Hay gustos y placeres que sólo son permitidos a la historia, construida a imagen y semejanza de la voluntad de los hombres. Y las mujeres.
Veamos.
En un puñado de días se impuso la derecha más rancia y voraz representada por Mauricio Macri; fueron condenados los genocidas que desaparecieron en El Vesubio a tres dignos representantes de la cultura popular, Haroldo Conti, Héctor Oesterheld y Raymundo Gleyzer y la Presidenta inauguró Tecnópolis.
El pasado, condenado pero amenazante. El presente con memoria, verdad y justicia. Y el futuro al alcance de las manos.
Con la historia en vista panorámica, la Argentina late mientras tiembla de pavor el viejo mundo.
En este marco, el primer resultado favorable a Macri permitió a la derecha conservadora y al poder mediático elaborar una realidad virtual de segunda vuelta a nivel nacional.
Con esta falacia tienden una alfombra más ventajosa para los candidatos que representan a la corporación del Grupo Clarín que, en el intento, desplegará toda su artillería camino a Octubre. A prepararse pues.
Se viene Santa Fe y luego la última batalla por la Ciudad de Buenos Aires, donde competirá el representante más genuino y conservador del poder económico, Macri, con el candidato de las fuerzas nacionales, populares y progresistas, Daniel Filmus.
Las fuerzas nacionales no tienen más tiempo que perder. Deben atravesar el río y provocar que salga para afuera el grito de aquellos que no quieren padecer cuatro años más de gobierno macrista. Le quedan dos semanas para intentarlo.
El macrismo buscará seguir durmiendo sin barullos.
Las fuerzas populares deberán dar la pelea a cielo abierto. No hay alargues ni penales.
Después del 31 podrán venir las críticas y autocríticas, las catarsis de distintos colores, los premios y castigos. Pero ahora están cruzando el río. Y deben llegar a la otra orilla, dignos y victoriosos.
La mejor balsa que tienen es la alegría de saber que están peleando por la justicia, la igualdad y la inclusión social.
En la primera semana rumbo al balotaje, el tiempo se deslizó como arena entre los dedos. La gran aldea se tiró a dormir con la panza llena después del banquete que ofreciera Macri.
La calma se rompió cuando el exquisito autor de “Quién dijo que todo está perdido” salió por las callecitas de Buenos Aires a cantar su indignación, en nombre propio.
Lo detectó el comando mayor del “Séptimo de Caballería” y a la orden de “fuego” dispararon los flashes contra su cuerpo flaco y desgarbado, un Cristo del siglo XXI.
Cuando cayó lo envolvieron con papel prensa de Clarín y La Nación y TN entró en cadena. Mostraban la imagen de un hombre cantando, no al temible provocador inventado por el monopolio.
Una vez crucificado, había que terminar la faena del trovador nacional y popular que no dejaba de cantar, mientras sangraba de dolor: “y dale alegría, alegría a mi corazón, es lo único que te pido, al menos hoy”.
Con estos tipos no se jode, Fito.
Tendieron las emboscadas en la TV y la radio, disciplinando conductas. Que todos se abstengan de levantar al caído y repitan una y mil veces “yo no escucho a Fito Páez”.
Desde la madriguera pusieron la mira en varios blancos posibles.
A Hebe y a las Madres las vienen fusilando desde hace un buen rato.
Miserables.
Ahora eligieron a Fito por su repercusión. Y de paso le cobran el cierre de los festejos del Bicentenario.
“Fuimos millones… ¡ningún incidente!” dijo aquella vez. No le perdonaron nunca.
Si algunas almas buenas excusan piadosamente a Fito porque, al fin de cuentas, “es sólo un artista”, como quien dice “es un tipo raro”, uno tiene el derecho a dar un paso al frente y gritar a pecho descamisado: “yo también soy un artista”.
Quizá la culpa la tengan esos pingüinos que vinieron desde el sur, acalorados de pasión, desabrigados de miedos, sin importarles que los escrachen en una o cien tapas de Clarín.
Dijo Néstor: “yo no vine a dejar mis convicciones en la puerta de la casa de gobierno”. Y provocó este revuelo.
Son ocho años viviendo más libres. Es tarde para volver atrás. Nos acostumbramos a decir, pensar y escribir lo que se nos venga en ganas.
¿O gracias a quién venimos bien? ¿A Macri, a cada uno de nosotros individualmente, a Carrió, a Duhalde, a Alfonsín, a De Narváez?
¿A los que votaron en contra de todas las medidas que nos hacen sentir que venimos bien y cada vez mejor con Cristina al frente?
Leemos que “la gente vota oficialismo”. El pueblo en las provincias vota kirchnerismo y sus aliados, que no es lo mismo. Las grandes obras de Buenos Aires las hizo el oficialismo nacional. ¿O alguien puede nombrar una obra importante hecha por el oficialismo de Macri?
Leemos que “hay que articular con buena onda la ciudad con la nación”. ¿Es posible articular un proyecto de exclusión social, como el de Macri, con un proyecto de inclusión, de reparación, de derechos humanos, como el que lidera Cristina?
Leemos “la ciudad nos une”. Claro que sí; siempre y cuando esté integrada a la nación de la que se es parte. De lo contrario, la ciudad nos aísla, nos fragmenta, nos divide del país de los argentinos.
No sabemos si la relación de fuerzas permite ser optimistas en la Ciudad.
¿Pero alguien es optimista sólo cuando gana? O mejor: ¿sólo se gana o se pierde en una elección, por importante que sea?
Es en la oscuridad cuando nos encendemos más.
Habrá que abrazar a todos los que se sienten indignados pensando que, según como se vote, vendrán o no otros cuatro años con pibes que se mueren bajo el fuego en un conventillo, con hospitales que no tienen pediatras ni gas ni salarios decentes; con escuelas que se caen a pedazos y falta de viviendas.
El espacio político e institucional conquistado por el Frente para la Victoria en la Ciudad es muy importante para el proyecto de país en curso. Ahí están sus Comuneros para demostrarlo.
Además, si para los poderosos y los conservadores, la política es sólo una cuestión de caja, para los pueblos en cambio, es un asunto que atañe a la pasión humana.
Si eso sigue en pie, hay que seguir avanzando.
Miradas al Sur, domingo 17 de julio de 2011
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