El muchacho
toca el violín en el escenario mayor del Luna Park. Y parece que llora
silenciosamente. Pero ríe al mismo tiempo cuando mira a distancia al público
que lo ovaciona. No está en Humahuaca, pero es como si estuviera.
Todos los
que allí están quieren abrazarlo, protegerlo, cuidarlo del odio que anda suelto
por las calles. Y él agradece con un gesto sobrio tanto amor recibido.
Carlos
Polimeni lo presentó como el changuito aquel que a los 8 años de edad se trepó
hasta el palco donde estaba el flamante presidente Néstor Kirchner y le pidió
un violín para poder estudiar lo único que lo apasiona: la música. Y siguió
contando que meses después, cuando muchos no esperaban nada de nada, el cartero
trajo una encomienda con el violín de Néstor, regalado a su vez, por Miguel
Ángel Estrella.
Aquello que
se cuenta tiene la edad del proyecto nacional y popular en el gobierno.
Del 2003 al
2012.
Y allí
estaba Fortunato Nolasco, con su violín de cielo.
Se paró
frente al maestro Lito Vitale como un concertista que bajó de tiempos
inmemoriales, mientras Víctor Heredia cantó como nunca su bella Taki Ongoy y Sobreviviendo.
El Luna se parecía
a un sábado a la noche cuando peleaba Nicolino Locche.
Así empezó
el estreno de “Néstor Kirchner, la película” de Paula de Luque y la producción
de Fernando “Chino” Navarro y Jorge “Topo” Devoto.
Por que ese
changuito es parte de la historia registrada en arte para todos los tiempos.
A Kirchner se lo encuentra en él, en la florista que recuperó la dignidad del trabajo, en la muchacha que estando a punto de emigrar de su país llevando una lágrima como todo equipaje, de los compañeros desocupados que construyeron una cooperativa como contra cara del “sálvese quién pueda”.
A Kirchner se lo encuentra en él, en la florista que recuperó la dignidad del trabajo, en la muchacha que estando a punto de emigrar de su país llevando una lágrima como todo equipaje, de los compañeros desocupados que construyeron una cooperativa como contra cara del “sálvese quién pueda”.
Y
ofreciendo el corazón enorme que tenía, a Mariano Ferreyra en su hora final.
No es una
película apta para los que sólo odian y desprecian toda condición humana.
Es una
historia de amor que los pueblos escriben muy de vez en cuando.
Una puja
que lleva 200 años de contiendas con más derrotas populares que victorias.
Es la
pintura de un hombre a imagen y semejanza de su propia voluntad, de sus
principios y convicciones, de su lealtad y compromiso con la memoria de sus
muertos queridos.
Todo eso es
la película de Paula de Luque.
Al
prenderse las luces y apagarse la pantalla, una palabra llenaba el vacío que en
el alma colectiva provocaba el film: conmoción.
Ahí está.
Estábamos conmocionados. Como estaba Cristina cuando la vio. Como estaba ese
joven que se abrazaba con su novia ya en la calle y entre lágrimas susurraba
como si fuera un eco: “gracias, gracias, gracias”.
Todos
sabían por qué lo decía.
Y también lo
sabrán los que la vayan a ver.
El Argentino, lunes 19 de noviembre de 2012
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