domingo, 23 de septiembre de 2012

Una larga primavera kirchnerista



Hay varias cuestiones para analizar, tratando de entender lo que nos viene pasando.
El sistema político argentino estalló en diciembre del 2001.
Lo admiten todos los dirigentes partidarios y mediáticos, de la boca para afuera.
Pero resulta que el movimiento nacional y popular, primero de la mano de Néstor Kirchner y después de Cristina, fue el único espacio social que logró reconstruir su tejido, interpretar el momento histórico y transformar la realidad.
Los demás sectores y actores, sin excepción, siguen volando por el aire sin poder dar pie con bola.
Otra cuestión.
El kirchnerismo es la suma de las clases medias, los trabajadores y los sectores más humildes de la sociedad. El proyecto de país liderado por Cristina los amalgama a todos con políticas de gestión de gobierno y con la dinámica que le imprime a la etapa la creciente participación de la juventud.
Sin embargo, o quizás porque saben que esta descripción es la pura realidad, el Grupo Clarín instala la falsa idea que en los cacerolazos “se expresa la clase media” como un todo. Falso de toda falsedad. En esas concentraciones llenas de odio y vacías de propuestas, se expresan las clases más ricas acompañadas, como históricamente pasó, por sectores reaccionarios que por derecha o por “izquierda” aprovechan la volada para subirse a la carroza.
Otra.
En una democracia cada vez más participativa y con un gobierno que representa genuinamente sus intereses y que demuestra tener muy en claro hacia donde va, los pueblos no retroceden. Avanzan siempre. Es entonces cuando la memoria colectiva se expresa en las franjas juveniles y no en la franja etaria más envejecida culturalmente.
El poder monopólico lo sabe y por eso mismo, utiliza la campaña del miedo y el desánimo en los intersticios de cada coyuntura para desbaratar la participación juvenil cada vez más significativa.
Otra.
Las movilizaciones sociales, sean estas pequeñas, medianas o masivas, están en condiciones de mover el amperímetro de la realidad cuando son capaces de entusiasmar a un grueso de la sociedad en torno a tres o cuatro ideas centrales propositivas y superadoras del cuadro institucional que se está cuestionando y condenando.
¿Alguien escuchó alguna idea nueva y superadora de la oposición en sus distintas versiones parlamentarias o caceroleras?
Otra.
La América Latina se mueve desde hace unos cuantos años a esta parte, Lula, Chávez y Kirchner mediante, del centro hacia la izquierda. ¿Cómo correr entonces por esa franja a un gobierno como el de Cristina? De manera tal que los únicos espacios que siguen vacíos para ocupar, son del  centro hacia la derecha. Y siguiendo con este razonamiento, se impone otra pregunta: ¿Dónde está él o los dirigentes opositores con lustre “republicano” que puedan competir con alguna chance en esa competencia?
La derecha agotó su cantera cuando se quedó sin cuarteles, sin la época dorada del neoliberalismo, sin juego decisivo en su entrismo peronista o radical. 
Para peor de males, hoy está bajo la mira de la ley y la democracia su principal conducción: el Grupo monopólico de medios.
No les alcanza con el rezago de los que vendieron su alma al diablo, los ex combativos del sindicalismo, devenidos en burócratas que responden al comité central del Clarín.
Ahora, repasemos.
El kirchnerismo no es un partido político. Es un movimiento forjado por la sociedad en una encrucijada histórica.
Si las revoluciones se producen en los callejones sin salida, como decía Bertolt Brecht, Néstor Kirchner fue el que mejor comprendió por dónde se salía de esos callejones en los que estaba la Argentina a finales del siglo XX y principios de este. Por eso salimos del encierro y la crisis terminal de aquel capitalismo prebendario y financiero del 2001.
Y allí ya no se vuelve.
La oposición plantea, como un eco vago de Clarín y La Nación, volver como si nada a ese pasado.
El movimiento nacional, popular y democrático combina tres factores que, al estar en armonía, resultan imbatibles si no se pierde la paciencia ni se asusta nadie en la primera de cambio.
Tiene el mejor y más representativo cuadro dirigente del país; hablamos de Cristina, obvio.
Tiene el mejor y más cohesionado equipo de gobierno para la etapa.
Y tiene razones muy profundas para seguir ganando, como lo viene haciendo, la batalla cultural del Bicentenario.
Pase y compare, como dicen los carteles de las tiendas.
¿Dónde está el dirigente lúcido que ofrece la derecha para competir en democracia, es decir en las urnas?
¿Dónde está el equipo opositor que gobierne mejor que el gobierno kirchnerista? ¿El rejunte del naufragio de la Alianza radical? ¿El rejunte del menemismo duhaldista y el macrismo que no acierta una en la única ciudad grande que gobierna?
¿Y dónde están las razones ideológicas, políticas e históricas que asisten a los movidos y promovidos por Magneto y el diario de los Mitre?
No habrá esta vez otra batalla de Caseros.
Esta vez es cultural la batalla. Se trata de confrontar civilizada y democráticamente, ideas, argumentos y vivir cada día mejor que el anterior.
De eso se trata. De vivir mejor. En una sociedad mejor. Más igualitaria. Más justa y soberana. Más latinoamericana. Y en eso el kirchnerismo le saca varios cuerpos de ventaja a la oposición al saber leer correctamente el proyecto de país que le hace bien a la Argentina.
El kirchnerismo, mal que les pese a algunos, no está enamorado de manera narcisista del  proyecto de su ombligo partidario.
Un dato que lo ilustra: mientras la oposición suma a los Moyano, el gobierno propone a Martín Sabbatella.
Vaya con la diferencia.  
La oposición irá de tumbo en tumbo hasta que pueda encontrar un sistema de ideas más complejas en términos políticos y las pueda expresar sencillamente en un nuevo espacio democrático electoral que lo vuelva comprensible para un conjunto social.
Hasta que ello no ocurra, la democracia seguirá fortaleciéndose como hasta ahora, en torno a un modelo de desarrollo inclusivo y a un proyecto de país integrado a la región. Y de eso se hace cargo el gobierno de Cristina.  


Miradas al Sur, domingo 23 de septiembre de 2012

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