Si se trata
de preguntar, preguntemos:
¿Por qué sigue
creciendo la imagen positiva de la Presidenta?
¿Será porque
Ignacio Ramonet, el prestigioso director del diario francés Le Monde
Diplomatique afirmó ayer que América Latina vive el mejor momento de su
historia y el Nobel de economía, Paúl
Krugman, destacó hace unos días los avances extraordinarios del modelo
económico argentino?
¿Será porque
el economista estadounidense Mark Weisbrot valoró como esencia del éxito del
modelo argentino al creciente consumo interno y a las inversiones y no a la falsa
característica sojera dependiente de la economía como propagandizan las
corporaciones adversas al gobierno?
¿Será
porque el gobierno de Angola, país destinado a liderar el continente africano
por el desarrollo de su economía, prioriza el intercambio con Brasil y Argentina
para integrarse al mundo?
Los
operadores de Magneto que despistaron definitivamente con la tribuna patética
que se burló de la memoria de Tato Bores, podrían hacerse estas preguntas
largas.
Así no se
extravían tanto.
Rodolfo
Walsh hacía periodismo con un dato, una pista, una pregunta y una verdad así de
grande.
No se quejaba
porque “la productora” no le facilitaba notas ni entrevistas ni conferencias de
prensa. Es más, no tenía otra productora más que sus ojos, sus oídos, su
olfato, su curiosidad y su compromiso con la vida.
Así supo
escribir “Operación Masacre” y la Carta Abierta a la Junta Militar que repartía
el día que lo secuestraron los genocidas de la dictadura.
Está
considerado el mejor periodista, de acá hasta el cielo, ida y vuelta.
Raúl
Scalabrini Ortiz hurgaba en los tachos de residuos de los ferrocarriles
ingleses para descubrir el porqué del abanico de las vías férreas con eje
central en el puerto porteño. Se movía sigiloso entre los pasillos de la
oligarquía y el empresario medio, preguntaba al oficinista, al ascensorista, al
peón de campo, al estanciero, al ratón de alcoba y bibliotecas, al laburante
que habitaba sus días entre el taller y el café del barrio.
Se sentaba
en el barcito de Corrientes y Esmeralda, en el centro porteño, miraba y
preguntaba con los ojos, estiraba la mano y llegaba hasta Santiago del Estero o
hasta la Patagonia y anotaba en su cuaderno los primeros garabatos de lo que
sería después una de sus obras mayores: El hombre que está solo y espera.
Es uno de
los más brillantes pensadores nacionales, escritor, periodista e investigador
de nuestro propio ADN.
¿Alguien se
imagina a Walsh, a Scalabrini y a Jauretche haciendo las pavadas que hacen los que fungen de periodistas y son apenas el
último dislate de Magneto?
¡Las cosas
que se ven en estos tiempos de país inclusivo!
El Argentino, martes 15 de mayo de 2012
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