PANORAMA POLÍTICO
“La causa de Malvinas es una causa nacional, pero también universal”, expresó la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en Ushuaia, el viernes 2 de Abril.
Invocaba razones de humanidad y sentido común para sostener un reclamo ajustado al derecho, a la historia y a los límites geográficos de la tierra.
En ese lugar de justicia nos encontramos todos. O casi todos, para ser precisos.
Si con la misma lógica se pudiera expresar la pedagogía de un modelo que se sustenta en la inclusión social, la defensa del trabajo, la soberanía y los derechos humanos, quizá fuese posible el milagro de sustentar este rumbo de gobierno, con la voluntad participativa de millones de argentinos, más allá de banderías partidarias.
El momento siempre es hoy, cuando lo que se opone amenaza con la restauración de lo peor del pasado.
Se trata de redistribuir la riqueza y el ingreso entre los ciudadanos, de profundizar un modelo económico que hace posible, por ejemplo, que en este largo fin de semana se batieran todos los récords de turismo local, con lugares donde literalmente fue desbordada la capacidad hotelera; con un incremento de casi 60 mil nuevos alumnos en jardines de infantes y escuelas primarias gracias a la Asignación Universal por Hijo y un aumento del consumo interno a ritmos sólo comparables a las mejores épocas de la Argentina.
Merece una serena reflexión lo publicado en un blog por uno de los 700 científicos repatriados desde el 25 de Mayo de 2003 en adelante y que da cuenta de las publicaciones de científicos argentinos en la revista internacional más prestigiosa de las ciencias duras, “Nature”.
Escribir y publicar un artículo en ella exige la aprobación de varios profesionales antes de su edición y es un requisito indispensable para los aspirantes a Premio Nobel.
La noticia es que, cruzando datos entre años y publicaciones, surge gráfica y elocuentemente que Argentina está atravesando una nueva Edad de Oro de la investigación científica, sólo comparable a la que culminó dramáticamente en “La Noche de los bastones largos” durante la dictadura de Onganía.
El dato reafirma la convicción de quienes sostienen la necesidad de alimentar de épica un proceso de transformación estructural, como el que hoy vive el país.
El Bicentenario es el mejor escenario para poder hacerlo.
Hay un definitivo agotamiento del viejo modelo de acumulación financiera y las expresiones dóciles de la política, dominantes hasta el 2003.
De allí en más sucedió un proyecto de cambio que se atrevió a usar las herramientas de la gobernabilidad democrática, en el sentido más ancho y profundo, para concretar el desenlace fructífero de las potencialidades de que dispone el país.
Es esto lo que viene ocurriendo, desde que Néstor Kirchner asumió la presidencia hasta nuestros días.
Nada ocurre al azar. Todo se explica por la validez del modelo gobernante. Con sus virtudes y sus defectos. Con lo que quieran endilgarle cómodamente, aquellos que apenas pueden gobernar su agenda diaria.
Del lado de la oposición, todo es gris de ausencia en estos días. No aciertan una, cada vez que disponen la suerte o la mala suerte de gestionar una institución de la república.
Si a De la Rúa le bastaron dos años para dilapidar su capital político, a esta oposición legislativa, que es su heredera directa, le bastaron tres meses para mostrar a propios y extraños que no está en condiciones de gestionar ni un club de barrio.
Si el Congreso de la Nación terminó encallando, fue por obra y gracia de los opositores que asumieron como resultado del último comicio electoral.
El despropósito opositor es tan vulgar que no encuentra parangón en la historia moderna. Tomaron por asalto la vicepresidencia de la nación a falta de saber conquistar por mérito propio un legítimo lugar desde donde expandir sus fuerzas. Y para colmo, es el mismo Cobos el que persiste en el lodo de no permitir que el Parlamento normalice sus comisiones como ya ordenó la justicia.
Toda idea opositora se reduce a un instructivo judicial. Pareciera que sólo saben hacer política con el código penal bajo la almohada.
Para poder apreciarlos en su justa medida, hay que observar dos gestiones de comarcas donde conducen a gusto y placer: San Luís y la Ciudad de Buenos Aires.
En el feudo puntano de los Rodríguez Saa, el conflicto de los docentes alcanza ya un registro comparable al que culminó en la Marcha Blanca, primero y en la Carpa Blanca, después. ¿Con qué responden los Rodríguez Saa al reclamo de los maestros? Con represión e ilegalidad.
Son la contracara de la política educativa nacional, que lejos de negar cualquier situación conflictiva, la asume, la encauza y la resuelve en el marco del entendimiento paritario.
En la Capital Federal, la persecución a los llamados “trapitos” y la colocación de bonos de deudas al 12,5 % de intereses que deberán pagar todos los porteños, son el rostro infame del anti-modelo que se ofrece como alternativa al modelo que lideran Cristina y Néstor Kirchner.
La derecha se rasga las vestiduras por el uso de reservas, para pagar la usura con el dinero de los contribuyentes.
En Rosario, el Grupo Vila Manzano, propietario del segundo monopolio mediático del país después de Clarín, aplica la mano dura para reprimir un conflicto interno dejando en la calle a sus periodistas y trabajadores de LT8, LT3 y el diario La Capital.
Así son ellos, “derechos y humanos”.
En este cuadro de situación es entendible que la larga operación destituyente tenga dos nombres propios: “Inflación” e “Inseguridad”.
Advertidos que su tropa legislativa los lleva al desastre, tratan de horadar la credibilidad de los argentinos agitando el fantasma inflacionario.
Después de la paliza política que se llevaron del Senado, propinada por el ministro Amado Boudou, el poder mediático sabe que depende sólo de sus titulares maliciosos.
Por eso mismo, es hora que hablen las calles, exigiendo liberar la Ley de Medios de esa justicia procesista que la tiene secuestrada.
Jorge Giles. Miradas al Sur. 4 de abril de 2010
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