baglietto.
Esto debe
ser así; porque la visión que tengamos de la comunicación dependerá de la
visión que tengamos de la democracia, de la sociedad, de la historia larga y
corta, de la ampliación de derechos.
Podríamos
afirmar que aquel círculo vicioso y pernicioso entre la política y los grandes
medios, se rompió en la Argentina.
Pero nada
es para siempre porque sí. No hay determinismo que valga.
Que sea
para siempre requerirá dar un nuevo salto en esta encrucijada; es decir, institucionalizar
los nuevos derechos conquistados, como dice Cristina. Sacarle todo lustre
partidario a las conquistas alcanzadas desde el 2003 para que sea el conjunto
de la sociedad quien se apropie culturalmente de ellas.
Alguna vez
Néstor Kirchner leyó un poema de Joaquín Areta, “Quisiera que me recuerden”.
Y vaya si
lo recordamos.
Aquel poeta
y militante peronista, desaparecido por la misma dictadura cívico militar que
robó y entregó el monopolio de Papel Prensa a Clarín y La Nación, escribió este
otro poema:
“Quién de nosotros será el que llegue con la bandera, quién pese a los despechos mantendrá la frente clara, quién sin resentimientos sabrá conservar su fuerza para combatir mejor. Quién será aquel hombre para quien sus amarguras sean sólo desgarraduras y no la fuente de su fuerza; quién me pregunto yo será siempre el equilibrio entre lo que se debe y se puede. Más allá de mi horizonte, de mi vida, de mis años, me inclino ante aquel hombre y le exijo conducir”.
“Quién de nosotros será el que llegue con la bandera, quién pese a los despechos mantendrá la frente clara, quién sin resentimientos sabrá conservar su fuerza para combatir mejor. Quién será aquel hombre para quien sus amarguras sean sólo desgarraduras y no la fuente de su fuerza; quién me pregunto yo será siempre el equilibrio entre lo que se debe y se puede. Más allá de mi horizonte, de mi vida, de mis años, me inclino ante aquel hombre y le exijo conducir”.
Ya viene
clareando el día. Y esta vez, viene con todas las banderas.
Miradas al Sur, domingo 21 de octubre de 2012
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