Nicolás
Maduro asumió en Venezuela. La UNASUR se fortaleció en el Perú. Y el 18A pasó
por la Argentina.
Por estas
huellas tan diferentes estuvo la vida esta semana.
Diremos en
primer lugar que el golpismo destituyente anduvo de cacería por la región en
estos días. No se llevó nada; gracias a la templanza de los pueblos y sus
gobiernos.
Pero que
anduvo, anduvo.
Venezuela
fue el epicentro de la última intentona. Jugaron fuerte los golpistas. Que el gobierno
de los EE.UU. no haya reconocido a tiempo el proceso democrático y el orden
jurídico institucional venezolano, no es una mora cualquiera. Es la rúbrica
final de una campaña política que encabezó Capriles y los intereses
corporativos que él representa.
Saquemos
enseñanza de ese pueblo hermano.
Aguantó de
pie y sin fragmentarse el tremendo impacto de la muerte de su líder, el
Comandante Hugo Chávez. Habrá que hacer memoria a la hora del balance y anotar
la expectativa que abrigaban desde adentro y desde afuera del país bolivariano aquellos
que pujaban o temían una guerra sin cuartel por la herencia del mandato. ¿Y qué
ocurrió? Lejos de debilitarse esa unidad, el componente organizado de la
revolución chavista estrechó filas al pasar esa cornisa que fue del magno
velatorio al día de las elecciones. Se ganó con lo justo. Pero se ganó. En la
banquina quedaron los sectores sociales que sólo se sumaban cuando vivía el
Comandante y los perezosos y los confiados en creer que las urnas estaban
resguardadas con el aliento del chavismo y no era necesario concurrir a votar.
Y también aquellos
que seguramente no acordaron con el nombre de Maduro, su mensaje y su estilo.
La
violencia llegó como un argumento necesario para deslegitimar la victoria. Está
escrito en cualquier manual de la derecha latinoamericana. Si no pueden ganar,
salen a desprestigiar y embarrar la cancha. Y en este caso la ensangrentaron
con varios muertos y heridos.
El alto
mando chavista respondió con sabiduría: garantizar el orden sin perder la
cordura. Evitaron el caos provocado por Capriles; no fueron funcionales a él. Y
así pudieron salir rápidamente de la emboscada letal que se preparaba.
La guerra
civil no aconteció porque las mayorías se negaron a bajar de las barriadas
cumpliendo así las instrucciones del presidente Maduro.
Es un
proceso abierto el de Venezuela, como son todos los procesos de cambio. Pero
hay un hilo conductor de su fortaleza que lo une a toda la región: la
existencia de la UNASUR, el MERCOSUR y la CELAC.
Y ese fue el
signo de poder colectivo que se escribió en la madrugada del 19 de abril en
Lima, Perú. Ahora nadie puede llamarse a engaño. No se reunieron los
presidentes aprovechando un recreo en la fiesta de asunción presidencial en
Caracas. Se reunieron en Lima, una noche antes, precisamente para demostrar
ante el mundo, el poder regional soberano que se ha construido en estos últimos
años.
“Si tocan a
Venezuela, nos tocan a todos”, ese fue el mensaje de los mandatarios. El viejo
sueño de los Libertadores, la América unida en la Patria Grande, es una
realidad.
Pero ojo,
que esta construcción es una tarea permanente. En democracia, como en la vida
toda, no hay una victoria de una vez y para siempre.
En la
diversidad de sus pueblos y gobiernos está esa fortaleza. Y este concepto es el
que se afianzó en Lima con la presencia de Evo, Piñera, Dilma, Santos, Mujica,
Ollanta y Cristina, más otros representantes de la región.
Vale hacer
un repaso del discurso de asunción de Nicolás Maduro.
En especial
cuando advierte la infección de odio y revanchismo de clase que desató la
derecha en Venezuela y que pretende extender a otros países.
Y aquí te
quiero ver, Argentina.
El 18A hubo
muestras elocuentes de intolerancia política. Habrá que estar atentos. La paz
debiera ser no un mero estado de ánimo, sino una categoría política y cultural
imprescindible e innegociable para nuestra convivencia.
Dicho esto,
decimos: la antipolítica desnudó en las calles de Buenos Aires y otras ciudades
del país, la orfandad política de la oposición.
Si la
politización de la sociedad es un peldaño mayor en la cultura de los pueblos, la
apolitización, en cambio, es la expresión del analfabetismo político.
Ni esta vez
ni las anteriores salieron a protestar por lo que falta avanzar en el camino de
recuperación de la justicia, del trabajo decente, de más y mejor producción, de
más y mejor consumo interno. Salieron a protestar por lo bueno que se ha hecho
desde el 2003 hasta el presente.
Les molesta
la inclusión social de los más humildes. Les molesta la integración a la Patria
Grande. Les molesta la hermandad con la Venezuela Bolivariana. Les molesta la
igualdad y sus consecuencias.
Pero están
en problemas hoy mucho más que en el 8N, porque ahora se demostró en vivo y en
directo, con los referentes partidarios marchando desorientados en esa masa
inconforme con la dirección de los vientos que hoy gobierna, que ni siquiera
tienen un Capriles y que ni siquiera sumando a los partidos políticos de la
oposición pueden construir un nuevo liderazgo.
Es peor
aún: la suma de estos referentes les restó fuerzas y energías a esta última
marcha opositora.
Una marcha,
cualquiera sea, tiene dos efectos inmediatos: interpela a unos y apoya a otros.
Este 18A no
interpeló al gobierno sino a la oposición para que lo represente.
Y apoyó
políticas que se corresponden con un proyecto de país que está en las antípodas
del que lidera Cristina.
No es que
el gobierno no los escucha, sino que escucha a los que nunca antes fueron
escuchados; que es muy distinto.
Por eso este
18-A deberá cotejar fuerzas con el proyecto nacional y popular en elecciones
libres.
Antes
deberán convencerse que ni el Grupo Clarín ni el diario La Nación ni el showman
Lanata entran por la ranura de una urna. Sólo entra el voto ciudadano.
Que no
hayan utilizado esta energía imitando el ejemplo que la militancia juvenil del
kirchnerismo expresó en La Plata, demuestra tristemente que están en el reverso
de la solidaridad.
Miradas al
Sur, domingo 21 de abril de 2013
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