Se rompió
el frente interno del Grupo Clarín.
El paso
dado por uno de sus socios, la empresa FINTECH, dueña del 40% de Cablevisión,
manifestando querer cumplir la ley de medios y adecuarse a ella como no lo hace
Magneto, es una clara señal de sensatez.
Lo que no
hicieron los opositores políticos, lo hizo esta compañía.
Vergüenza
ajena.
No hay una
lucha “judicial” entre Clarín y el Gobierno.
Hay una incompetencia
esencial de un monopolio empresario con la democracia, que es distinto.
Las formas
jurídicas que expresan esa lucha se corresponden a esta etapa, superadora de
aquella que dejamos atrás y que se expresaba con tanques en las calles.
El poder
económico concentrado, la costilla civil del genocidio, el pesado del barrio,
el que pensaba por vos y en nombre tuyo, ese poder está librando sus últimas
batallas contra la República.
Ese
monopolio siempre fue así. La diferencia es que ahora se nota por que hay un
pueblo, un gobierno y un proyecto de país inclusivo que ya no tolera ser una
democracia tutelada por los poderes fácticos.
El salto
cualitativo es ese.
Casi que empezamos
a acostumbrarnos a ver un gobierno que se enfrentó a los más poderosos entre
los poderosos. Y el Grupo Clarín no será una excepción en ese camino.
Algo se ha
roto para siempre en el país: el vínculo servil de la democracia con el
monopolio Clarín.
Ello incluso,
pese al lamentable rol de los opositores.
El otrora
poderoso Grupo de Ernestina H. de Noble y Héctor Magnetto se había mal
acostumbrado a escribir la agenda y el guión de los funcionarios públicos, de
los legisladores, del panadero de la esquina, del taxista, del carnicero, de la
vecina de ruleros que, escoba en mano, comentaba en la vereda “es terrible lo
que está pasando y nadie hace nada” y si le preguntabas “¿quién se lo dijo?”,
respondía inocente: “Está en la tapa de Clarín”.
Al país de
Clarín ya no se vuelve.
Más allá de
este 7D y de los 7D que habrá que afrontar en adelante, hay procesos colectivos
culturales donde los vientos de la historia cambian de una vez y para siempre. Sucederán
avances y retrocesos. Marchas y contramarchas. Ofensivas, defensivas y
contraofensivas varias.
Pero lo que
maduró desde abajo, desde las raíces de la sociedad, desde los protagonistas
del cambio de época, eso no se puede borrar así nomás.
A sólo un
día del gran día conviene reafirmar que estamos asistiendo a la más bella
poética que puede escribir una nación y un pueblo: su eterna lucha por la
palabra, que en definitiva, es la lucha por lo que la palabra nombra.
Libertad.
Democracia. Soberanía. Justicia. Independencia. Inclusión. Pluralidad.
El 7D es
una construcción de todos.
Seamos
dignos de ella.
El Argentino, jueves 6 de diciembre de 2012
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