El país se
compone de partes diferentes.
Cuando esas
partes entran en combustión, la historia se acelera.
O avanza o
retrocede.
O más
inclusión social o más exclusión.
Dependerá
de la relación de fuerzas en cada etapa.
Es lo que
viene ocurriendo en la Argentina.
Con este
prisma analizamos la marcha de las cacerolas por un lado y la marcha del
proyecto de país que conduce Cristina Fernández de Kirchner, por otro.
Escapamos
así de la pereza y la languidez dulzona de meter la cuchara siempre del lado presuntamente
más “republicano”, ahorrando los lugares comunes de un “consensualismo” que
resulta siempre estéril e impotente.
Donde hay
tensión, hay vida. Donde hay conflictos de intereses, hay política.
Lo
contrario sería retornar al tiempo donde la democracia estaba atada al corral
de los poderosos y sólo se nos permitía acercarnos para fotografiarla o muy de
vez en cuando, sacarla a bailar.
Esta vez la
democracia está libre de ataduras y camina descalza por las calles del pueblo
con la melena al viento.
Todos
estamos libres de ataduras.
Hasta los
fisgones y miserables que dibujan tapas misóginas, reaccionarias y violentas.
Hasta los dueños del monopolio Clarín que se pasan por el traste los mandatos de
la ley y las resoluciones de la Suprema Corte.
Son todos
libres, sin miedo a nada ni a nadie.
Hasta los
que piden “seguridad y libertad”, pero convocan a la muerte de “los
aborrecibles K”.
Esa parte
de la querella histórica tiene fecha de vencimiento el 7 de diciembre próximo. Por
eso agita las aguas y las contamina de pirañas para intentar un último
mordiscón contra la larga mano de la justicia.
Por eso no
es cierto que haya sido una movilización espontánea, con el mismo odio, el
mismo desprecio de clase, la misma consigna nazi-fascista maquillada levemente
de “libertaria” para pedir como lo hicieron que se vayan “los negros”, “los
vagos”, “los peronchos”, “los que quieren que se vote a los 16”, “los que viven
fácilmente del subsidio de la Asignación Universal por Hijo”.
El verdadero
Estado mayor de la reacción en este país nunca estuvo en el edificio de Paseo
Colón o en una guarnición militar. Estuvo en la Sociedad Rural, las oficinas de
La Nación y en las últimas décadas, allí donde vomita fuego el diario Clarín y
sus repetidoras de radio y TV.
Esta última
es la nave insignia del contra ataque opositor. Desde allí operan y construyen
eso que llaman maliciosamente “la opinión pública”. Desde allí instruyen a sus
gerentes políticos, sean células activas o dormidas, a desatar temporales o
pintar de “pacifista” y “dialoguista” a Macri.
La gente
fue movilizada porque Magneto tuvo la habilidad y la contundencia de saber tocar la víscera sensible de esa parte de la
sociedad que en todo tiempo y lugar de nuestra historia se caracterizó por su
desprecio a todo lo que huela a nacional y popular.
Lo hicieron
los medios hegemónicos de turno contra Yrigoyen, Perón e Illia. Y ganaron. Los
tres fueron derrocados por las fuerzas cívicas militares en cada instancia.
Y aquí
empiezan los dilemas y problemas acuciantes para la recomposición del cuadro deseado
por el monopolio.
Porque hoy
carecen de jefes de cuarteles y lo que es peor, carecen de jefes de comités.
En
consecuencia, se da la paradoja que esa multitud convocada y estimulada por el
monopolio, es útil para golpear y provocar ruidosamente en las calles, pero sin
capacidad ni voluntad para alumbrar desde el odio una dirigencia que lo
represente. Sólo cerraría la ecuación con Magneto candidato. ¿Se animará? Si
Berlusconi lo hizo en Italia, ¿porqué no?
Esa gente
que cacerolea interpela a sus
potenciales representantes, los políticos de la oposición, marcándole el carril
por donde deberán correr: por la derecha. Siempre.
Al gobierno
de Cristina no lo interpela, sino que lo acusa, lo agrede, lo combate, quiere
que se vaya, la odian, no la pueden ver siquiera.
Hay lúcidos
intelectuales que claman “por saber escuchar y responder a esas demandas del
jueves 13 de setiembre”.
¿Cuáles
demandas? ¿Que se devalúe el peso y se libere el dólar? ¿Que se abran todas las
importaciones y no se cuide el ahorro de los argentinos ni el producto ni el
empleo nacional? ¿Que se indulten y liberen los genocidas presos? ¿Que se
anulen las conquistas sociales de los últimos años? ¿O no eran esas las
demandas escuchadas?
Hacer un
análisis correcto supone admitir que el proyecto de país que hoy nos gobierna, genera
reacciones y tiene los enemigos que le corresponden.
Cada vez
que se tocan intereses poderosos, cada vez que los jóvenes, las mujeres, los
excluidos, los diferentes, bailan con la democracia a tiempo completo, cada vez
que se avanza en la redistribución del ingreso, suceden estas cosas. Y habrá
que estar preparados para defender con argumentos tan sólidos como el cemento y
el hierro de los puentes y caminos que se construyen a diario a lo largo y
ancho del país, el proyecto de país en desarrollo.
El tiempo,
como valor de reserva, hay que administrarlo correctamente.
Esos
opositores al modelo nacional se han lanzado a correr una maratón de 100 metros
llanos. Precisan velocidad y el reloj les juega en contra. Corren en defensa de
sus privilegios y motivados por sus viejos odios de clase.
Por el
contrario, el pueblo y su gobierno protagonizan una caminata de largo aliento,
infinita casi, de relevo de postas, al trotecito a veces, al galope otras. Caminan
para construir un país más justo, más democrático, más inclusivo, más integrado
a la región.
Seamos
claros: los que gatillan cacerolas, no son un desgaje del campo popular.
Son su
antítesis. Son tropa de las minorías reaccionarias manifestando su desesperación
por ser concientes que están en una encrucijada: sus antiguos prusianos son
ancianos condenados por crímenes de lesa humanidad; sus políticos están fuera
de estado para representarlos y su jefe mediático, tiene plazo hasta el 7 de
diciembre para cumplir la ley.
Y ese día
sí que se termina la última guarida de la serpiente del miedo.
La relación
de fuerzas favorable al pueblo, llegó para quedarse.
Miradas al Sur, domingo 16 de septiembre de
2012
1 comentario:
Hermoso texto. Debería ser leído a la multitud en todos los cacerolazos.
Y podría ser,. junto con el Cristinismo, un punto de fractura, estas a favor o en contra de esta declaración. Y tanto a favor o en contra, hacer lo que cada uno pueda, desde su lugar, para que la postura a favor o en contra de este texto prevalezca.
Le podemos agregar, como condimento, la postura a favor o en contra de la reforma a la constitución, reelección incluída.
Me siento muy cómodo con ese clivaje. Aprendiendo de Laclau, hay que zurcir todos los reclamos en un movimiento que los contenga. Menuda tarea.
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