Hay que
valorar el fallo de constitucionalidad de
la ley de medios en su justo contexto: el 54 % de los votos a Cristina, el 7D y
la Plaza llena el 9D.
Hay que
aprovecharse pedagógicamente de la maravillosa muestra de expresión popular del
domingo pasado para entender el cuadro de situación real de la Argentina.
Hay que
evitar que los hechos se sucedan vertiginosamente sin que reflexionemos sobre
ellos, sin estudiarlos a fondo, sin debatirlos, sin aprender de ellos. Sólo así
evitaremos el peligro de flotar sobre la mera superficie.
Hay que
darse a la tarea de arrojarse a mar abierto y bucear profundo en la realidad de
nuestros días.
Es obra de
todos entender que estamos en medio de una etapa crucial de nuestro devenir
como pueblo y como nación y que por tanto, debemos acometer la tarea de
estudiar los hechos en su hondura histórica y no abordarlos como sucesos judiciales
espasmódicos.
Por que no
lo son.
El pueblo
en su conjunto y las diferentes expresiones de sus clases sociales, están
nuevamente juntos y al mismo tiempo, marchan solitos en la transformación que
esperanzadamente encarnan.
Nada bueno habrá
que esperar de los sectores opositores ligados por diferentes motivos a los
intereses de las minorías parasitarias que pujan por hacer trastabillar el proyecto
político gobernante para asestarle, si pueden, un golpe letal en la primera
oportunidad que se les presente.
No es
pesimismo, es apenas realismo.
Si bien
esos sectores, aun los que se dicen recalcitrantes opositores, están
contemplados en este proyecto de inclusión del país, se hace evidente que por
decisión propia o de los poderosos que le escriben la agenda, entraron en una
etapa de quiebre con la realidad que les impide cualquier entendimiento con el
país real.
Para ellos,
no hay dialogo posible con la realidad; sólo plantean una oposición que, por
diestra o siniestra, siempre está furiosa.
Por eso su
punto de quiebre no fue el 8N, sino la valoración reaccionaria que hicieron de
la alegre y masiva Plaza del 9 de diciembre.
La prueba
fue que reunieron a sus expresiones dirigenciales un día después y parados
en la soberbia de cinco dirigentes
políticos, acusaron de “sectarios” a un millón de ciudadanos.
Antes,
fueron las seis millones de personas movilizadas en los festejos de
Bicentenario. ¿O también fueron seis millones de “sectarios” para la oposición?
Las
políticas producidas por el proyecto nacional y popular han venido creando una
cultura democrática inclusiva en todos estos años y cuya última manifestación
corporal y visible fue la movilización del día 9.
La confrontación
opositora no crea cultura; la construcción del pueblo y su gobierno, sí.
Esta conceptualización
y la caracterización de los sujetos que protagonizan el cambio en marcha, es lo
que nos lleva a seguir insistiendo que el amplio, complejo y heterogéneo
espacio kirchnerista está conformado por trabajadores, por sectores muy
humildes y por amplias franjas de clases medias que ven representados y expresados
en el rumbo del gobierno nacional muchas de sus aspiraciones de clase social.
Son los que
pudieron aguantar de pie la más feroz balacera mediática del siglo.
La
cantinela de que “la clase media está enfrentada al kirchnerismo” es una
operación política inducida por quienes fabricaban, hasta ahora, el sentido
común de los argentinos.
Esas clases
medias participan del proyecto de país conducido por Cristina.
La Plaza de
Mayo del 9 de diciembre fue el 54 % de los votos por otros medios.
Claro que el
absoluto no existe. No estamos diciendo que todas las clases medias participan
del proyecto; pero sí afirmando que sus expresiones más dinámicas, más
representativas, más de vanguardia cultural, son partícipes de este proyecto.
Recordemos
un momento de aquel día maravilloso: sube al escenario Fito Páez. Ovación desde
los cuatro costados de la Plaza. Canta tres de sus más bellas canciones y ese
pueblo canta con él.
Presentan a
Cristina por los altavoces y ese mismo pueblo corea su nombre y canta que “si
la tiran a Cristina al bombo va a haber quilombo…”.
Luego nombran
a Perón: ovación. Nombran a Kirchner: ovación. Nombran al ex presidente Alfonsín:
ovación. Nombran a Madres y Abuelas: ovación.
Saque usted
sus propias conclusiones.
No existió puja
violenta alguna entre las columnas organizadas que agitaban sus banderas y
consignas. No existió divorcio alguno entre todas ellas y la marea humana que
las cobijaba por todos los costados. No hubo ningún incidente. No volaron
piedras. Nadie fue insultado.
Esta conducta
traducida a categoría política, se llama proyecto de país en paz, unidad y
organización.
Traducida a
categoría cultural, se llama amor.
El liderazgo
de Cristina articula la voluntad del dirigente social, del militante de base y de las
miles de familias que esta vez fueron a participar del acto y no a husmear en
él.
Así, la
distancia entre el proyecto nacional y popular y la oposición es tal, que
mientras el gobierno convoca y moviliza a un millón de personas, construye caminos,
escuelas, represas y coloca satélites en el cielo, los opositores se encierran en
un cuarto con la SIP y con el Grupo Clarín.
Quizá la
impotencia los siga arrastrando a un mayor aislamiento, lo que aumenta la necesidad de avanzar en la organización de la
militancia popular, habida cuenta que se impone en esta etapa, abrazar y
sostener institucionalmente los profundos cambios en el nivel de conciencia de
la sociedad y que se expresan en un nuevo sentido común que se ha echado a
andar sin el tutelaje de los antiguos dueños de los diccionarios.
El derrumbe
de las instituciones anacrónicas y el estallido de las falsas conciencias se dan
siempre ante hechos puntuales.
El masivo
rechazo e indignación social contra el fallo absolutorio en el caso de Marita
Verón es una muestra dolorosa de ello.
Que para
eso sirva la unidad y la organización; para que este salto cualitativo que da
la democracia se torne irreversible.
Miradas al Sur, domingo 16 de diciembre de 2012
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