domingo, 14 de marzo de 2010

La caída del Muro de Clarín

Lo veníamos diciendo. Lo intuíamos. Lo hablábamos, alegres y esperanzados.
Algo imperceptible, histórico, transformador, está sucediendo en las napas más profundas de la sociedad.
Y ahora empieza a brotar como agüita de manantial.
Que en apenas una semana sucedieran movilizaciones en distintos puntos del país para apoyar y defender la profundización del modelo de país que preside Cristina, es un signo de vitalidad.
Este proyecto transformador, progresista, nacional y popular está más vivo que nunca.
Todas las marchas populares conmueven siempre.
Una multitud rebelde, con su alegría a flor de piel, emociona. Un pueblo, o una parte importante de él, que agita sus banderas al viento en nombre de la memoria mientras mira hacia el futuro, renueva la esperanza, la acuna, la nombra, le canta algo así como que “viene clareando el día…”
Bajo el cielo de Buenos Aires, la ciudad fue testigo de dos encuentros masivos de un día para otro.
En la cancha de Ferro cantamos y lloramos todos.
El abrazo multicolor no tenía el calor del carné partidario, sino del reencuentro con la mística y la historia, admirando lo joven que está un proyecto de nación que va a cumplir 200 años en mayo.
Vale cuidar lo alcanzado la tarde del histórico y último 11 de marzo.
Es decir, la unidad de lo popular en su máxima expresión.
La reconstrucción de los puentes dinamitados por los enemigos del pueblo y por qué no admitirlo, por los errores propios de una generación que dormía sólo cuando tenía tiempo.
Para decirlo de una vez. Que allí estuvieran los trabajadores del movimiento obrero organizado, con Moyano a la cabeza, y estuviera la costilla izquierda del peronismo y el frentismo progresista y consecuente y los alegres militantes del comunismo y el socialismo y las Madres y las Abuelas y los Hijos, era en sí mismo una fiesta de todos.
Y que las consignas se unieran una y otra vez con un nombre de mujer, Cristina y que Néstor Kirchner emocionara a la multitud con sólo verlo, entero, de pié, alegre, esperanzado, es un dato para los oceanógrafos de la historia.
El viernes 12 el turno fue en la Plaza de Mayo.
“6, 7, 8” de la televisión pública venía de tirar una botella con un mensaje al río:
“¿Y si nos juntamos?”
Ese cacho de pueblo que no siempre sale a las calles, pero que está siempre atento a los cambios, esta vez hizo el amor con su destino en el lugar donde mejor sabe hacerlo.
Y los muros del silencio se cayeron.
“Rompimos el cerco”, dice Oscar Rovito con una reminiscencia tan pura que se parece a él y su militancia inclaudicable.
“Hay que ganar las calles y hablar con la gente, dar el debate allí donde está el pueblo”, dice un vecino.
“¿Qué le pasó a Pino Solanas? ¿Cambió el sur por el norte?” se preguntaba otro.
La Plaza fue una fiesta cantando a los borbotones, haciendo la consigna mientras la cantaban.
“Nunca salí con los años que tengo, pero ahora no me quedo nunca más pasivo a mirar por la tele como nos derrumban”
Había música para todos los oídos.
Ligó Clarín. Ligó Gerardo Morales. Ligó Macri. Ligó Menem y Duhalde. Ligó Carrió. Ligó Cobos.
Y en eso apareció Milagros Salas y todos festejaron, como acunados en el regazo de la Pachamama.
Y aparecieron Los Pibes con Lito Borello y el alma del Oso Cisneros cubría toda la Plaza.
“Ahí va Sandra Russo” dijo una muchacha y todos la abrazaban y besaban y ella no hacía más que llorar emocionada.
Unas veteranas suspiraron y nos dimos cuenta que el que pasaba era Orlando Barone.
No se si estaban, pero vivaban a Carla, a Galendez, a Cabito y al bueno de Barragán, cantando que volvíamos a recuperar un sentido de la pertenencia, un lugar en el mundo, rebelde y plebeyo, orgullosos de decirnos “la mierda oficialista”.
Esta vez, el paso atrás lo dieron los restauradores de la derecha.
Esto que sabe a pueblo, tiene la voluntad de la primavera.
Y lo demuestra así, brotando.
Cantando, soñando, peleando.


Jorge Giles. El Argentino. 14 de marzo de 2010

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