No voy a
seguir llorando, me dije nuevamente. Y fallé.
No voy a
estar más triste, dije a unos compañeros. Y fallé también.
Pero
inspiro fuertemente el aire de azucenas y jazmines en un humilde patio de
ladrillos y digo:
Con el
último suspiro de Hugo Chávez se escribió la definitiva confirmación de que la
revolución de la Patria Grande es irreversible. Que tiemble la derecha.
Y el
imperialismo donde quiera que esté, allá en el norte.
Algo semejante
sucedió en la Argentina cuando murió Néstor Kirchner.
Se fue
Néstor y el viento nacional y popular que venía del sur del continente confirmó
a propios y extraños que esta vez el camino continuaba andando con un pueblo y
una mujer que se llama Cristina.
Hay que
llorarse todo lo que a cada uno se le venga en ganas.
Hay que
putear, con perdón de la palabra. Hay que carajear. Hay que animarse a ponerse
triste sabiendo que estar triste, no es para cualquiera. Pero no hay que
olvidar este momento, ni racionalmente, ni políticamente, ni humanísticamente
hablando; porque como pocas veces sucede, la historia se muestra al derecho y
al revés.
Ahí tenés
al enemigo: el odio. Ahí tenés al adversario: la desesperanza. Ahí tenés a la
derecha oligarca en toda su desnudez inhumana, con sus mensajes crispados
saludando a la muerte y mofándose del dolor de un pueblo.
Y cuando
hablamos de pueblo hablamos de Venezuela pero también de Ecuador, de Brasil y
de Argentina, de Uruguay y de Chile, de Cuba y de Bolivia.
Los pueblos
construyen su historia mirándose en su propio espejo y por la mirilla, mirando
el odio que expulsó a Bolívar, San Martín y Artigas y más acá a Evita, al Ché y
a Cámpora y desapareció a 30 mil compañeros y asesinó a Rodolfo Walsh y otros tantos
y tantas, tan gigantes como él.
La muerte
de Chávez es, como la de Néstor, un compromiso de vida.
Para
decirlo brutalmente: No hay mejor manera de deshonrar su historia, la de ambos
líderes, que bajar los brazos por la pena y hundirnos despacito en un mar de
olvidos.
Hay una
necesidad vital de honrarlos con la mirada en alto, con el ejemplo de vida por
más modesto que fuese, con la señal de la patria, del pueblo y la justicia.
Los
procesos populares son una cosa curiosa para los estrategas del mal y la
desesperanza: no pueden entender que cómo es eso de que nuestros pueblos reviven
con la muerte de los grandes héroes. Pero es así nomás. Como si la historia se
empeñara que para viejo sabio y revolucionario, en esta etapa alcanza y sobra con
Fidel.
Alguien
dijo en esta noche de adiós bolivariano: que Chávez descanse en paz, nosotros
no.
Nosotros,
en tanto pueblo latinoamericano, estamos en vísperas de una Patria que amanece,
hoy y siempre, en cada encrucijada.
Martes 5 de marzo de 2013
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