Imaginemos
al Libertador arengando a su tropa antes de la victoria:
“Ahí tenéis
al enemigo. Observadlos ahora y después de la batalla. Parecen tan humanos como
vosotros. No los subestiméis, pero tampoco los agrandéis. Ellos van por la
conquista, vosotros por la libertad. Ellos van por la codicia, vosotros por la
justicia”.
Quizás las
palabras de San Martín conmoviendo a sus soldados, indios, negros y criollos y
levantando finalmente el sable corvo al grito de “¡Seamos libres y lo demás no
importa nada!” cobre severa actualidad en estos días de batalla cultural.
Son días de
épica. No entenderlo ni vivirlo así, abre grietas en el camino, desacomoda la
fila, desalienta la esperanza, iguala hacia abajo el umbral de una sociedad
mejor.
En un
puñado de días la mesa promotora del país de las tinieblas juntó sobre el
escenario al genocida Videla dando reportajes; a los patrones rurales volviendo
a la carga contra la democracia; al discurso único transmitido en cadena por el
monopolio; a las cacerolas batiendo los tambores de la guerra desde las
madrigueras del poder; a la dolarización de nuestro lenguaje cotidiano para
devaluar, endeudar y pesificar maliciosamente.
Están en
plena operación.
Y no es
para menos.
Estamos
disputando poder, cruzando nuestro propio Rubicón, desafiando la vieja y
apolillada coreografía mediática y ordenando de un modo más equitativo la mesa
tendida en la otra orilla.
¿Tomaron
nota?
Esta vez nos sentaremos todos a comer el pan y
a beber el vino. Todos.
Viendo a
los primeros comensales, a esos que se parecen a los que mojaron sus patas en
la fuente, a los que fueron sepia y ahora son multicolor, ya enfurece a esas
minorías.
Porque ese
privilegio de ordenar la mesa, por derecha y por izquierda, pertenece desde
siempre a la oligarquía de la enfiteusis, los herederos de Mitre, Roca y
Rivadavia.
Suyas son
las vacas, los granos y la pampa húmeda; suyos son los diarios que relatan la “naturaleza”
de la exclusión social; suyos son el subsuelo, el suelo y el derecho al cielo.
Así son de
exclusivos y excluyentes los que están condenados de antemano al olvido de la
historia.
Nunca
estuvieron tan solos y debilitados como en esta etapa.
Pero “no
los subestiméis, tampoco los agrandéis”.
Tienen
tanques y tanquetas con municiones de tinta, una infantería que difama y opera,
creando miedo y falsa alarma.
Cada tapa
de Clarín destila tanto odio que hasta huele a mal aliento.
Hay que
seguir de largo y no creerles más. Pero hay que avisar al vecino para que haga
lo mismo.
Clarín no
es un diario, es un parte de guerra.
La Nación
no es una “tribuna de doctrina”, es un paredón contra la verdad.
El avance
del campo popular en todos los terrenos, está logrando lo que nunca antes:
crear un nuevo sentido común, un mismo imaginario, un inconciente colectivo que
discute todo y pone en tela de juicio cualquier verdad relativa y que llena las
calles y las plazas sintiendo que ahora sí tenemos patria.
Por eso
esta furia de los poderosos, esa que se incubó en la mesa de torturas a Lidia
Papaleo.
Videla
estaba convencido que desapareciendo a 30 mil compatriotas habría impunidad por
más de un siglo.
Magneto y
Bartolomé Mitre también. Blaquier también. Morales Solá y Van der Kooy también. Por eso saquearon Papel
Prensa.
La colina a
conquistar los empieza a desvelar: la credibilidad popular en Cristina
Fernández de Kirchner.
Le tiran
con tractores, con dólares ilegales, con la resistencia a cualquier tributo, con
el cuco de la “pesificación” a mansalva, con lo que tengan a mano. Y nada.
Son
miserables. No ahorran infamia ni calumnias en la caldera del diablo donde
cuecen sus editoriales.
Hay que
munirse de argumentos y salir a sembrar a los cuatro vientos.
Decir, por
ejemplo, que si ellos se reconocen en la dictadura del 76, nosotros nos
reconocemos en la Asamblea del Año XIII; la que otorgó la libertad de vientres
a los esclavos, la abolición de tormentos, la libertad de prensa, la
extinción del tributo, la mita, el yanaconazgo y toda forma de servidumbre india
y suprimió los títulos y signos de nobleza.
En esa ruptura con el antiguo régimen colonial, la Asamblea
ordenó acuñar la primera moneda patria. El sello de la Asamblea, dispuesto en
aquella moneda de oro y plata, sería luego nuestro Escudo Nacional.
De allí venimos. Del lema escrito en el metal: “En Unión y
Libertad”.
Para los padres de la patria, tener moneda propia era tan
importante como tener un himno y gozar los dones de la libertad de prensa.
¿Es para sorprenderse entonces que el poder oligárquico
financiero dispare siempre contra nuestra moneda y monopolice la prensa?
Hoy, tan lejos y tan cerca, China y Japón comerciarán sólo con
el yen y el yuan. Y tiembla el mundo pariendo el porvenir.
Así de universales, así de nacionales. Y viceversa.
Abraham Lincoln decía que “El poder del dinero rapiña a la
Nación en tiempo de paz y conspira contra ella en tiempo de adversidad. Es más
despótico que la monarquía, más insolente que la autocracia. Denuncia como
enemigos públicos a todos aquellos que cuestionan sus métodos o arrojan luz
sobre sus crímenes. Yo tengo dos grandes enemigos, el ejército sureño en el
frente y los banqueros en la retaguardia. De los dos, el de mi retaguardia es
mi gran enemigo”.
Pensando una derrota en la Guerra de Secesión, entre el
Norte industrialista que él lideraba y el Sur latifundista y esclavista, Lincoln
escribía que la más indeseable consecuencia sería que “…si las corporaciones
han sido entronizadas, sobrevendrá una era de corrupción a altos niveles. El
poder del dinero se esforzará en prolongar su reinado trabajando en perjuicio
del pueblo hasta que la riqueza sea concentrada en las manos de unos pocos y la
república será destruida”.
Hoy libramos un tiempo de alargue definitorio de nuestra
propia Guerra de Secesión: la Batalla de Caseros.
La diferencia, como dijo alguna vez la Presidenta, es que en
1852 aquí ganaron los latifundistas.
Llegó la hora de poner las cosas en su justo lugar.
Y esta vez no se define por penales. Ni por cañonazos.
Miradas al Sur, domingo 3 de junio de 2012
1 comentario:
La famosa falacia del hombre de paja llevada a un artículo.
Más allá de la errónea, y hasta naif, identificación del stablishment simplemente como los chacareros y demás gente dedicada al campo, lo más gracioso fue decir que en caseros ganaron los latifundistas. Eso si es imbecilidad histórica.
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