La
Presidenta hablaba en la Casa Rosada anunciando obras para Tucumán y otros
municipios del país federal.
De pronto se
acordó de una película donde trabajó ese gran actor que fue Carlos Carella y
que la dirigió Gerardo Vallejo, un director comprometido con su tiempo.
Y no sé por
qué, o quizá sí, me pareció interesante en este día convocar a la memoria aquella
Argentina dolida que retrató Vallejo.
La dictadura
arrasó Tucumán como al resto del país y un poco más aún.
Los
genocidas Bussi y Menéndez perfeccionaron la maldad impuesta por la dictadura
de Onganía, que fue antesala del terrorismo de Estado impuesto por Videla,
Massera, Grafigna y Martínez de Hoz.
Se cerraron
los ingenios azucareros y se abrieron las cárceles y los nichos de detención clandestina.
La faena comenzó en la previa del 24 de marzo de 1976. Después se multiplicó. Miles
de muertos y desaparecidos. Entre ellos el abogado de la FOTIA que retrata
Vallejo y el propio Secretario General del sindicato, Atilio Santillán.
En el film
la esposa de aquel abogado desaparecido vuelve del exilio con su pequeño hijo, huérfano de aquel padre, el abogado laboralista,
pero iluminado por la voz y la presencia de un abuelo sabio, que era el
personaje de Carella. Y juntos reconstruyen el rostro y la historia del padre,
del niño, del abuelo y de ese digno pueblo tucumano.
Y el abuelo
enseña, entonces, que el rigor del
destino de los pueblos es seguir apostando por la vida y en especial, por la
dignidad de esa vida.
Más o menos
por aquí transcurre esta película, que
para muchos de nosotros, sigue siendo una obra mayor del arte y la ternura.
En un día
como hoy se impone la pregunta y la reflexión: ¿quiénes somos nosotros en esa
trama colectiva?
¿Somos acaso
el abuelo, el hijo asesinado, su mujer, el nieto o el pueblo embanderado
luchando por sus derechos y por su propia vida amenazada?
Y la verdad
es que somos todos ellos.
Pero volvamos
a mirar lo sucedido en estos días en la ciudad de La Plata para saber de verdad
quiénes somos y queremos ser.
¿En serio
que no te emocionas con tanto piberío limpiando calles y zanjas en un humilde
barrio inundado?
¿En serio
que no te conmovés con esos mismos pibes cantando sus consignas de amor y lucha
al fin de la jornada de trabajo solidario?
¿En serio no
te da vergüenza hundirte en tu egoísmo, en tu odio visceral contra un país que
renació de sus cenizas y que más allá de banderías políticas es el país de
todos?
Quizás
nuestro rigor del destino es ser cada vez más felices.
Aunque democratizar
la democracia provoque tanto ruido en esa
derecha que hoy convoca al odio.
El Argentino, jueves 18 de abril de 2013
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