viernes, 11 de mayo de 2012

Oíd el ruido de rotas cadenas



“Oíd mortales el grito sagrado, libertad, libertad, libertad…”
Hoy es el Día del Himno Nacional Argentino, según lo dispuesto por la Asamblea del Año 1813.
Vale cantarlo y compartirlo con quien tengamos al lado, porque estamos viviendo una época que se parece en mucho al espíritu y la obra de aquella Asamblea liberadora.
Y el Himno es una de esas obras.
Los argentinos nos estamos liberando de viejas ataduras.
Así lo sentíamos ayer escuchando a la Presidenta.
Nos crecieron alas.
Nos animamos a proclamar el matrimonio igualitario contra todos los prejuicios y anacronismos.
Nos animamos a tener una ley de medios de la democracia.  
Nos animamos a decirle “No al ALCA” y “Chau FMI”.
Nos animamos a juzgar a los genocidas y a los dueños del viejo poder dominante, con la memoria, la verdad y la justicia.
La sanción de la ley de identidad de género y de la llamada “muerte digna”, van en esa  dirección. No impactan solamente en las personas directamente afectadas, hoy o mañana. Impactan sobre toda la sociedad, volviéndola más igualitaria, más inclusiva, más tolerante y más justa.
Ayer leíamos emocionados a uno de los principales impulsores de la libre voluntad de los pacientes a recibir o no determinados tratamientos, el diputado Jorge Rivas, diciendo: “El espíritu del proyecto de ley sobre muerte digna que acaba de ser aprobado por el Senado por unanimidad se basó en parte en el proyecto que presenté en 2011 en Diputados y que oportunamente fuera aprobado. El fundamento que allí desarrollé es que la vida no es una obligación, sino un derecho. Morir con dignidad es, en definitiva, un derecho idéntico al de vivir con dignidad. La nueva norma protege el derecho del paciente enfermo en situación terminal, estado irreversible o de agonía a tomar una decisión autónoma y a recibir cuidados paliativos integrales y un adecuado tratamiento del dolor en el proceso de muerte. Es una obviedad decir que el derecho a la vida es el derecho por excelencia, y que de él se derivan todos los demás, y también lo es que la muerte no es otra cosa que el acto último y definitivo de la vida, al que por lo tanto deben alcanzar también la libertad y la dignidad que deseamos para nuestra vida entera”
Me acordé de un compañero que fue sabio en estos asuntos, Germán Abdala, cuando poco antes de morir confesaba que hubo un tiempo en que pensaba que había dos tipos de muerte: la muerte digna y la muerte indigna, pero que su enfermedad le enseñó que la muerte era una sola, era la muerte y a otra cosa.  Finalmente, sentenciaba Germán, “lo único digno o indigno es la vida”.
Esta Argentina es la que siempre soñaron los que se pusieron exclusivamente de novios con la vida.

El Argentino, viernes 11 de mayo de 2012
  



1 comentario:

maria victoria fernandez martí dijo...

Jorge siempre tan exacto... el sentimiento por este país por que estamos andando y desandando nuestros caminos personales y colectivos es casi indescriptible... porque nos hace creer, nos hace soñar, nos hace mejores a todos y a todas. Gracias infinitas otra vez