El gobierno
de Cristina Fernández de Kirchner, mayor timonel institucional de la Argentina,
acaba de cruzar victoriosa una nueva raya de la historia: en una misma semana
liberó al país de su deuda principal y protagonizó este “Cruce de los
Andes" del siglo XXI que es el Mercosur con Venezuela adentro.
La próxima
estación será el 7 de diciembre con el adiós definitivo al monopolio mediático.
Del lado
Magneto de la vida, como dice Víctor Hugo Morales, todo es incertidumbre,
lamentos, aullidos, mentiras e injurias.
Un dato que
marca el pulso de este nuevo tiempo es que esa metralla del odio no ocasiona el
mismo daño que provocaba en el pasado.
Por eso se
fortalece Víctor Hugo.
“Lo que no
mata, engorda”, dice el refrán popular.
Lo cierto
es que, mientras el mundo se achica, la Argentina amplía sus fronteras hasta el
Caribe.
De eso
queremos hablar.
La historia
dirá, creemos, que el 31 de julio de 2012 el Sur se alzó triunfante sobre un Norte
que se disgregaba peligrosamente.
El Mercosur,
ampliado y consolidado, significa terminar con 200 años de soledad, como
acertadamente dijo nuestra Presidenta.
¿Cuál es el
patrón de medida que fundamenta semejante hondura en la definición?
En el plano
más largo de la historia convendría releer a Eduardo Galeano y sus Venas Abiertas
de América Latina:
“Nunca
seremos dichosos. ¡Nunca!” Había profetizado Simón Bolívar. Para que el
imperialismo norteamericano pueda, hoy día, integrar
para reinar en América Latina, fue necesario que ayer el Imperio británico
contribuyera a dividirnos con los mismos fines. Un archipiélago de países,
desconectados entre sí, nació como consecuencia de la frustración de nuestra
unidad nacional. Cuando los pueblos en armas conquistaron la independencia,
América Latina aparecía en el escenario histórico enlazada por las tradiciones
comunes de sus diversas comarcas, exhibía una unidad territorial sin fisuras y
hablaba fundamentalmente dos idiomas del mismo origen, el español y el
portugués. Pero nos faltaba, como señala Trías, una de las condiciones
esenciales para constituir una gran nación única: nos faltaba la comunidad
económica”.
Esta era la
radiografía del continente 42 años atrás.
En el plano
más corto y contemporáneo habría que empezar por tener un planisferio a mano.
¿Cómo se
dividía el mundo hace apenas 10 años?
La caída
del Muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética diluyeron la tensión de
la Guerra Fría y corrieron el eje de la disputa Este-Oeste o “capitalismo
versus comunismo” hacia esa fantasía del “fin de la historia”.
Pero la
confrontación real seguía siendo entre países ricos y países pobres, entre
potencias dominantes y regiones dominadas.
De un lado
teníamos el Norte y del otro el Sur.
Los del
Norte eran los ricos y los poderosos. Con su economía, su poderío bélico y su
hegemonía absoluta sobre los organismos internacionales que hacían y deshacían
las reglas de juego internacional después de la Segunda Guerra Mundial.
El FMI y el
Banco Mundial eran los que sobresalían.
En ese
hemisferio se movían a su antojo los EE.UU., Europa y Japón.
En el Sur
del planeta estábamos los países pobres, los dominados y colonizados, los que
alimentábamos la caldera del mundo con nuestras materias primas y con el jugoso
pago de la deuda externa.
Por ese
mundo ancho y ajeno, como diría Ciro Alegría, se contaba esta América Latina,
China, la India y a mitad de camino, Rusia y el naufragio de lo que fue el
llamado “Bloque socialista”.
Ese
equilibrio es el que acaba de romperse definitivamente.
El Norte en
franca descomposición y el Sur recuperando su destino de Patria Grande.
Este desarrollo
desigual y combinado de las placas geopolíticas, desarticula el viejo mundo que
conocimos para articular otro nuevo que recién empieza.
En este contexto,
lo nuevo ha nacido y se llama Mercosur.
Hay otros hechos
novedosos que son demostrativos de este nuevo ciclo de la historia.
El remedio
amargo que el Norte exportaba recurrentemente al Sur para expoliarlo y
dominarlo mejor, con sus recetas de ajustes y desolación, ahora lo prueba en su
propio territorio y con sus propios conciudadanos. Los griegos, los españoles,
los italianos, una buena parte de Inglaterra, Francia y Alemania, sufren el
desempleo y el abandono por parte de sus gobiernos en nombre de los organismos
que en nuestro continente están para el museo, pero que en Europa son
constitutivos de un súper gobierno junto al Banco Central de aquel continente.
No están
impedidos a exportar sus crisis como estaban mal acostumbrados.
Pero hete
aquí que al Sur se le ocurrió arreglarse por su propia cuenta, pagar sus deudas
y liberarse del FMI. Y crecer. Y desarrollarse. Y agregar valor agregado a sus
productos primarios. Y consumir. Y tener mercados nacionales. Y para colmo, asociarse
en intercambios de carácter estratégico,
como YPF-PDVSA, o directamente unirse en un solo bloque.
Eso es hoy el
Mercosur.
El sur de
América pasó de ser una comunidad de intereses históricos, culturales, sociales
y políticos para ser, además, una sola comunidad económica con sus velas al
viento navegando siete mares. Traza el horizonte con la pasión del pionero que
sabe que bajo sus pies está el petróleo, el gas y los alimentos y que tiene
técnica y ciencia suficientes para convertirlos en cadenas productivas e
industriales más rutas terrestres y de navegación para trasladarlos de una
punta a la otra del continente.
Si no hay
resistencia popular, la crisis política europea y los ataques especulativos de
los ladrones financieros, podrían extenderse hasta que se cansen de saquear
pueblos. Y sus escombros caerían sobre nosotros sin tener un cobijo donde
guarecernos.
El Mercosur
es ese cobijo, en tanto casa común de nuestros países; pero por sobre todo, es un
faro que ilumina por primera vez en 200 años la próxima centuria de la
humanidad.
La única condición
para que eso suceda, es que el faro no se apague.
O sea, que
la derecha no lo apague. Por eso hay que cuidar esta luz.
Tenemos
patria y somos Mercosur.
Por estos anchos
caminos anda nuestra historia.
Miradas al Sur, domingo 5 de agosto de 2012
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