Son miles y
miles los venezolanos y venezolanas que desfilaron estos días de marzo armados de dolor en el último adiós al Comandante Chávez.
Y están
armados hasta los dientes.
La mayoría
de ellos, pobres desde siempre. Pero ya no para siempre.
Con Chávez
recuperaron derechos conculcados e inauguraron otros.
La marea
roja que se mece a lo largo y a lo ancho de Caracas, tiene millones de nombres pero
un solo apellido: Chávez. Mientras estén unidos, todos ellos son Chávez. El
chaval que limpiaba parabrisas en las calles y ahora es primera voz en el Coro Nacional.
La mulata que aprendió a leer y escribir “Somos la patria de Bolívar” gracias a
Chávez.
El
trabajador, el maestro, el musiquero, el militar, el médico, el ingeniero, el
arquitecto que ayuda a construir las casas de los que antes estaban condenados
a nacer y morir en una tapera colgada de los cerros. Todos ellos saben que son
Chávez.
Y ahora que
el Comandante ya no está, saben que vendrán por ellos si se descuidan un
segundo.
Vendrán por
las viviendas, por los hospitales públicos, por los teatros abiertos para
todos, por las plazas libres llenas de pueblo, por las escuelas y universidades
populares.
Vendrán por
la paz, la canción y la alegría.
Por eso se
entienden las consignas abonadas con el llanto de esa multitud: No pasarán. No
volverán. Rodilla en tierra, antorcha en mano. No volverán los que gobernaban
antes. Los injustos, los envenenados de odio a las mayorías, los rapaces, los
corruptos, los represores, los genocidas, los pitiyanquis no volverán.
Mientras
miro ese pueblo pasar y aunque me lastime el alma, no dejo de preguntarme:
¿Tuvieron
que dejar su vida en el destierro San Martín, Artigas y Bolívar para que
tengamos una misma historia como Patria
Grande?
Sí.
¿Tuvieron
que morir Néstor Kirchner y Hugo Chávez para que entendamos de una vez por
todas que esa Patria Grande ha nacido de
nuevo, después de 200 años de desencuentros, derrotas y dolores colectivos?
Sí.
¿Tuvieron
que desaparecer 30 mil hombres y mujeres con la dictadura para poder construir hoy
un país para todos y sin violencia?
Sí.
Quizás esta sea
una manera de interpretar la historia y de convencernos que esas muertes,
iluminadas de vida, no fueron muertes en vano.
Es hora de
agregar, quizás, que esos presidentes, en su mayoría, caminan al compás y la
velocidad que el proceso histórico tomó desde aquella vez que en una esquina cualquiera,
se encontraron por primera vez Lula, Chávez y Kirchner.
¿Será esta
la hora en que los pueblos y sus representantes caminen todos a igual cadencia
y velocidad?
Definitivamente,
sí.
El Argentino, viernes 8 de marzo de 2013
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