martes, 23 de marzo de 2010
LOS OJOS DE LA MEMORIA
“¿Qué se celebra hoy?” Pregunta divertido un eunuco con poder de fuego en la radio y la pantalla.
“El problema fue dejar gente con vida”, filosofa el Tigre genocida.
“Suspendan los ADN que afectan a la señora Noble” ordena su señoría, en el mismo momento que se ve una luz sobre el lado oscuro de la memoria.
“Nunca supe nada sobre mi padre ni vi ninguna caja de mago con picana”, dice la jueza y ríe.
“Los hijos del Clarín son nuestros hijos y el padre de la jueza es nuestro mago”, grita la doctorada en Apocalipsis.
“Hay que fundar sobre el olvido un país donde esté Videla”, proclama Duhalde, el de la bonaerense.
“La señora de allá enfrente me molesta”, interrumpe Macri con desprecio.
Todo sucede al mismo tiempo que la patria se levanta y camina erguida hacia adelante.
Es 24 de Marzo y este reloj que llevamos se llena de dolor en vez de arena.
Alguien se pregunta volviendo su mirada a una tanqueta ya oxidada:
¿Qué vieron los ojos de la Memoria desde entonces?
Cuando estuvo vendada ¿qué pudo ver la pobrecita Memoria?
Desarrapada, esposada, amarrada a la parrilla de una sala de torturas, humillada, violada ¿de qué nos puede hablar un día como hoy, todos los días?
¿Qué dice la Memoria un día como hoy, todos los días?
¿Se acordará del Flaco Sala, de Cacho Ayala, de Charli, de Salvador, de Paloma, del Pato Tierno, de Norma, de Alicia, de Azucena, de Paco, de Rodolfo, de Haroldo, de Dagmar?
Dicen que ella lo vio todo, bendita seas Memoria.
Pregúntenle cualquier nombre y apellido y ella dibujará en el aire con sus dedos la risa de esos nombres. Pero también la mueca de dolor cuando los llevaron.
Pregúntenle quiénes los llevaron. Adónde. Por qué.
¿Y los hijos de los hijos desaparecidos donde están?
No habrá olvido ni perdón. Habrá Justicia.
No sirve escribir otra cosa en este día. Si hasta hablar de Cobos y la derecha, es una redundancia.
El torturado vuelve caminando hasta nosotros.
No golpea la puerta sino se mete directamente en nuestra casa. Camina hasta la cocina. Abre la heladera. Saca un trozo de queso y un salamín. Busca el vino que tanto le gustaba. Lo descorcha y sonríe. Goza como un pibe sirviéndose en el vaso su vino tinto. Ahora sí nos mira. Y sonríe como satisfecho.
“¿Cuánto tiempo hace que te fuiste?” Pregunta alguien.
“Yo no me fui, me llevaron”. Corrige al toque. “Mejor no hablar de esas cosas”, dice un pariente. “Es el peor error que cometemos”, vuelve a enseñar el aparecido.
Y sigue, ya entonado en la savia de vida que degusta lentamente.
“Hay que hablar de esa y otras cosas”, dice y suspira.
“Menos mal que ustedes lo hicieron. No se si todos pero unos cuantos lo hicieron.
¿Yo podría volver esta tarde a la Plaza si nos ganaba el olvido? No.
¿Yo podría saber que hoy se hace justicia contra el que me torturó y me tiró luego al río? No.
Si ganaba el olvido, seguiría en el fondo del lecho del río o mar adentro.
Ustedes son la memoria ¿qué me preguntan a mí, si yo ando desaparecido?
Ando. Como puedo, pero ando.
Hablen. Miren. Busquen. Canten. Sueñen. Luchen. Sigan. Es lo que nos hace bien a todos. Nos regresa a Ustedes. Nos permite disfrutar de un vino de vez en cuando. ¿Porqué estar tristes si se lucha por un país mejor, por la justicia, por la vida bella, por los pibes del barrio?
¿Cómo se llamaba el barrio aquél donde te conocí, te acordás?”
Todo es así este día.
Y allá vamos abrazados a la memoria que no para de tejer un poncho azul y blanco, inmenso, mullido, calentito para el invierno, de sombra fresca para el verano, un poncho de abrigo y compañía, de futuro, de pañales, de pañuelos, que deja ver las estrellas en el cielo.
Un poncho de la memoria que vista la Plaza como si fuera fiesta.
Todos vuelven este día. Todos viven. Todos hablan. Todos saben lo qué pasó.
Y celebran la Memoria, que es esa muchacha con el pelo al viento que siempre baila descalza en el centro de la Plaza.
Allá está ¿La ves?
Jorge Giles. El Argentino. 24 de marzo de 2010
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