La muerte
del Comandante Hugo Chávez, como antes la de Néstor Kirchner, tienen el raro privilegio
de hacer más luminosa la mañana en todo el continente.
Ahora los
días son más claros, no hay forma de perderse. “El camino te lleva”, dicen los que
conocen el rumbo y el destino.
Ahora sabemos
de qué se trata este asunto de andar cortando amarras con lo peor del pasado.
Ahora
sabemos de qué lado corren los vientos de la historia y de cómo se paran los
distintos actores en el escenario de la vida.
Este es el
fin de ciclo de las máscaras del neoliberalismo en nuestro continente.
Por eso nos
negamos a banalizar, en este contexto, las declaraciones de Hermes Binner y Mauricio
Macri mofándose del líder venezolano. Que es eso lo que hicieron a horas de su
muerte.
Ambos están,
apenas, verbalizando lo que ejecutarían de ser gobierno alguna vez en la
Argentina. Y esa confesión no es para asombrarse ni escandalizarse.
Es para
estar prevenidos nomás.
Ahora todos
sabemos quiénes producen, quiénes trabajan, quiénes se desvelan por sus pueblos
y quiénes no.
Los
primeros están creando una nueva cultura liberadora en América Latina.
Los
segundos sólo son especialistas en organizar eventos de ocasión para su efímera
fama.
Estamos
asistiendo al desenlace final de un ciclo de la democracia formal. Hablamos de
esa democracia experta en cuidar las formas y en mantener los privilegios del
poder económico.
Chávez en
Venezuela y Kirchner en la Argentina fueron capaces de juntar todos los
pedacitos de nuestra alma fragmentada. Y con eso amasaron esta nueva democracia
inclusiva. Lo hicieron juntos y a la par, como dice la canción. En ese espejo
nos queremos ver desde hoy y para siempre. Y desde allí tener la autoridad y el
argumento para saber lo qué queremos ser en esta encrucijada de la historia.
Ni Kirchner
ni Chávez nos dejaron la chance de perdernos en la duda existencial o la
incertidumbre política sobre el camino a seguir. Todo depende de nosotros, de
las mujeres y los hombres que componemos ese maravilloso colectivo al que
volvimos a llamar por su verdadero nombre: pueblo.
Que ahora podamos
decir con orgullo y dignidad que “Somos pueblo” y que “Tenemos patria” enuncian
mejor que ninguna otra expresión el recuperado patrimonio cultural de nuestras
naciones, ese que fuera ocultado, robado, desaparecido, masacrado, hambreado y perseguido
durante cien años de soledad por las oligarquías locales que se dedicaron a
romper el espinazo de la América Latina y el Caribe para ejercer su
dominio.
La historia
viene acelerando desde que se juntaron Cristina y Néstor con Chávez, Lula,
Dilma, Evo, Correa, Mujica, Lugo.
No sólo se
parecen a sus pueblos, como dijo alguna vez Cristina, sino que caminan con la
velocidad y la cadencia de la historia grande. Y esto plantea un desafío enorme
para quienes habitamos el ancho y largo territorio latinoamericano: caminar unidos
con ese mismo ritmo.
Sólo así la
muerte y el dolor no serán en vano.
Sólo así se
podrá consolidar cada tramo del camino construido. Sólo así ahuyentaremos los
fantasmas del pasado. Sólo así no habrá lugar para que empolle sus huevos esa
derecha rabiosa y deshumanizada que acecha entre las sombras.
Para
entender el salto que hemos dado en estos últimos años no abusaremos de datos
estadísticos ni de consignismo alguno. Diremos sí que aquella América desigual
y descentrada que provocó el neoliberalismo, ya no es tal. La desigualdad,
aunque contenida y reducida paulatinamente, nos sigue doliendo en el centro del
pecho latinoamericano. Pero con Chávez y Kirchner y con el MERCOSUR, la UNASUR
y la CELAC, ya no estamos descentrados como antes.
Ese es el
salto colectivo que hemos dado después de superar las inclemencias de un tiempo
bicentenario.
Hace 40
años, para estas horas, nos aprestábamos aquí a recuperar la democracia
arrebatada por las dictaduras. Fue una primavera tan fugaz como apasionante.
La
primavera camporista.
¿Cuál es la
diferencia con estos nuevos tiempos? Que ahora aprendimos que sólo en la unidad
de todo el continente, somos y seremos un mismo y poderoso puño para
defendernos de cualquier dominación. Pero no es lo único nuevo. Ahora sabemos
que la lucha es política y democrática. Y recuperamos el Estado para las
mayorías. Y lo defendemos sin pudor alguno.
“Hemos roto
el maleficio del odio y la derrota” exclamó el presidente en funciones, Nicolás
Maduro, en el último adiós a Chávez. Venía hablando del calvario de los
Libertadores de nuestra América morena. Traicionados. Derrotados. Exiliados.
Asesinados. Luego alumbró ante los presentes los 5 Mandatos que dejó Hugo
Chávez para su pueblo:
Mantener la
Independencia que hemos conquistado.
Construir el
socialismo americano del Siglo XXI.
Construir a
Venezuela como un país potencia dentro de la gran potencia de la América unida.
Construir
un mundo de equilibrios, de paz y sin imperios, como enseñó Bolívar.
Contribuir
a la preservación de la vida y la especie humana.
Reflexionando
sobre estos Mandatos enunciados por Maduro, es más fácil darse cuenta que si la
ruptura que quedó inconclusa con las clases dominantes se produjo por primera
vez cuando alumbraba el siglo XIX, es sólo ahora, en este nuevo siglo, que estamos
en condiciones de sostenerla en el tiempo y el espacio que se propongan los
pueblos.
La historia
nacional de la Patria Grande por fin se ha liberado de las ataduras y dogmas que impusieran los antiguos vencedores.
Los
venezolanos se reencontraron con Simón Bolívar.
La
Argentina se reencontró con San Martín y Belgrano.
Bolivia se
reencontró con Tupac Amaru y Tupac Katari.
El Uruguay
que bulle contra la impunidad, corea el nombre de Artigas.
Tardamos
200 años para reconstituir la historia como nos debíamos y les debíamos a los padres
fundadores.
Que por varios
siglos más alumbren desde ahora, en manos de las nuevas generaciones, los nuevos
próceres de nuestras democracias inclusivas.
Que
descansen en paz Chávez y Kirchner. Nosotros no.
Hay mucho
por hacer.
Miradas al Sur, domingo 10 de marzo de 2013
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