Era la
patria fusilada y sus antes y después. Y sus olvidos. Y sus memorias repartidas
como florcitas del campo en las azoteas del pueblo.
Era Trelew
y su masacre y sus 16 muertos veinteañeros de vida.
Y sus 3
sobrevivientes; sobrevida, sobre muerte, sólo para que cuenten lo que pasó de
veras.
Entraron a
la madrugada del 22 de agosto de 1972 y nos levantaron a los gritos de los
calabozos de la Base Marina, allá en Trelew, provincia del Chubut. Y nos
hicieron formar y nos decían que ahora sabríamos qué cosa es el terror y qué
cosa es la muerte. Y empezaron los tiros y caíamos de a uno, de a dos, de a pueblo.
María
Antonia creyó que se moría y con la sangre derramada de su cuerpo escribió en
la pared: LOMJE. Y alcanzamos a murmurar el heroico grito sanmartiniano: Libres
O Muertos, Jamás Esclavos.
Y nos
morimos.
Y después
vino la oscuridad.
Y después
la primavera camporista.
Pero Trelew
era el aviso de lo que vendría. Y llegó nomás un largo invierno. Y fueron otras
masacres. Y después que “hay que olvidar para no mirar atrás y construir el
futuro”, como nos decían en esa democracia que marchaba calladita y sumisa desde
el matadero.
40 años son
más que suficientes para que los muertos de Trelew se encuentren en el cielo de
los justos. Y para bajar ese cielo hasta la tierra y poder abrazarlos,
liberados.
40 años
maduró la memoria y marchitó el olvido. Ese olvido que se creía impune y
perenne, estaba lleno de memoria. Como ya lo advertía Mario Benedetti.
40 años
para corroborar que la tesis de Jorge Luís Borges pasaba cómodamente el
criterio de verdad: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido”.
40 años
para escribir en las paredes de la memoria colectiva la sentencia de Rafael
Courtiesie: “Un día, todos los elefantes se reunirán para olvidar. Todos, menos
uno”.
40 años de
un largo purgatorio que se cubrió de nacimientos y de otros muertos queridos y
Juan Gelman diciendo:
“¿Y dónde no la hay esa sangre caída de los 16
fusilados en Trelew?
¿Y no
habría que ir a buscarla? ¿Y no se la habría de oír en lo que está diciendo o
cantando? ¿No está esa sangre acaso diciendo o cantando?”
40 años de
la patria fusilada, una patria que no olvida.
Dice Alicia
Bonet, esposa de uno de los masacrados, antes de declarar ante el Tribunal que juzga a los genocidas: “Mis
palabras y todo lo que pueda hacer en este juicio será pensando en Néstor
Kirchner y en Eduardo Luis Duhalde.
Kirchner, porque con su política me dio la oportunidad de
llevar adelante este objetivo y Duhalde porque fue un amigo, compañero, el
abogado de Rubén, mi compañero, desde el año 1971”.
Esta vez la memoria ganó por goleada.
Costó demasiado.
Pero se escribe así la historia de los pueblos.
El Argentino, miércoles
22 de agosto de 2012
2 comentarios:
hermoso doloroso relato, abrazo compañero
Con doloroso orgullo decimos desde el poema de la compañera Rosa María Pargas: "Se oye un grito gritando para todos.
El que no quiera escuchar, se irá muriendo…"
Abrzo y GRACIAS por tan justo y sentido homenaje a nuestros Héroes
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