Repasemos:
La Argentina anunció su final de época en diciembre del 2001.
Europa y los EE.UU. lo vienen experimentando en estos últimos años.
No son procesos necesariamente iguales.
Aquí, el estado de asamblea que protagonizó la sociedad, las movilizaciones por el “que se vayan todos”, la exigencia de un nuevo modelo de país que reemplace y supere al viejo modelo de acumulación neoliberal iniciado por la dictadura cívico militar, desembocó en el estrecho margen por donde ingresó a la historia grande de este pueblo, el Presidente Néstor Kirchner y más tarde, por un camino más ancho y representativo, la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Es decir, la tensión de este proceso político que atraviesa toda la sociedad en la búsqueda de un país con mayor inclusión social, más desarrollo económico, más soberanía nacional y más y mejor integración a la región y al mundo, es la misma tensión por la que rinde cuentas el Gobierno nacional y popular.
La movilización social, la rebeldía juvenil, las ansias de cambio, habitan desde el 2003 tanto la Casa Rosada como las casas de los hombres y mujeres del país profundo.
No es un dato menor. Está marcando el rumbo y el perfil de la Argentina para los próximos cien años.
Obviamente, será así de consolidarse como sentido común y cultura predominante de una mayoría de la sociedad.
Caso contrario, el país correría riesgo de desbarrancarse nuevamente hasta tropezar con el punto de origen de cualquiera de sus tragedias anteriores.
El derrotero actual del viejo mundo, con los EE.UU. incluido, es semejante en cuanto reconoce las causas de su colapso financiero en el modelo neoliberal. Pero es distinto en su esencia social ya que no encuentra, al menos hasta ahora, ningún liderazgo político que represente las masivas y caóticas movilizaciones que se producen en algunos de esos países.
Caso Grecia, España, Portugal e Inglaterra.
Y, dolorosamente por su cercanía, el Chile rebelde de los estudiantes.
Venimos insistiendo que la crisis global es una crisis política y estructural, como fue la crisis sufrida por la Argentina hasta el 2002.
De tal manera que las salidas sólo serán superadoras en tanto sean soluciones de corte estructural y no parcial.
Apelando al recurso discursivo de la lucha entre lo nuevo y lo viejo, creemos que en la Argentina lo nuevo ya nació y está representado por el proyecto político que preside y lidera la Presidenta.
No es sólo una muestra de adhesión política; es la conclusión a la que llegó una mayoría ciudadana que rondó el 51 % de los votos en las últimas elecciones primarias.
Ser conciente de ello no acarrea ánimos triunfalistas, sino un estado de alegre responsabilidad.
Si de anotar ejemplos virtuosos de lo nuevo se trata, anotamos, para horror de los que niegan esta realidad: a) El Canal Encuentro y Paka Paka; b) El Museo del Bicentenario; c) Tecnópolis; d) La vuelta de los trenes; e) La reindustrialización del país; f) El protagonismo de la juventud; g) El destape de la complicidad civil en la última dictadura.
Ni hablar de la Asignación Universal por Hijo, el Plan Argentina Trabaja, la recuperación del empleo, el millón de netbooks entregadas por el Estado.
Nótese que la oposición, en tanto, conserva todos los atributos que distinguen a lo viejo en el más amplio sentido de la palabra.
Son a la política lo que las “calificadoras de riesgo” son a la economía: licenciados en lo antiguo, analfabetos en lo nuevo.
Siguen razonando desde categorías perimidas, anclados en el país que fuimos y que estalló en la gran crisis del 2001 y 2002. Por eso no comprenden lo que viene pasando en la Argentina y en el mundo. Creen, como lo manifiestan a diario, que esta es una crisis meramente económica, que el gobierno se aprovecha a medias de “un viento de cola” y ofrece paliativos a los sectores sociales más vulnerables y allí, concluyen, radica su performance.
Sin vergüenzas.
Creemos, con fundada resignación, que de esta oposición no habrá que esperar ninguna alternativa complementaria y menos superadora del actual proyecto en vigencia.
No están en condiciones de hacerlo porque siguen dependiendo del juego de espejos que les impone el Grupo Clarín y el poder económico que ese Grupo representa.
Otra oposición será posible sólo cuando una nueva dirigencia opositora comprenda que estamos ya en el siglo 21.
Argentina no está sola en el nacimiento de un futuro más justo.
América del Sur vive un proceso semejante porque sus pueblos, y en particular su dirigencia política e institucional, asumieron su misma matriz de Patria Grande.
De allí venimos. Hacia allá vamos: América Latina, un continente de paz en medio de un planeta cada vez más caótico.
Y no solamente la región preanuncia un futuro mejor en este lugar del mundo.
Nos adelantamos a afirmar que la reciente Cumbre de América Latina y Asia del Este (FOCALAE) está anunciando a viva voz que el Multilateralismo ya está entre nosotros.
El canciller Timerman no recitó una proclama hueca al final del encuentro; mostró los “fierros” que dispone esta asociación entre las dos regiones que más han crecido en los últimos años: el 52 % de los bonos del Tesoro de EE.UU. está en manos de países del FOCALAE; representa más del 40 % del comercio internacional; el 40 % de la población mundial y el 32 % de la economía mundial.
Su próxima meta es esencialmente política: la reforma del FMI y de las Naciones Unidas, particularmente de su Consejo de Seguridad que, de cinco países que lo integran actualmente, debería transformarse en un ámbito “más democrático, legítimo, eficiente y responsable”.
Como dijera el ministro Amado Boudou, en ese ancho y soberano lugar del mundo estamos los argentinos desde que Kirchner le dijera “No al ALCA” en aquella histórica Cumbre de Mar del Plata.
La batalla que viene es por consolidar y profundizar este rumbo.
Y eso sólo será posible con un gobierno que exprese la unidad nacional.
Aunque el Grupo Clarín y los opositores sigan sin entender lo que está pasando.
Miradas al Sur , domingo 28 de agosto de 2011
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