Cuando el agua escurrió de su vivienda, en La Plata,
apareció el cuerpo de Lucila Ahumada, ahogada por el metro setenta de agua que
la ocultó dos días en un rincón de su casa.
Abuela de Plaza de Mayo, Lucila vivía para buscar a su hijo,
Daniel, a su nuera Noemí y a su nieta o nieto nacido en cautiverio, desde el 2
de noviembre de 1977.
Tenía tanto por hacer junto a otras Madres y Abuelas, por encontrar
su descendencia y por seguir luchando
como lo hizo siempre.
Pero el temporal hizo con su cuerpo lo que no pudo el dolor
que llevaba en la mirada.
Alguien tendrá que responder, más temprano que tarde, por
esta muerte y las otras. Pensar lo contrario, sería naturalizar las
consecuencias de esta tragedia, una manera de olvido, una forma de mirar para
el costado y resignadamente decir: “pudo haber sido peor”.
Lo dicen de otro modo las Abuelas:
“La política y la sociedad civil tendremos que hacernos
cargo de fijar los criterios de previsión y prevención para que en adelante,
ante futuras contingencias en ocasiones inevitables, los daños y las pérdidas
sean menores, para que no se repita nunca más tanto dolor”.
En estos días sucedió lo previsible en este tipo de
tragedia. Lo mejor y lo peor de la condición humana quedó en fractura expuesta.
La Presidenta se abrazó con los afectados por el temporal,
así en La Plata como en la Ciudad de Buenos Aires, con el compromiso de no
dejarlos solos.
Lo mismo hizo la ministra Alicia Kirchner y el Secretario
Sergio Berni en nombre del Estado.
La Red Solidaria actuó con la eficiencia ya conocida.
Y el pueblo dio el presente como tantas veces.
Pero nos conmueve lo que no se ve en las pantallas de TV: la
solidaridad organizada de los jóvenes militantes de las organizaciones
políticas y sociales.
¿Por qué? Por que no hacen caridad con los más necesitados.
No ponen la cara para la foto y después “si te he visto no me acuerdo”. Dicho
esto sin desmerecer la ayuda caritativa de nadie. Todo es necesario en momentos
así. Pero la acción solidaria que ejerce el militante con su pleno humanismo,
alumbran un país mas inclusivo y justo. La política sirve para eso o no sirve. Es
una diferencia.
Una cosa es el gobernante que pone el cuerpo y el alma ahí
donde anida el dolor sabiendo a lo que se expone y otra cosa es el político
experto en duras batallas televisivas o poses actorales en afiches gigantes que
invitan al odio y la negación del adversario, pero que no aparecen ni en
figurita cuando más se los precisa.
Por eso, un Estado cada vez más presente, una democracia
participativa y movilizada y una organización popular en constante crecimiento,
son la mejor defensa a construir en medio de esta tragedia.
El Argentino, viernes 4 de abril de 2013
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