Ha
muerto el dictador José Alfredo Martínez de Hoz.
La
noticia pasó casi desapercibida por la abrumadora carga de imágenes y
declaraciones que van y vienen desde el Vaticano.
Pero
es preciso detenerse a reflexionar un instante sobre el que se fue de esta vida terrena.
Porque
no fue un dictador cualquiera, sino el que gatilló el plan económico de la
dictadura, el que lo diseñó, el que lo planificó, el que le dio sustento de
clase, el que bajaba línea sobre la necesidad de achicar el Estado, demoler la
industria y lo que quedara en pie de un país para todos.
Si
Videla reclamó en un reportaje empuñar las armas desde su prisión, nos queda la
tranquilidad de que sus huesos de genocida ya no le permiten cargar fusil al
hombro.
Sus
convocados quizá no tengan problemas de artritis; pero sí de contexto
histórico.
“Nunca
más”, se ha sentenciado de una vez y para siempre.
Martínez
de Hoz es otra cosa. Mataba de otra manera y sus discípulos aún andan entre
nosotros y se reproducen en universidades de elite de la derecha global. Su
espíritu viene asolando Europa en los
últimos años. Su fantasma azota a Grecia, España, Italia y Portugal.
Y
cada vez que un político argentino vira la mirada extasiada hacia el FMI o cualquier
madriguera externa en el deseo miserable de volver a endeudar el país, una
provincia o una ciudad, sepamos que allí está la letra
que dejaron Martínez de Hoz y su más
fiel continuador, Domingo Felipe Cavallo.
En
su Carta abierta a la Junta Militar al cumplirse un año del golpe de estado,
Rodolfo Walsh denunció ante el mundo las
atrocidades que la dictadura cometía contra los cuerpos maniatados,
vendados e indefensos de los
prisioneros.
Pero
doliéndole como le dolían los dolores de sus compañeros y en especial la muerte
de su hija Victoria, tuvo la lucidez y la grandeza humana para decir:
“Estos
hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los
que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones
de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de
ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una
atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria
planificada.”
Y
a renglón seguido pasaba lista a la destrucción del empleo, del salario, del
consumo popular, la dependencia al FMI y a la Sociedad Rural a la que
pertenecía Martínez de Hoz.
Que
nadie olvide estos días es también recordar que el que murió en prisión
domiciliaria fue reivindicado por la patronal rural y por los que llevan en su piel esa pulsión
privatizadora y endeudadora contra el proyecto de país que conduce Cristina.
El
Argentino, lunes 18 de marzo de 2013
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