Pasó en apenas
un puñado de días.
La
Presidenta brilló en las Naciones Unidas reivindicando nuestra soberanía en
Malvinas. Participará en el G-20 defendiendo la idea de un mundo más justo. Irá
a la Cumbre mundial del Ambiente en Río con una mirada que defienda los
recursos naturales de los pueblos del sur. Recuperamos YPF y a Felipe Varela.
Está en marcha el Plan de Viviendas más importante en un siglo.
Del otro
lado, todo es gris.
Los paros
sorpresivos de Moyano hacen de infantería
en el ataque despiadado del Grupo Clarín ante el fracaso de las
cacerolas. Pero no pueden mover el amperímetro en el humor de una sociedad que,
con sus matices, vive mucho mejor que hace 10 años e intuye que con este modelo
estará mejor en el futuro.
Por primera
vez en estos 9 años y pico de gobierno, hay elementos suficientes para verificar
que estamos en una nueva etapa de la historia.
Ya superamos
nuestro punto de bifurcación. El proyecto que expresa el kirchnerismo es la
primera vez de algo nuevo; pasó de ser una perspectiva en el horizonte, a ser
una realidad efectiva que renueva su utopía a medida que avanza en su
derrotero. No tiene topes. Ni se propone tenerlos.
Lo nuevo ha
nacido y lo viejo está muriendo.
La
seguidilla de hechos enunciados al principio, la velocidad de los
acontecimientos, la cualidad de los cambios, son razones suficientes para
observar que estamos transitando un nuevo ciclo histórico.
Nada de
ello hubiese acontecido si a nivel local no estuvieran los cimientos del
proyecto de país que se construye.
Pero
acontece lo nacional y acontece lo internacional en simultáneo: Argentina camina
en medio del vendaval mundial, sin que nadie quede afuera.
Precisamente,
lo nuevo se manifiesta cuando un proyecto de país se consolida andando siempre hacia
adelante. Es decir, cuando sus acciones políticas, sociales, económicas y
culturales, alumbran futuro.
Mientras
que lo viejo acciona siempre hacia atrás, en busca de recrear un escenario del
pasado que le permita recuperar el capital perdido.
Así por
derecha como por izquierda.
Es notable
apreciar la nitidez de lo viejo en los discursos opositores conducidos por el
monopolio del Grupo Clarín. Todas y cada una de sus críticas al modelo de desarrollo
inclusivo que lidera Cristina, conllevan necesariamente la contrapropuesta de
las políticas neoliberales.
“Dolarizar
y liberar la política cambiaria” como proponen alegremente, implicaría una fuerte devaluación de la
moneda que sólo favorecería a los grandes exportadores y a los que lucran con
la especulación financiera; los grandes derrotados serían los trabajadores y
las clases medias, que verían licuar sus ingresos y ahorros como en el 2001.
Sub-ejecutar
presupuesto social, como hace el gobierno de Mauricio Macri, es otra rémora de
los años noventa. Están los fondos, se redistribuye mal, se retienen partidas
sociales y el resultado es el abandono de hospitales, escuelas, personas en
situación de calle y el aumento de la mortalidad infantil en la ciudad más rica
del país.
Ese es “el
país” que quieren que se les devuelva.
La derecha
atrasa si pretende hacer política con categorías perimidas en este continente. Desconocen
que lo viejo sólo sirve cuando alimenta la memoria colectiva y brinda pistas para
el porvenir.
Es
interesante observar cómo aquellos sectores políticos y sindicales opositores al gobierno nacional inevitablemente juegan
adentro del área de Magnetto y compañía.
Llaman
“hegemonista” al kirchnerismo porque esconden la impotencia y la imposibilidad
de reconocer que el kirchnerismo viene expresando el movimiento transformador
de un grueso de la sociedad. Y que por eso sigue creciendo.
Con sus
vaivenes, sus contradicciones, sus impurezas, el kirchnerismo es la primera vez
de algo que nació definitivamente entre nosotros. Que responde a fuerzas
dinámicas que vienen desde lo más lejos de la historia. Que optó por
identificarse con esas fuerzas y estimular su ensanchamiento, su profundidad y
su horizonte sin límites.
La
Argentina dobló la curva de su incertidumbre. ¿Cómo podrían lograr, los que así
se lo propongan, que vuelva al punto cero alguna vez? Imposible. Al menos, en
una democracia cada vez más participativa.
El mundo
que viene será una caja de sorpresas. Hoy estamos en pleno salto o mejor dicho,
en plena caída de aquel viejo mundo que insiste en escalar tirándose al vacío. Cuando
termine este desastre político y financiero que está rompiendo a Europa ¿qué
mundo tendremos ante nosotros?
Será otro
mundo, seguramente. Pues bien ¿cuáles son las fuerzas locales en aptitud y
condiciones de darle la bienvenida a esa nueva realidad global, si se excluyera
al kirchnerismo?
Digan lo
que digan, no hay otra fuerza en el horizonte.
Es
inapelable la distancia que media entre Cristina y el resto de la dirigencia.
Las nuevas
expresiones que responden a la cultura que emergió después de nuestro propio
derrumbe en el 2001 se nuclean en el amplio espacio kirchnerista. Afuera de ese
espacio, está la nada como palanca de una caja de cambio que sólo tiene marcha
atrás.
Diagnosticar
y comentar sobre la crisis europea ya es casi un lugar común. Lo difícil y
desafiante es hacerlo con el mundo que vendrá después de esta crisis. Igual
ejercicio habrá que hacer con nuestro propio país.
¿Cómo será
la Argentina después de Cristina? Y no vale sólo como entretenimiento
analítico, sino como ensayo que nos permita apreciar en su justa dimensión todo
lo que se logró en estos años y las asignaturas pendientes que aún quedan por
resolver. Advertidos que lo viejo también vive en las grietas de lo nuevo. A
nivel personal y colectivo, a nivel institucional y social.
Hay que
remover las capas geológicas que se corresponden con otro período de nuestra
historia. Cada funcionario estatal, esté donde esté, debería tener en el
contacto personal con el público usuario, los hombres y mujeres que llamamos
pueblo, el humanismo y la predisposición
transformadora que demuestra Cristina al frente del timón mayor del Estado.
Eso también
es sintonía fina.
Miradas al Sur, domingo 17 de junio de 2012
1 comentario:
COMO SIEMPRE COINCIDO CON TU PENSAMIENTO. UN SALUDO CUMPA. LAURA
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