“La guerra de
liberación es dura y la vamos a ganar; pero sin poesía, volveríamos a perder”
Cuando el
líder vietnamita Ho Chi Minh hablaba con tan bellas palabras a su ejército de obreros,
campesinos y estudiantes, la humanidad entera escribía la poética de
aquellas luchas por la libertad de los
pueblos.
No se
trataba de ganar en el campo militar, solamente, sino de indagar en el qué
hacer con la victoria.
La
generación de los años 70 que hoy gobierna gran parte del continente se templó
en esas lides, en las que un comandante como el Che descerrajó de pronto y para
siempre: “Hay que endurecerse sin perder la ternura jamás”.
Aquella
generación pasó y la América Latina es hoy una región soberana, unida y en paz,
como nunca antes.
En ese
marco, Argentina se destaca entre los países con mayor autoridad política para
intervenir constructivamente allí donde el conflicto persiste; como lo hizo
Néstor Kirchner en la disputa ya superada entre Colombia y Venezuela.
El mundo
seguirá en problemas por muchísimo tiempo y cada vez será peor el panorama.
¿En qué
andamos nosotros, los argentinos?
Pongamos un
marco conceptual para explicarnos mejor.
El
desarrollo de las fuerzas productivas en la Argentina durante el período
kirchnerista, 2003-2015, desató y desatará inevitablemente todas las energías
acumuladas en el conjunto social.
Gobierne
quien gobierne luego, el país a gestionar será muy distinto al país incendiado del
2001.
En términos
políticos, institucionales y económicos, pero por sobre todo en términos
culturales.
La apuesta
definitiva es construir un país desarrollado con inclusión social, con
industrias y valor agregado, con mercado interno, sin monopolios, con
libertades civiles.
Y con una
juventud que se hace cargo del presente y el futuro en un mundo mucho más complejo
que el que se vivía en tiempos de Ho Chi Minh y el Che.
Tan
luminosa es esta nueva época que ahora los jóvenes citan al Che, a San Martín y
Belgrano y no pintan las paredes con algún símbolo “ajeno al ser nacional”,
como dirían los fachos, sino con la mirada victoriosa de un Eternauta que
representa al pueblo en su misión de Héroe colectivo.
Se está
cerrando un círculo intergeneracional virtuoso. Y cuando ello sucede, la historia
pega un brinco de acá a la luna, ida y vuelta.
Cuando la
Presidenta dijo ante los industriales celebrando su día, que ella prefería
hablar de proyecto político de país antes que de modelo, estaba indicando que
la Argentina es viable como nación soberana, desarrollada, integrada a la
región, inclusiva, justa y democrática, sólo en un proyecto colectivo que
sea compartido por las mayorías y las
minorías.
Es una
buena noticia, con otra mala adentro.
La buena es
que la principal timonel del Estado, la Presidenta, tiene claro el rumbo
popular que sigue, divisa en el plano el lugar de partida y el lugar de
llegada, sabe cómo hacerlo y con quién hacerlo, escribe su hoja de ruta leyendo
la historia de los padres fundadores de la patria y otea el horizonte con una
brújula en la mano.
Para que no
haya dudas, la brújula lleva grabada: “Hecho en Argentina”.
La mala
noticia es que no hay fuerzas políticas opositoras que empujen las velas hacia
el mismo destino colectivo. Siguen atrapadas en la “Guantánamo” de Magneto. No
quieren liberarse de los barrotes editoriales del monopolio mediático, aun
sabiendo que tiene fecha de vencimiento el 7 de diciembre.
Atrapados
sin salida, prefieren congraciarse con los carceleros antes que pegar el salto
liberador que los devuelva a la vida.
Pero como
el desarrollo productivo industrial y la redistribución del ingreso y el
conocimiento traen consigo inevitablemente la liberación de las almas, de la
cultura, del pensamiento, del matrimonio igualitario, de la recuperación de la
autoestima, asistimos, juntos o separados, a los primeros pasos que está dando
lo nuevo, lo que nació entre nosotros, aunque los espectros del pasado quieran
meterle miedo con su 0-800 y sus tapas miserables.
Lo que
importa es sostener y estimular a la primera generación crecida en el
kirchnerismo e incorporada a la democracia con su propio bagaje.
Cuando
asumió Kirchner, ellos ingresaban a la escuela primaria. Y cuando se apruebe la
ley que les permita votar, estarán terminando la escuela secundaria.
Es la
primera generación en muchas cosas.
La primera
sin conflictos sociales dramáticos y ensangrentados.
La primera
con gobiernos democráticos que basan su fortaleza en la legitimidad y la
representatividad de sus actos.
La primera
en crecer en una economía en constante crecimiento.
La primera
acostumbrada a ampliar derechos en el día a día sin sufrir consecuencias ni
persecución alguna. Salvo las desgraciadas excepciones del gobierno del Pro en
Buenos Aires.
La primera
en crecer hablando de política.
La primera
en gozar de ese baño de pueblo que fue el Bicentenario y sumergirse luego en un
mar de llanto con la muerte de Kirchner.
Estos
jóvenes de 15 años y más, son la primera generación protagonista del cambio de
época y constituyen, por tanto, el primer sujeto del nuevo paradigma que venimos
escribiendo.
He allí un
pincelazo de la hondura y trascendencia de este tiempo.
Con un
kirchnerismo que puja por abrir más puertas y romper cerrojos donde los hubiera
y una oposición que por reflejo inverso, pone la traba, apaga la luz y se queda
a oscuras.
La imagen
que dio un pibe entrerriano hablando en el programa de Víctor Hugo Morales, es
la mejor poética del país que viene: una próxima fila de ciudadanos entrando a
votar, con un señor de más de 70 años y un poco más atrás, un pibe de 16 o 17 esperando
su turno.
Es otro
país, donde la batalla cultural la ganaron los pibes.
Los que
toman las viejas y honrosas banderas de otras luchas y las cuidan amorosamente,
enarbolan las suyas orgullosamente, hablan otra jerga, teclean la piel de su
abecedario, tienen nuevos sueños, nuevos códigos.
Y sólo
tienen de constante, la rebeldía y el patriotismo de los jóvenes que los
precedieron, en otras contiendas y con otras poesías.
Miradas al Sur, domingo 9 de septiembre de 2012
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