El 14 de
abril de 2002 el Comandante Hugo Chávez fue rescatado por su pueblo y por su
Ejército de los oscuros calabozos del olvido y el destierro al que lo
habían confinado los golpistas cívico-militares
venezolanos.
Fue un punto
de inflexión para la nueva democracia latinoamericana.
Como se
habrá notado, no decimos venezolana, solamente.
Sin embargo,
el golpismo continuó trajinando el continente con su afán desmoralizador,
despolitizador y ajustador de cuentas.
Allí están
para demostrarlo los gobiernos populares de Bolivia, Ecuador, Honduras y
Paraguay.
Está
faltando un desempate en esta zaga. ¿Cuál será el próximo intento? ¿Argentina
quizás? ¿O pensamos seriamente que no habrá más penas ni olvidos y que todos
entendimos que el pueblo y su democracia son lo mejor que tenemos en este lugar
del mundo? ¿En serio alguien piensa así?
Cuidado. Una
cosa es no pisar el palito de ninguna provocación destituyente y otra cosa muy
distinta, es esconder la cabeza como el avestruz.
De todos
modos, si se animan, será la definitiva derrota política y cultural que
sufrirán las derechas en todo el continente. Si algo de inteligencia les resta,
llegarán hasta la raya pero no la pasarán sabiendo lo que hay del otro lado: una
sociedad que quiere vivir en paz y en democracia, un movimiento popular unido y
organizado y un claro y firme liderazgo de Cristina.
No es poco
cosa.
Este 14 de
Abril la vida se juega otra partida decisiva en Venezuela. Ganará Nicolás Maduro
y con su victoria, triunfará toda la región.
Chávez,
igual que Kirchner aquí, nunca se irá de su pueblo.
En la
Argentina vivimos nuevamente un punto de inflexión. Repasemos el tablero para
poder apreciar la posición de los protagonistas de esta coyuntura.
La derecha,
como categoría política, es una versión del golpismo en casi toda América
Latina. Las excepciones, que las hay, no hacen más que confirmar la regla. Y
esa derecha está furiosamente alborotada. En general siempre lo está, pero
hay veces que el cuadro político social no le da pie para mostrarse tal como
es.
La oquedad
de Elisa Carrió, el descrédito vertical
del discurso de Mauricio Macri, la ruptura definitiva del FAP que supo liderar
Hermes Binner, la inevitable dilución fisiológica del conservadorismo
“pejotista”, la feroz interna que atraviesa la UCR, sumado a la no aparición de
un nuevo liderazgo de ese espacio en estampida, hacen suponer que la
fragmentación opositora en el campo político continuará su irremediable destino
de derrota tras derrota. Ese peligro fue advertido desde la cabina de mando de
Magneto hace mucho tiempo. Y no se equivocaban. Y eso mismo es lo que ven ahora
las huestes violentas y antidemocráticas de la patronal rural. Por eso dicen lo
que dicen. No hay en ese sector excesos de vocabulario, sino ausencia de
conductas civilizadas, que es otra cosa.
Ellos son lo que dicen sus palabras. No
tienen al lenguaje de eficaz intermediario, así como no tienen una “clase
política ganadora” que debía representarlos. Ellos son su lengua. Y esa lengua
está pidiendo nuevamente revancha. La impotencia les viene por no tener
instrumentos eficaces para modificar el rumbo del proceso político. No tienen
partido político con un claro liderazgo unificador. Los cuarteles sólo se abren
para ir en ayuda de los inundados. Y lo
que es peor: van a contramano del proceso histórico que viven y protagonizan
las mayorías. Porque es el pueblo el que
determina el espacio y el tiempo donde se inscriben las políticas del modelo y
el proyecto de país que lidera Cristina.
La crisis de
hegemonía los corroe por adentro, al punto de caer en la contradicción casi
grotesca de querer construir un liderazgo político que “eche al kirchnerismo”,
negando a la política y a los políticos. Lo dijeron el jueves en el Congreso frente
a un grupo de notables diputados opositores los caceroleros que convocan para
este jueves próximo: “queremos que dejen ser políticos y sean ciudadanos”.
¿Porqué vía
entonces si no es la política? ¿Por la violencia y la provocación? ¿Por el voto en blanco? ¿Por el exilio en
masa?
Ya estamos
avisados que la campaña anti política que desarrollaron tenía como único fin
vaciar la democracia de representación para ir después, por el medio que sea,
contra el gobierno popular. Con corridas cambiarias, dólar ilegal, sobreprecios
e inflación, hechos de violencia callejera, provocación verbal, obstrucción
parlamentaria.
¿Y? ¿No es acaso lo que vienen haciendo desde
el 2008 hasta acá?
No se trata
de subestimar a nadie y mucho menos a sectores que llevan el odio y la
violencia en el ADN de su historia de clases privilegiadas.
Se trata sí
de valorar correctamente el salto cualitativo que dio este pueblo organizado.
Vayamos hoy
a La Plata y lo veremos en vivo y en directo. Aproximadamente 10.000 militantes
de todo el país se dan cita desde ayer, nuevamente, a trabajar organizada y articuladamente con
las fuerzas del Estado en ayuda de los sectores sociales afectados por el
temporal del 2 de abril.
¿En qué
clave hay que leer e interpretar lo que allí se ve?
Si la
derecha dice y escribe que están entrando a la fase final de su embestida,
diremos entonces y en la vereda opuesta, que el pueblo entró a recorrer los
primeros tramos de una nueva etapa en la construcción de una nueva democracia.
Después de
lo vivido y lo sufrido en estos días, nadie saldrá igual de esta experiencia.
Ni los
militantes del oficialismo ni los soldados, suboficiales y oficiales de las
fuerzas armadas que participaron del magno socorro solidario ni los vecinos
afectados saldrán igual.
Saldrán
mejores personas que antes.
La derecha es
impotente si no puede presentar cautelares para frenar el progreso social.
Les queda sólo
la foto del Clarín y La Nación del día siguiente.
Por el
contrario, los miles de militantes que en La Plata y a lo largo y ancho del
país expresan una nueva energía social y un amor a cuatro manos, están
escribiendo la historia, la de ellos mismos y al hacerlo, reescriben la
historia de una nación y un pueblo.
Miradas al
Sur, domingo 14 de abril de 2013
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