Cuando el próximo domingo los ciudadanos y ciudadanas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires emitan su voto en el cuarto oscuro, unos estarán pronunciando la voluntad de hacer más bella y justa la vida y otros, de seguir igual a estos últimos años marcados por la gestión de Mauricio Macri.
Pocas veces se hizo tan nítida una elección.
No se votarán acordes diferentes sobre una misma melodía. Se deberá elegir entre dos modelos de país y de ciudadanía.
Dos melodías absolutamente diferentes.
Que cada uno ocupe el lugar que crea conveniente. Esta vez nadie podrá argumentar una probable confusión que fundamente a futuro, una nueva frustración electoral.
Todo está muy claro.
No hay posibilidades de equivocarse, se vote a quién se vote el domingo.
Los que voten por Macri sabrán de antemano que el procesado candidato de la derecha propone un modelo económico, social y político que está en las antípodas del modelo que gobierna la nación y lidera Cristina Fernández de Kirchner.
No es necesario hacer un listado de promesas incumplidas por el PRO en estos cuatro años de gestión para dar con la talla de Macri.
Es preciso sí, desentrañar la ideología que alimenta cada una de las decisiones que Macri adoptó desde su gobierno. Allí lo encontraremos en su desnudez.
Ejemplo: el que privilegió la ceremonia en un Teatro Colón más injusto y aristocrático que nunca, para celebrar el Bicentenario a imagen y semejanza del Centenario, con sus hilos de oro y plata, con galera y con bastón, con minorías ilustradas y divas chabacanas en retirada, con el bajo pueblo festejando a cielo abierto a sólo cuadras de distancia pero tan lejos de allí, ese es el verdadero Macri.
El que permitió que la escuela pública y el hospital público se caigan a pedazos mientras creció la atención presupuestaria de su gobierno a la educación y la salud privada, no está gestionando solamente “bien o mal”. Está gestionando como manda su voluntad, su ideología, sus intereses particulares. Ése es Macri. Los que comparten sus ideas y más que ellas, sus fuentes de poder económico, lo aplaudirán como el mejor.
Lo triste no es eso. Eso es cuestión de interés.
Lo triste es que una buena parte de la ciudadanía se pueda autoflagelar pensando que votándolo, las cosas en la Ciudad irán mejor, siguiendo a rajatabla una vieja zoncera que se traduce más o menos así: “Buenos Aires vota diferente porque es su deber lograr un equilibrio con el voto nacional”.
Buenos Aires, dice la historia y la Constitución, es al mismo tiempo una Ciudad Autónoma y Capital Federal de los argentinos.
Federal, no unitaria.
Desde que somos un mismo pueblo y una misma nación, esta ciudad porteña es la Capital de la República. Sin embargo, los genes mitristas y rivadavianos que perduraron en su ideología de ciudad puerto, estribo y muelle de una vieja oligarquía parasitaria, convencieron y aún convencen a muchos, que una cosa es ser argentino en Buenos Aires y otra muy distinta ser ciudadano de cuarta en Curuzú Cuatiá, Humahuaca, Los Antiguos o La Matanza. “Por eso hay que votar distinto”, repiten a coro desde la pantalla del monopolio mediático.
Ser porteño, en verdad, es ser federal hasta la médula.
Pero lo importante en esta etapa histórica que nos toca vivir, es poder protagonizar como ciudadanos, la maravillosa posibilidad de dirimir en paz y en democracia los dos modelos que dirimieron a lanzazos y escopetazos desde la Revolución de Mayo en adelante, las formas y el contenido del país de los argentinos.
Está claro que Macri abreva en las ideas de Rivadavia y Mitre.
Aunque no lo sepa. Por ignorancia o por mediocre nomás.
Lleva esa marca en el orillo. Por eso el PRO luce la estética de los globos de colores a falta de pasión nacional.
¿Qué otra cosa pueden proponer desde esa melancolía colonial que exhiben?
Del lado de los intereses populares hay una sola propuesta, objetivamente hablando.
Filmus y Tomada son la expresión porteña de un proyecto nacional, popular y democrático. Son parte indivisible del entramado federal que conduce políticamente y gobierna institucionalmente Cristina Fernández de Kirchner.
Que sea Juan Cabandié el que lidera la lista de legisladores del Frente para la Victoria no es un dato menor ni circunstancial. Es el alma de este proyecto en cuanto a expresión del cambio de paradigma cultural que se ha construido desde el 2003 en la Argentina. De pasar de ser un nieto recuperado a una referencia central del proyecto oficial en la Ciudad, vaya si eso no está expresando un cambio sustancial en los vientos que corren.
Este es apenas un aporte a la reflexión a pocos días de votar. No es un llamado simplón al voto a fulano o mengano.
Pero ¿alguien puede explicar desde el sentido común qué gana Buenos Aires, en términos concretos o espirituales, votando a contramano de lo que vienen votando las provincias hermanas? ¿Alguien puede explicar sensatamente en qué se favorece la ciudad desarticulada del resto del país del cual es nada más ni nada menos que su propia Capital?
En este marco de análisis, queda claro que todo voto que no vaya a Filmus es funcional a Macri.
Ya no valen las explicaciones banales de los que se hacen eco del “fin de las ideologías”, esa teoría de los noventa que proclamaba el fin de los análisis considerados “binarios”.
Pese a ellos, se votarán dos modelos de país.
De un lado la derecha con Macri candidato, del otro el proyecto nacional que lidera Cristina, con Filmus y Tomada representándolo.
Esta ciudad tan pasional como sus tangos, tiene la posibilidad de volver a serlo.
Cuenta con un país que volvió a mirar hacia adentro, no para encerrarse en sí mismo sino para volver a crecer y a creer que es posible y necesario construir un modelo de desarrollo con inclusión social.
No sirve ser la Ciudad que mira desde el puerto cómo se incendia Grecia con el combustible arrojado por la misma ideología de Mauricio Macri.
Son dos modelos, dos proyectos, dos miradas contrapuestas para un mismo país.
El soberano decide. Estamos todos avisados.
Miradas al Sur, domingo 3 de julio de 2011
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