La
Argentina es la suma y la síntesis de heroicas puebladas que fueron y son constitutivas
de nuestra identidad y de nuestro destino colectivo, en distintos momentos de
la historia.
Todas ellas
componen un entramado con un denominador común: primero se producen las
puebladas y recién después, surge la expresión política institucional que de
ella se deriva.
El Éxodo
Jujeño, el 17 de Octubre y el Cordobazo son puebladas que en distintos tiempos
provocaron un cambio cualitativo en la situación política nacional.
La consolidación
de una identidad de pueblo y patria, el alumbramiento del peronismo y la
rebeldía de obreros y estudiantes contra la dictadura, son hitos de nuestra historia.
La última
pueblada fue la del 19 y 20 de diciembre de 2001. Y la resultante fue un
proyecto político que se expresó, dos
años después, con el “No al ALCA” y No al FMI, que recuperó el ahorro nacional,
reconstruyó con otros pueblos hermanos la unidad latinoamericana, construyó una
ley de medios de la democracia y recuperó
la política como herramienta de cambio.
Podríamos
seguir, pero alcanza para entender que atrás de toda gran transformación
política institucional, siempre acontece una gran pueblada.
El movimiento
popular, en general y el kirchnerismo en particular, son hijos de aquel levantamiento
contra el viejo país. Sin ensamblar estos momentos tan significativos, la Plaza
de Mayo ensangrentada y el bastón presidencial jugando en manos de Kirchner,
será imposible entender correctamente la etapa en la que estamos.
De igual
modo, analizar separadamente la debilidad casi patológica de la oposición, sin
cotejarla dialécticamente con la fortaleza oficial, no nos permitiría apreciar
el panorama completo de la situación.
La robustez
del proyecto gobernante se basa en cuatro componentes esenciales: liderazgo, gestión,
proyecto político y un pueblo en movimiento.
Enfrentado
a una oposición carente de esos atributos, explica con creces el actual panorama.
Los tiempos
han cambiado, las consignas también.
Pero la historia,
que nunca es circular, camina hacia adelante y de vez en cuando, mira hacia
atrás como quien consulta una brújula.
El 26 de
Agosto de 1833 Antonio “El Gaucho” Rivero comandó una revolución en las Islas
Malvinas al frente de criollos y charrúas que lo acompañaban. Derrotadas las
fuerzas nacionales por ausencia de sus jefes civiles y militares, Rivero se
alzó, solita su alma, a arriar la bandera inglesa e izar la bandera argentina.
Duró y
brilló lo que un rayo en la tormenta.
Pero
bastaron esos cinco meses, siete hasta que lo apresaron, para ejercer en
Soledad, su destino de pueblada.
Rivero
luchó por la soberanía, luchando contra las injusticias que se cometían. No hay
lucha política sin lucha social y viceversa.
La
Revolución del 25 de Mayo de 1810 y la lucha por la Independencia de un pueblo
en armas, alimentaron el coraje de aquellos hombres comandados por Rivero.
Ocultado
durante más de un siglo, la Presidenta terminó de rescatarlo este viernes junto
a la memoria de Dardo Cabo y el homenaje a María Cristina Verrier y los
militantes que protagonizaron en 1966 la Operación Cóndor, enarbolando en
Malvinas la bandera que izara hace 179 años, Antonio Florencio Rivero.
Esa bandera
la creó Manuel Belgrano, el otro padre de la patria.
Y este sí
que hizo de cada batalla, una pueblada. Como lo hizo San Martín, liberando
pueblos que, con sus hombres y mujeres vistiendo uniforme, calzaron armas y pelearon
como lo que fueron, dignos soldados de la patria.
El genio
político de Belgrano lo llevó a identificar al enemigo, con una claridad que
aún perdura.
El bando
escrito y difundido el 29 de abril de 1812, preparando el Éxodo del pueblo
jujeño, no tiene desperdicios como hoja de ruta a la hora de entender por qué
pasa lo que pasa en esta Argentina del siglo XXI.
Y para entender
de dónde vienen los espacios en pugna desde entonces.
Ese pueblo
se vacío aquella vez para llenarse de gloria.
De aquella
gesta nacional y popular, rescatamos dos fragmentos de ese Belgrano de la
patria mía, que convocan, creemos, a la reflexión de estos días que vivimos.
Ahí van:
*“Desde que puse el pie
en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, os he hablado con
verdad. Siguiendo con ella os manifiesto que las armas de Abascal al mando de
Goyeneche se acercan a Suipacha; y lo peor es que son llamados por los
desnaturalizados que viven entre vosotros y que no pierden arbitrios para que
nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y
volváis a la esclavitud”.
*“Que los que inspirasen desaliento estén revestidos del
carácter que estuviesen serán igualmente pasados por las armas con sólo…dos
testigos”.
Vale recordar que Belgrano llamaba “desnaturalizados” a los
ricos hacendados y comerciantes, o sea, a la oligarquía local que negociaba sin
pudor alguno con los godos que avanzaban a degüello.
“Y lo peor es que (los realistas) son llamados por los
desnaturalizados que viven entre vosotros”, decía.
El segundo párrafo está dirigido contra los que “inspirasen
desaliento” entre los criollos.
¿O sea que esto de tener a los enemigos viviendo en el mismo
barrio, hablando el mismo idioma, vistiendo chaqueta semejante, no es de ahora
solamente?
Por lo que se ve, desnaturalizados y desanimados hubo
siempre.
Pena por ellos, porque criollos, también hubo y habrá, siempre.
Los bandos están definidos desde el nacimiento de la patria.
No hay tiempo ni lugar ni excusa para la confusión. Cada uno elije su destino.
Hoy, la oposición sigue asomando por derecha. La cumbrecita
de Macri y De la Sota es continuidad de otras que la precedieron con otros
innombrables.
Al centro y a la izquierda del escenario están Cristina, los
pibes militantes, YPF y un pueblo construyendo como puede y debe su destino
soberano.
Pero hay un actor imbatible que pone muy nerviosos y
crispados a los opositores: la memoria popular.
Por ella entra el Eternauta a las escuelas y el Gaucho
Rivero, vuelve a izar la bandera, allá en Malvinas.
Miradas al Sur,
domingo 26 de agosto de 2012
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