La
actividad de la delegación argentina presidida por Cristina Fernández de
Kirchner en Angola fue la rubrica que actualiza la formación y el desarrollo
del Estado nacional en los antiguos países colonizados.
Como se
sabe, la formación del Estado Nación en Europa fue la respuesta que dio el
capitalismo a su vertiginoso crecimiento industrial durante los siglos 18 y 19.
En América,
en cambio, fue la necesidad de juntar fuerzas políticas y económicas en función
de las necesidades de las colonias liberadas del yugo colonialista. Y esta fue
la diferencia y la constante durante dos siglos de vida.
En este
marco histórico la Argentina consolida la relación Sur-Sur desde la integración
latinoamericana.
Así, los
nuevos paradigmas alumbran un nuevo mundo rescatando su primer origen
libertario.
En tanto, la
contraofensiva de cartón pintado lanzada por las fuerzas más reaccionarias
busca horadar la credibilidad de Cristina en los sectores medios.
Que “hay
caída del consumo”, que “hay fuga de dólares”, que la mar en coche. Todo vale
para erosionar la confianza y seguir dividiendo para reinar. Es una vieja treta
del parasitismo neoliberal.
No es
casual que en un puñado de días concurran a este propósito desestabilizador las
fuerzas de choque de los patrones rurales frente a la Legislatura bonaerense, el
abandono de Mauricio Macri a su obligación de gobernar y el ataque patético del
Grupo Clarín queriendo preguntar por qué no pueden “mojar” desde hace nueve
años como poder corporativo que son.
Es fuerte
la contraofensiva mediática, con un poder de daño que busca impactar en el
imaginario del sentido común de la sociedad.
En Angola
la Presidenta y su comitiva estaban más cerca de La Matanza y de Caballito que lo
que estaba Macri desde la Recoleta.
Una imagen
fiel de la relación de fuerzas en la política argentina fue que pese a la balacera
del viejo poder desalmado, el gobierno salió a abrir rutas de intercambio
comercial con el continente africano y dejó el bastón de mando a otra mujer del
proyecto: la senadora Beatriz Rojkes.
El mundo
nuevo se hace con mujeres bailando y gobernando al mismo tiempo.
Los
tambores esta vez no llaman a la guerra sino a la alegría.
El mundo viejo
sigue en caída libre y las fuerzas locales de la reacción anhelan
desesperadamente que la Argentina sea parte del colapso universal para no
quedar afuera de ese mundo y así cobrarle al maldito kirchnerismo todas las
cuentas pendientes. Ese poder colonial, colonizado y colonizante sólo crece en
la desgracia de los pueblos. Por eso buscará astillar, corroer y desplazar la
confianza pública en el modelo inclusivo. Para esos tipos, “lo que mata es la
esperanza”.
La
estrategia elegida es jugar por líneas interiores del proyecto de cambio.
Zarandean el tablero de la paciencia colectiva con Macri y con Biolcati, pero
saben que su poder de fuego sólo resultará exitoso si recuperan para sus filas
a algún barón político o sindical del peronismo y logran que la clase media, o
un sector de la misma, empiece a trastabillar con su clásico neutralismo, con
el “no te metas” y con la teoría de los dos demonios, versión “Clarín versus el
gobierno”.
La actitud
compasiva que expresan algunos analistas políticos para con aquellos que se
declaran “neutrales” en la batalla entre el proyecto de país inclusivo que
lidera Cristina y el país exclusivo de Magnetto y la cría de los genocidas, es
una actitud clasista y paternalista. Con todo respeto.
Históricamente
las clases medias acostumbraron a perdonarse todas las agachadas. Hoy por ti,
mañana por mí. Esa pequeña burguesía es autoindulgente consigo misma, aunque
vaya al analista con su mochila culposa. Se arroga la facultad de comprenderlo
todo, de “dejar hacer, dejar pasar” y que está siempre “todo bien”.
En una actitud
distinta, los morochos y las morochas, aunque sean castañas, rubias o
pelirrojas, que se cargan la historia al hombro y salen tempranito a campo
traviesa a bancar el proyecto nacional,
popular y democrático, dan la vida si es preciso cuando la patria los convoca.
Y hoy sienten que la patria los convoca.
Ellos no
son neutrales en ninguna patriada. Por eso no cultivan el fino arte de elogiar
al que se cree superior con sólo enunciar que “no estoy ni con uno ni con
otro”.
Otra cosa distinta
es el respeto democrático que nos debemos todos. Convencidos, dudosos o
neutrales.
Pero ser
tolerantes y respetuosos, virtudes de una sociedad democrática, no debería
llevarnos a negar el valor de la jubilada que se trenza en un debate con otra
jubilada por defender al gobierno que más derechos les reparó. Ni tampoco igualar
alegremente al pibe descomprometido con aquel otro que se juega con su temprana
militancia, con sus convicciones, con el alma, con el cuerpo y con su propia mística.
No son
todos iguales.
El sujeto
neutral se especializa en abrir grietas para que todo de igual. Jugarse o no
jugarse, se igual.
En esta
instancia de la historia los pueblos aumentan su caudal transformador; no lo
debilitan, lo fortalecen. Este caudal está en la génesis de los movimientos populares.
Y es así
porque no se juega la suerte individual de las personas, solamente; ni la
suerte de un partido. Se juega la suerte de un país. Y allí no hay tutía.
A veces por
ser tan generosos y dadivosos con los que nunca se juegan, se termina por ser
injustos y se debilita la moral de los que sí creen y se la juegan.
A
diferencia de otras etapas, el kirchnerismo como movimiento político, no depende de las corporaciones de ningún
signo; ni empresariales, ni sindicales, ni mediáticas, ni eclesiásticas. Por lo
tanto, todos somos llamados a ser pedagogos de esta causa. Acertando o errando.
Pero jugándonos.
Algunos
dirigentes podrán no compartirlo y enojarse con el gobierno, amigándose con los
pavos reales del Grupo Clarín; les guste o no, los trabajadores se identifican
con Cristina y con sus políticas de inclusión social.
Esos
trabajadores y los jóvenes son los sujetos principales de un kirchnerismo que
reescribe la historia de un líder, un pueblo y una causa colectiva.
Miradas al Sur, domingo 20 de mayo de 2012
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