El discurso pasional de Hebe de Bonafini, la presidenta de Madres de Plaza de Mayo, en defensa de la ley de medios de la democracia, puede gustar o no gustar, compartirse o no.
En un país libre como el nuestro, cualquiera tiene derecho a decir: “ese discurso no me gusta”.
O bien, decir todo lo contrario.
Pero cuando habla Hebe la derecha no critica “amablemente”, sino que se revuelca en su propio lodo y dispara a granel: “está desquiciada hace rato”, como dijo Macri.
“No encuentro en todos los años de democracia ejemplos de semejante atropello y desatino” lo siguió el radical Ernesto Sanz, para agregar: “está en duda su real estado psicofísico”.
“Mirá quién habla” diría mi Vieja.
Ambos opositores deberían saber que del cinismo, como del ridículo, no se vuelve. Mientras en la ciudad los estudiantes tomaban sus escuelas para no morir aplastados por una viga del techo, el jefe del Pro se paseaba por Europa junto a su novia, bronceado, acusado y procesado por asociación ilícita.
Al jefe del radicalismo habría que preguntarle si no cree que su afirmación respecto a que los pobres se gastan la Asignación Universal por Hijo en la timba y las drogas, no es más violenta y miserable que el discurso que hoy condena.
Se distanciaron tanto de la historia de este pueblo, que terminaron por llamarla a Hebe de la misma forma que la llamaron los dictadores: las locas de Plaza de Mayo.
Cuando habla Hebe no mata ni secuestra a nadie, no tortura ni encarcela, no llama a la violencia ni convoca a la venganza. Tampoco roba niños.
Pero eso sí:
Cuando habla Hebe le aparecen en la multitud los rostros sonrientes de sus hijos desaparecidos, malheridos, desabrigados, abandonados, humillados, torturados.
Y habla como le sale. Y dice como lo siente.
Si la democracia se profundiza sin más violencia que el hambre que aún queda por reparar, es porque ninguna de estas madres salió a ejercer justicia por mano propia. A ellas les debemos esta convivencia.
Y aunque endurezcan su discurso y su ternura a fuerza de tanto dolor acumulado, ellas construyeron su reclamo siempre en paz.
¿Cómo negarles entonces el derecho a alzar la voz de la impaciencia?
Después de todo, ya somos grandecitos para aceptar o no cualquier idea.
Por eso cuando hablan de Hebe, muchos tendrían que hacer varios enjuagues y buches para sacarse antes el mal aliento que les viene de tanto maridaje con los que secuestraron a sus hijos.
La plena vigencia de la Ley de medios pondrá las cosas en su lugar; no hay que dejarse correr con la vaina ni la hipocresía de los que quieren seguir poniéndonos la agenda.
Cuando ello ocurra serán difundidas declaraciones como las de León Gieco hace un par de días y que pasaron casi desapercibidas: “Una de las mejores cosas que me pasaron en mi vida respecto de la política, fue este gobierno. No tengo otra cosa que destacar, excepto los tres meses de Cámpora y los dos primeros años de Alfonsín, todos los demás fueron una basura atómica: los militares, el menemismo, De la Rúa, todo eso fue un desastre”
Cargó contra la oposición: “Macri, Duhalde, Carrió, Morales, Cobos, son lo peor que hay en este momento…son como la gente del campo: un gorilaje total, son golpistas esos”.
“Es un proceso que está en marcha, lo que pasa es que algunos quieren magia, que se vaya esta mina así viene Duhalde y nos salva, siempre quieren magia. Es la primera vez que un Gobierno hace planes a 30 y 40 años. Que hace un plan educacional a 10 años. Vamos a tener que esperar, no hay que ser tan arrogante de querer ver el cambio, simplemente hay que hacer algo para que este mundo no se vaya a la mierda.
El cambio se lo tenés que dejar a las próximas generaciones”.
Hace tiempo que artistas populares de esta talla son una voz de referencia para el pensamiento colectivo.
León Gieco lo es desde los tiempos de la dictadura, cuando aquel milagro de la armonía, “Sólo le pido a dios”, alumbraba en las tinieblas.
Hay que seguir multiplicando estas voces, ahora que no estamos solos.
El Argentino, 30 de septiembre de 2010
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