lunes, 19 de noviembre de 2012

El violín de Néstor



El muchacho toca el violín en el escenario mayor del Luna Park. Y parece que llora silenciosamente. Pero ríe al mismo tiempo cuando mira a distancia al público que lo ovaciona. No está en Humahuaca, pero es como si estuviera.
Todos los que allí están quieren abrazarlo, protegerlo, cuidarlo del odio que anda suelto por las calles. Y él agradece con un gesto sobrio tanto amor recibido.
Carlos Polimeni lo presentó como el changuito aquel que a los 8 años de edad se trepó hasta el palco donde estaba el flamante presidente Néstor Kirchner y le pidió un violín para poder estudiar lo único que lo apasiona: la música. Y siguió contando que meses después, cuando muchos no esperaban nada de nada, el cartero trajo una encomienda con el violín de Néstor, regalado a su vez, por Miguel Ángel Estrella.
Aquello que se cuenta tiene la edad del proyecto nacional y popular en el gobierno.
Del 2003 al 2012.
Y allí estaba Fortunato Nolasco, con su violín de cielo.
Se paró frente al maestro Lito Vitale como un concertista que bajó de tiempos inmemoriales, mientras Víctor Heredia cantó como nunca su bella Taki Ongoy  y Sobreviviendo.
El Luna se parecía a un sábado a la noche cuando peleaba Nicolino Locche.
Así empezó el estreno de “Néstor Kirchner, la película” de Paula de Luque y la producción de Fernando “Chino” Navarro y Jorge “Topo” Devoto.
Por que ese changuito es parte de la historia registrada en arte para todos los tiempos.
A Kirchner se lo encuentra en él, en la florista que recuperó la dignidad del trabajo, en la muchacha que estando a punto de emigrar de su país llevando una lágrima como todo  equipaje, de los compañeros desocupados que construyeron una cooperativa como contra cara del “sálvese quién pueda”.
Y ofreciendo el corazón enorme que tenía, a Mariano Ferreyra en su hora final.
No es una película apta para los que sólo odian y desprecian toda condición humana.
Es una historia de amor que los pueblos escriben muy de vez en cuando.
Una puja que lleva 200 años de contiendas con más derrotas populares que victorias.
Es la pintura de un hombre a imagen y semejanza de su propia voluntad, de sus principios y convicciones, de su lealtad y compromiso con la memoria de sus muertos queridos.
Todo eso es la película de Paula de Luque.
Al prenderse las luces y apagarse la pantalla, una palabra llenaba el vacío que en el alma colectiva provocaba el film: conmoción.
Ahí está. Estábamos conmocionados. Como estaba Cristina cuando la vio. Como estaba ese joven que se abrazaba con su novia ya en la calle y entre lágrimas susurraba como si fuera un eco: “gracias, gracias, gracias”.
Todos sabían por qué lo decía.  
Y también lo sabrán los que la vayan a ver. 

El Argentino, lunes 19 de noviembre de 2012

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