domingo, 26 de septiembre de 2010

Una argentina en Nueva York


La Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, es un foro anual con suficiente acústica para los presidentes de todo el mundo.
La mayoría de ellos lee su discurso. Pero algunos despliegan su oratoria con una ductilidad que sólo puede explicarse cuando hay sobrada convicción política.
No hay vuelo sin alas, como no hay voces libres sin pensamiento propio.
La presidenta argentina no lee, habla mirando a los ojos de su auditorio.
Lo hizo así nuevamente en su discurso oficial ante el más importante escenario de las relaciones internacionales.
Nos interesa rescatar algunos ejes de su elocuente mensaje: Malvinas, Modelo nacional, Cambio Climático y Justicia internacional.
Lejos de cualquier rutina discursiva, Cristina Fernández de Kirchner abordó cada uno de esos puntos en absoluta sintonía con las propuestas y reclamos que iba desgranando.
En la reiterada defensa de nuestra Soberanía sobre las Islas Malvinas no utilizó ningún concepto que pudiera pecar de lugar común; por el contrario, aprovechó para denunciar al Reino Unido por la depredación de nuestros recursos naturales y la posibilidad cierta de ocasionar en la zona donde realizan las perforaciones en busca de petróleo, una nueva catástrofe ambiental como la que esa misma empresa provocó en el Golfo de México, en la mayor catástrofe ecológica ocurrida en el mar y las costas de los EE.UU.
Pero no se quedó allí la Presidenta. Denunció como injusto, anacrónico e inoperante al Consejo de Seguridad de la ONU en el que Inglaterra ocupa un sillón titular.
Para decirlo con palabras del barrio, los piratas saquean nuestras Islas y la riqueza de nuestra plataforma marina, amparados por la impunidad vitalicia que le otorgan privilegios propios de un colonialismo anacrónico.
¿Con qué moral juzga Inglaterra a los demás países del mundo desde ese sillón privilegiado?
Malvinas es nuestra mayor causa nacional. Hay que ser muy canalla para aceptar invitaciones de lujo de Gran Bretaña mientras dure esta ocupación colonial.
Es lo que hicieron los legisladores del Grupo A hace poco tiempo y es saludable guardar ese dato en la memoria.
En otro tramo, Cristina mostró los frutos del modelo político y económico que nos permitió salir de la honda crisis del 2001 y 2002, así como enfrentar victoriosamente los coletazos feroces de la crisis financiera internacional. Argentina no paró de crecer nunca en estos siete años últimos.
Desde la presidencia de Néstor Kirchner hasta ahora, todos los parámetros de nuestra economía y nuestro desarrollo social fueron en constante ascenso. Y todo, sin depender ni cumplir con ninguna de las recetas ofrecidas por el FMI o cualquier otro organismo multilateral. Los países que sí aceptaron los reiterados ajustes impuestos desde afuera, no hicieron más que echar nafta al fuego de su propia crisis. Y es aquí donde la Presidenta reiteró que era hora también de reformular a esos organismos de crédito que demostraron con creces su inoperancia en el mundo actual.
En igual sentido, reiteró la posición argentina respecto a las variadas propuestas para afrontar el Cambio Climático. Que a nadie se le ocurra imponerles cuotas a los países emergentes mientras en los países desarrollados, responsables principales del calentamiento global, siguen tirando manteca al techo con sus ácidos, carbono quemado, residuos nucleares, pareció decir.
La propuesta de juzgar en un tercer país, que no sea ni Argentina ni Irán, a las personas sospechadas de los atentados terroristas contra la AMIA y la Embajada de Israel, reafirma la posición de buscar justicia sin atajos ni excusas. Esos fueron atentados contra el pueblo argentino, reafirmó la Presidenta, un pueblo que respeta su diversidad cultural y religiosa, que no la “tolera” sino que la disfruta y que por eso mismo, no puede admitir que quede impune ningún crimen que nos afecta a todos los que nos sentimos y sabemos, por sobre toda otra consideración, ciudadanos de una nación que sólo quiere vivir en paz.

El Argentino, domingo 26 de septiembre de 2010

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