Hay varias
cuestiones para analizar, tratando de entender lo que nos viene pasando.
El sistema
político argentino estalló en diciembre del 2001.
Lo admiten
todos los dirigentes partidarios y mediáticos, de la boca para afuera.
Pero resulta
que el movimiento nacional y popular, primero de la mano de Néstor Kirchner y después
de Cristina, fue el único espacio social que logró reconstruir su tejido,
interpretar el momento histórico y transformar la realidad.
Los demás
sectores y actores, sin excepción, siguen volando por el aire sin poder dar pie
con bola.
Otra
cuestión.
El
kirchnerismo es la suma de las clases medias, los trabajadores y los sectores
más humildes de la sociedad. El proyecto de país liderado por Cristina los
amalgama a todos con políticas de gestión de gobierno y con la dinámica que le imprime
a la etapa la creciente participación de la juventud.
Sin
embargo, o quizás porque saben que esta descripción es la pura realidad, el
Grupo Clarín instala la falsa idea que en los cacerolazos “se expresa la clase
media” como un todo. Falso de toda falsedad. En esas concentraciones llenas de
odio y vacías de propuestas, se expresan las clases más ricas acompañadas, como
históricamente pasó, por sectores reaccionarios que por derecha o por
“izquierda” aprovechan la volada para subirse a la carroza.
Otra.
En una
democracia cada vez más participativa y con un gobierno que representa
genuinamente sus intereses y que demuestra tener muy en claro hacia donde va,
los pueblos no retroceden. Avanzan siempre. Es entonces cuando la memoria
colectiva se expresa en las franjas juveniles y no en la franja etaria más
envejecida culturalmente.
El poder
monopólico lo sabe y por eso mismo, utiliza la campaña del miedo y el desánimo
en los intersticios de cada coyuntura para desbaratar la participación juvenil
cada vez más significativa.
Otra.
Las
movilizaciones sociales, sean estas pequeñas, medianas o masivas, están en
condiciones de mover el amperímetro de la realidad cuando son capaces de
entusiasmar a un grueso de la sociedad en torno a tres o cuatro ideas centrales
propositivas y superadoras del cuadro institucional que se está cuestionando y
condenando.
¿Alguien
escuchó alguna idea nueva y superadora de la oposición en sus distintas
versiones parlamentarias o caceroleras?
Otra.
La América
Latina se mueve desde hace unos cuantos años a esta parte, Lula, Chávez y
Kirchner mediante, del centro hacia la izquierda. ¿Cómo correr entonces por esa
franja a un gobierno como el de Cristina? De manera tal que los únicos espacios
que siguen vacíos para ocupar, son del
centro hacia la derecha. Y siguiendo con este razonamiento, se impone
otra pregunta: ¿Dónde está él o los dirigentes opositores con lustre
“republicano” que puedan competir con alguna chance en esa competencia?
La derecha
agotó su cantera cuando se quedó sin cuarteles, sin la época dorada del
neoliberalismo, sin juego decisivo en su entrismo peronista o radical.
Para peor
de males, hoy está bajo la mira de la ley y la democracia su principal
conducción: el Grupo monopólico de medios.
No les
alcanza con el rezago de los que vendieron su alma al diablo, los ex combativos
del sindicalismo, devenidos en burócratas que responden al comité central del
Clarín.
Ahora,
repasemos.
El
kirchnerismo no es un partido político. Es un movimiento forjado por la
sociedad en una encrucijada histórica.
Si las
revoluciones se producen en los callejones sin salida, como decía Bertolt
Brecht, Néstor Kirchner fue el que mejor comprendió por dónde se salía de esos
callejones en los que estaba la Argentina a finales del siglo XX y principios
de este. Por eso salimos del encierro y la crisis terminal de aquel capitalismo
prebendario y financiero del 2001.
Y allí ya
no se vuelve.
La oposición
plantea, como un eco vago de Clarín y La Nación, volver como si nada a ese
pasado.
El
movimiento nacional, popular y democrático combina tres factores que, al estar
en armonía, resultan imbatibles si no se pierde la paciencia ni se asusta nadie
en la primera de cambio.
Tiene el mejor
y más representativo cuadro dirigente del país; hablamos de Cristina, obvio.
Tiene el
mejor y más cohesionado equipo de gobierno para la etapa.
Y tiene
razones muy profundas para seguir ganando, como lo viene haciendo, la batalla
cultural del Bicentenario.
Pase y
compare, como dicen los carteles de las tiendas.
¿Dónde está
el dirigente lúcido que ofrece la derecha para competir en democracia, es decir
en las urnas?
¿Dónde está
el equipo opositor que gobierne mejor que el gobierno kirchnerista? ¿El rejunte
del naufragio de la Alianza radical? ¿El rejunte del menemismo duhaldista y el
macrismo que no acierta una en la única ciudad grande que gobierna?
¿Y dónde
están las razones ideológicas, políticas e históricas que asisten a los movidos
y promovidos por Magneto y el diario de los Mitre?
No habrá
esta vez otra batalla de Caseros.
Esta vez es
cultural la batalla. Se trata de confrontar civilizada y democráticamente,
ideas, argumentos y vivir cada día mejor que el anterior.
De eso se
trata. De vivir mejor. En una sociedad mejor. Más igualitaria. Más justa y
soberana. Más latinoamericana. Y en eso el kirchnerismo le saca varios cuerpos
de ventaja a la oposición al saber leer correctamente el proyecto de país que
le hace bien a la Argentina.
El
kirchnerismo, mal que les pese a algunos, no está enamorado de manera
narcisista del proyecto de su ombligo
partidario.
Un dato que
lo ilustra: mientras la oposición suma a los Moyano, el gobierno propone a
Martín Sabbatella.
Vaya con la
diferencia.
La
oposición irá de tumbo en tumbo hasta que pueda encontrar un sistema de ideas más
complejas en términos políticos y las pueda expresar sencillamente en un nuevo
espacio democrático electoral que lo vuelva comprensible para un conjunto
social.
Hasta que
ello no ocurra, la democracia seguirá fortaleciéndose como hasta ahora, en
torno a un modelo de desarrollo inclusivo y a un proyecto de país integrado a
la región. Y de eso se hace cargo el gobierno de Cristina.
Miradas al Sur, domingo 23 de septiembre de
2012
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