sábado, 6 de abril de 2013

La tragedia y la política en el ojo de la tormenta




La tragedia es el origen y la razón de ser de la política.
Ahora que estamos dolidos y rabiosos por las muertes y las víctimas del temporal de lluvia en La Plata y en la Ciudad de Buenos Aires.
Ahora que denunciamos las obras que no se hicieron y ni siquiera limpiaron la alcantarilla de la esquina.  
Ahora que los miserables se muestran sin tapujo como lo que son.   
Ahora que la tragedia es usada para reforzar el odio contra el gobierno de Cristina y salvar en simultáneo la imagen amarilla de Macri y sus ministros paseanderos.
Ahora que nos duele hasta los huesos la muerte de Lucila Ahumada, la Abuela de Plaza de Mayo ahogada en el temporal, como nos duele y repugna que un titular de Clarín la desaparezca bajo el agua como hicieran con su hijo.
Ahora que la TV se encarga de saturar  la pantalla con un dolor impotente y carga contra la política, en general y La Cámpora, en particular, mientras resalta la caridad anónima como única respuesta posible ante semejante drama.
Ahora es tiempo de preguntarnos entre todos para qué carajo sirve la política.
Cuando Néstor Kirchner supo que iba derecho a la Rosada y que urgente debía armar equipos de gobierno y tomar decisiones trascendentes, supo por sobre todas las cosas, que debía lidiar con la tragedia que heredaba de una democracia a la que hacía tiempo le habían vaciado los ojos.
Para que la mirada sea propiedad exclusiva y excluyente de los poderosos que escribían la agenda pública.  
La dictadura se había encargado de la faena vaciadora. La democracia tutelada la completó.
En el 2003 veníamos de la peor tragedia humana que haya afrontado jamás nuestro país. Veníamos de los 30 mil desaparecidos; el hijo, la nuera y el nieto o la nieta de Lucila entre ellos, pero también de un país con las costillas quebradas y la médula social fragmentada hasta el tuétano después de aquel diciembre del 2001. ¿Y qué hizo Kirchner? Se hizo cargo del conflicto y la tragedia hasta elevarlos a la categoría de razón de ser de su acción de gobierno.  No modeló el conflicto y mucho menos lo negó. Se hizo cargo con lo poco que tenía y se largó al camino sabiendo que desde algún lugar de la memoria popular se reconstruiría una hoja de ruta para renovar la esperanza colectiva.    
Y  empezamos a andar.
Este proceso político abierto en la Argentina y en América Latina se construyó del mismo modo, sobre la desesperanza y las arcas agotadas por el neoliberalismo dominante durante varias décadas.   
La tragedia, entonces, estuvo en el origen de la recuperación de la política y por eso mismo, la política fue entendida como la épica de un pueblo. Si así no hubiese sido, si Kirchner se hubiese escudado en la magra relación de fuerzas que lo asistía, no habríamos dado ni un paso para la reconstrucción de un país literalmente devastado.
Cristina fue aún por más. Salidos de aquel pozo original era consciente que los poderes fácticos que provocaron la tragedia colectiva desde 1976 en adelante, andaban vivitos y coleando entre nosotros. Había que ir por ellos para redistribuir la riqueza y el ingreso. Había que juntar más fuerzas con los países hermanos en la Patria Grande. Había que reparar derechos e inventar otros nuevos que no estaban inventados.
La lista es larga y cada cual está en su sano juicio de confeccionarla a su antojo. Lo cierto es que crecimos en casi todos los frentes. Argentina es el país que más creció en el último lustro superando cualquier record en su propia historia de 200 años.
Pero las tragedias son partes constitutivas de la condición humana. Irreparables. Dolorosas. Angustiantes. Y  tan desbordantes como el Arroyo Del Gato del barrio Tolosa en la ciudad de La Plata.
Y es aquí donde nuevamente aparece la política como acción o inacción.
Y es aquí donde la anti-política de los medios es la política vacía de pueblo y militancia; como si la caridad de los poderosos se reservara el derecho de admisión. Una canallada tan profunda como la de los funcionarios y políticos ausentes al momento que más se los necesitaba.
Con este punto de coincidencia haremos una patria, diría Jauretche.  
Allí está Cristina chapoteando el barro junto a los vecinos. No se quedó en el cálculo de si convenía o no para su imagen exponerse a alguna que otra puteada de una vecina angustiada. No se atemorizó ante el informe que le indicaba que había patotas violentas de una derecha extraviada  esperándola para provocarla si pisaba el territorio de la desolación. Se mandó. Y se abrazó con todos.
Repasemos nuevamente ese momento porque allí estuvo en vivo y en directo la política. Todo lo demás es puro palabrerío. 
Algo semejante sucedió con Alicia Kirchner, con Sergio Berni y con la militancia kirchnerista de La Cámpora, Kolina, Movimiento Evita y Unidos y Organizados. 
Ahora viene un desafío mayor ya que no se trata de ser caritativos hoy e indolentes mañana. Ni se trata de provocar la lluvia y después repartir paraguas. Ni se trata de imponer conductas antisociales y anti-solidarias y declararse después  compasivos con los inundados.
Hacer política es transformar la realidad con el infinito amor de los más humildes.
Una sociedad democrática movilizada y participativa será garantía de continuidad en la acción transformadora.
Un Estado nacional que esté presente siempre y mucho más a la hora que suenan las alarmas del desamparo, que abraza, que asiste, que denuncia, que representa a los que más sufren, es la otra garantía.
Y la principal garantía, quizá, sea ese piberío militante que trajina el barrio de sol a sol todos los días del año y que cuando ocurre una tragedia como esta, reparte frazadas, agua y pañales, mientras contagia la necesidad de organizarse territorialmente para evitar en el futuro otro dolor así.
La política ya no se avergüenza de sí misma, por eso usa pecheras con orgullo y dignidad.
Una tragedia nos puede quebrar o nos puede hacer crecer. Al fin y al cabo, somos lo que hacemos con nuestras propias  tragedias.
Felizmente, hay voluntad suficiente para seguir haciendo un país más justo. 

Miradas al Sur, domingo 7 de abril de 2013

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