Hoy vuelve
Felipe Varela, el Quijote de los Andes, el que fue a los campos de combate con
una sola bandera: “VIVA LA UNION AMERICANA”; el primer caudillo federal y
latinoamericano; el que se alzó en armas contra esa Triple Alianza que arrasó
el Paraguay; el que combatió contra Mitre, peleando junto al Chacho Peñaloza por
la Patria Grande.
No es
casual que vuelva a su Catamarca natal, junto a un pueblo que agitará pañuelos saludando al viejo Coronel, hoy nombrado General por el proyecto nacional
y popular que lidera Cristina.
No es
casual si Varela peleó con lanzas cuando quedó sin fusiles, ni es casual que
entrara a las batallas cantando zambas y una canción de amor en medio del odio
de los mitristas.
De allí
venimos todos.
Algunos del
amor, otros del odio.
No es
casual que regrese el mismo día que vuelve a la soberanía de la patria, nuestra
querida YPF y junto a ella otro gran hombre de la historia: el General Mosconi.
No es
casual que todo esto ocurra cuando la juventud levanta las banderas de las causas justas y las minorías del privilegio se
lancen despiadadamente contra los pibes de La Cámpora.
Nada hay
que temer en este lado de la vida, menos ahora que tenemos a Varela convertido
en General de los pueblos libres.
Habrá que
enarbolar todas las banderas que legamos del catamarqueño, llamando a la carga
por más justicia e inclusión.
Y a los que
alientan su revanchismo estéril habrá que responderles construyendo la patria sólo
con amor.
No podrán avanzar
esta vez. Las cosas están muy claras.
Entre el
amor y el odio hay un país que se incendia de ternura, que sólo quiere ser
feliz, un país en serio como decía Kirchner, donde los pibes ya no se mueren de
hambre y nosotros de vergüenza.
Entre el amor
y el odio hay un rayo de memoria que nos quema aquí en el pecho, en el centro
del alma, en los ojos vendados y las manos atadas y en esta patria dolida que
no permite el olvido.
Entre el
amor y el odio están los vientos cruzados de la historia. Y en ese amplio
espacio que limita entre la Asignación Universal por Hijo con la golpiza
cobarde a un par de periodistas, hay un compromiso que ilumina.
Entre el
amor y el odio anda la democracia o la dictadura, el país del trabajo o del
desempleo, la patria o la colonia, la liberación o la dependencia, la vida o la
muerte, la justicia o la impunidad, la memoria o el olvido, la verdad o la
mentira.
Es preciso
trazar de una buena vez estas
diferencias.
Saber de qué
lado de la vida nos paramos y que aquí no hay carnet que valga.
Los que
golpean cacerolas por un puñado de dólares no podrán imponerles su egoísmo a la
mesa solidaria de los más humildes.
Que lo
vayan sabiendo.
El Argentino, lunes 4 de junio de 2012
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