Un estado de asamblea se ha instalado socialmente y
el vértice del debate es el Papa
Francisco.
Es legítimo que sea así y en buena hora que
ocurra.
Hay de todo en la viña del Señor, para estar a tono
con la liturgia de estos días.
Y hay al
menos dos formas de querer ser “más papistas que el Papa”.
Están aquellos que se cuelgan de su sotana para
hacerlo suyo y nada más que suyo.
Sean oficialistas u opositores.
Y
aquellos que lo condenan de
antemano sabiendo que Francisco no desciende del espíritu santo sino de un cura
argentino de apellido Bergoglio.
Sean oficialistas u opositores.
En ambos discursos prevalece el valor de la santidad
o el pecado en función de un hombre.
Y como se sabe, todos tenemos algo de santo y algo
de diablo en tanto simples mortales.
La religiosidad o la justicia terrenal, según
cuadre, deberán resolver estos asuntos.
Pero es útil y necesario elevar la mirada sobre el
contexto histórico para reafirmar que lo maravilloso de esta nueva etapa que
atraviesa el país y la América toda, no radica sólo en que tenemos Papa y crece
nuestra economía, sino en que hemos recuperado la política como herramienta de
transformación y desde allí se ha construido una base social que está unida y
organizada en torno a un proyecto de país.
Hay un dato que no tiene parangón en nuestra
historia: el liderazgo político de esta nueva etapa no es preexistente a la
misma, sino que fue construido, con trabajo y voluntad, durante el mismo
desarrollo de la transformación que experimentó el país en estos años.
Tanto Irigoyen, Alfonsín como Perón,
por poner tres nombres significativos de
nuestro ADN popular, construyeron su liderazgo previamente a ganar la
presidencia.
Kirchner,
en cambio, con apenas el 22 % de los votos, supo “construir la barca mientras
navegaba”, como decía ese lucido dirigente que fue Carlos Auyero.
Y
después siguió Cristina consolidando y ampliando la barca colectiva y haciéndola
navegar por todo el mundo, priorizando
América Latina.
El
camino que recorre la unidad latinoamericana también se hizo así. De menor a
mayor. Inventando sobre la marcha. Aprendiendo. Desechando lo malo y acopiando
lo bueno.
Y
de pronto apareció el Papa Francisco.
Bramó
el Clarín y La Nación buscando la discordia. Bramaron los fundamentalistas del
desencanto. Bramaron los miserables.
¿Y
qué hizo la militancia nacional y popular? Lo de siempre: estar al lado de su
pueblo custodiando la esperanza.
Y
ya se sabe que tener esperanza es un sacrilegio para los que quieren atrasar el
reloj de la historia.
La
mejor respuesta la está dando Cristina con sus pasos.
Hay
que saberla mirar. Siempre se aprende de las estadistas.
El Argentino, jueves 21 de marzo de
2013
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