Elisa
Carrió, diputada nacional y otrora joven funcionaria de la dictadura cívico-militar,
fue la primera que llamó a sitiar el Congreso para impedir que funcione ese
poder de la República.
Ayer se
supo que la siguieron atrás: Moyano, el PRO, el FAP y otros opositores.
Muy grave.
Pero no sorprende. Por que si uno rasca el fondo de las cacerolas que tronaron
el pasado 18 de abril se encontrará con carteles y voces que clamaban por lo
mismo y un poco más.
¿Qué hacer
ante tanta furia desbocada? ¿Callarse? ¿Mirar para el costado? ¿Preguntarse si
no habría que dialogar con esos sectores del odio y la reacción?
Hay que
hablar. Y decir las cosas como son: Eso es fascismo.
Como bien
lo calificó el diputado Agustín Rossi.
No estamos
ni estaremos jamás tallados de la misma madera.
Por el
contrario, a lo largo de la historia ellos pusieron el hacha y nosotros el
árbol y la savia derramada.
Y aún
seguimos brotando.
Los que así
se manifiestan en estos cacerolazos no representan a la clase media; se nutren
de ella, pero no expresan a los sectores medios que hoy, precisamente, se
identifican con el proyecto de país que lidera Cristina.
Hay analistas
políticos que confunden. Diagnostican tan mal los escenarios sociales que
terminan por proponer siempre lo mismo: izar bandera blanca y rendir el amor y
la esperanza.
No se
equivoquen: los violentos que reivindican a la dictadura no son “La clase media”;
son golpistas.
¿O los que
acorralaron al militante del PRO frente al Congreso qué eran?
El joven
quiso defender con su cuerpo la integridad del Parlamento.
Y lo
quisieron linchar en pleno centro de Buenos Aires al grito de: “Ese es de La
Cámpora”.
No es una
exageración lo que se describe. Es lo que pasó.
Las voces
que, alentadas por los medios monopólicos insisten con denominar como
“dictadura” al gobierno democrático, lo deberían saber.
La
verdadera dictadura, conducida desde la Sociedad Rural de Martínez de Hoz, gobernó
con las demandas que se manifestaron el 18 A eliminando retenciones y liberando
el mercado y el comercio interno para que los grandes empresarios se coman a
los chicos.
La sangrienta
dictadura liberaba las calles para que los grupos de tarea encarcelen, secuestren,
desaparezcan y asesinen.
La verdadera
y sangrienta dictadura hubiese provocado un baño de sangre ante una marcha de
caceroleros, mandando los caballos, los tanques y los fusiles para que maten a
todos.
¿Cómo
pueden ser tan analfabetos políticos los que siguen llamando “dictadura” a un
gobierno de la democracia?
Sólo el
odio lo explica.
Están
nerviosos. Están desorientados. Les queda apenas el show de los domingos de
Lanata.
Muy poco
para disputar en democracia.
El Argentino, lunes 22 de abril de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario