Era la 20:25 horas de ayer cuando la más ancha de las avenidas, se llamó a silencio con un largo aplauso.
Un momento conmovedor que sólo expresan las mayorías cuando se lo proponen, hablando y cantando en la consigna de los que se reconocen con una sola palabra: Compañeros.
Todos miraban el edificio del Ministerio de Desarrollo Social como si esperaran que ella salga a saludarlos desde una ventana, allá en lo alto.
Cristina, la Presidenta de los argentinos, parecía no caber en su propio cuerpo mientras miraba el cielo.
O la bandera, que era lo mismo en ese instante.
Cuando el inmenso paño se desplegó para dejarla ver, sentí que el corazón no me cabía adentro.
Y lo invité a volar.
Era ella nomás. Era Evita, la mujer de nuestras vidas, la apasionada ternura militante. Ya no tendremos que valernos sólo del carbón y la tiza para pintar su nombre en las paredes y decirles a los desesperanzados que ella marcha aquí, al lado nuestro, “como bandera a la victoria”.
Ella, que denuncia a los falsarios sin disimular su indignación descamisada.
Ella, que un día mira al norte y abundan las voces denunciando las viejas injusticias y marcan con el viento implacable de los siglos: aquí los explotados, allá los explotadores.
Señales de rebeldías tan antiguas como las de Tupac Amaru, Belgrano y San Martín.
Como si hoy dijéramos: Aquí el proyecto nacional y popular. Allá el proyecto de un país para pocos.
Y ella dice: “Yo no concibo la patria sin el pueblo; nosotros somos el pueblo y yo se que estando en pueblo alerta somos invencibles porque somos la Patria misma”
Era ella nomás, con esa imagen suya tan bella y victoriosa, tan compañera nuestra, tan plebeya como sus cabecitas.
Desde ahora y para siempre alumbrará ese sur tan olvidado, tan humillado.
“Yo pertenezco a mi pueblo, me confundo con él, soy una de ustedes, un corazón de mujer que en el día difícil y amargo de la derrota, ha sacado fuerzas de su flaqueza y ha luchado y se ha impuesto por el futuro mejor de su país, de su pueblo”.
Las antorchas y las banderas de los pibes de La Cámpora, de los sindicatos, de las organizaciones sociales, de la cultura, de los artistas populares, las Madres y las Abuelas, se apretujaban el alma para saludarla.
Como si ella estuviera. Y no se equivocaban.
Gracias a Daniel Santoro y a Alejandro Marmo. Y gracias a los laburantes que la trajeron de nuevo hasta nosotros.
Muchos de ellos no disimularon el llanto de emoción mientras colocaban amorosamente en su lugar, cada tramo de esas toneladas de hierro con que dibujaron a la Eva de los Humildes que ayer volvió, como vuelve siempre cuando su pueblo la llama.
Pero es de vos que no se vuelve, Eva Perón, Evita.
El Argentino, miercoles 27 de julio de 2011
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