Y entonces, la plaza de Resistencia, llena de jóvenes con sus bombos y banderas, estalló en llantos y canciones, demostrando que en los hondos asuntos de la historia es posible reír y llorar al mismo tiempo.
Se empezaba a cerrar un ciclo abierto el 13 de diciembre de 1976 cuando la dictadura asesinó a 22 militantes de la Juventud Peronista, detenidos en la provincia del Chaco.
En el Juicio a los Comandantes, en 1985, este crimen de lesa humanidad fue la sustancia de la llamada “causa 13” que posibilitó la condena y la cárcel de Videla.
Luego, mandó la impunidad de “la obediencia debida” y el “punto final” del gobierno de Alfonsín y los indultos de Carlos Menem.
Hasta que vino Kirchner. Y la memoria se alborotó de nuevo, sembrando justicia.
Cuando la presidenta del Tribunal nombró al ex militar Luis Patetta, acusado de ser el que remató a Néstor Sala y pronunció otra vez: “prisión perpetua”, la escena en el lugar fue un cuadro de Carpani.
Como si la historia se hubiese condensado en ese único y conmovedor momento, acomodando el gesto de cada uno de los familiares y los compañeros de los masacrados.
Juancito Sala, el hijo de Néstor, gritó indignado: “Vos fuiste el que asesinó a mi papá”.
La hermana de Barquitos, otro de los muertos, lloraba sin lágrimas apoyada en el bastón blanco de su ceguera.
Mario saludaba desde la plaza. El hermano del Pato sollozaba.
Mirta Clara, sonreía.
En la mirada del hijo del Pato Tierno cabían todas las tristezas y todas las preguntas sobre el origen del dolor. Su mamá miraba la hora de ese instante de justicia.
Mariana Sala, desbordada en llanto, sólo susurraba “mi viejo, mi viejo…”.
Dafne, la hija de Carlos Zamudio, abrazaba llorando al Ratón Aranda en un imposible abrazo a su padre ausente.
El hijo de Lucho Díaz reemplazaba la elegancia de su padre masacrado, cuando aún vivía.
El fiscal y el querellante, Jorge Auat y Mario Bosch, custodiaban los detalles de una causa que ellos dignificaron, mientras Silvana y Carolina honraban la condición humana.
La hermana de uno de los masacrados gritó “justicia” y aplaudió el fallo de pie.
La hermana de otro militante muerto, Graciela Fransen, desde su silla levantó su brazo.
Miguel Bampini, ex preso y testigo de la causa, también se puso de pie, condenando a los asesinos con una mirada tan dura e implacable como la misma sentencia judicial.
A su lado, de pie, busqué la silueta oscura, huidiza, cínica del genocida y levanté mi brazo con la Ve de la Victoria.
Éramos los compañeros en el segundo final de aquel martirio, el último aliento al pie de la masacre.
Falta encontrar el cuerpo de Fernando Pierola y de otros masacrados, para abrazar sin pudor a sus hermanos y sobrinos.
Y a su madre, Amanda, que murió sin saber dónde quedó su hijo.
El día que se lo llevaron, el Flaco Sala nos habló desde aquella reja que lo separaba de nosotros y lo ingresaba al primer misterio de su calvario:
“Compañeros, sé que nos sacan para matarnos.
Es mentira que es un traslado. Y si lo es, es un traslado a la muerte.
Pero quiero que sepan que moriré de pie, peleando como pueda, a los mordiscones si estoy atado. Todos los que hoy nos sacan de la cárcel, los que están aquí adentro y los que esperan afuera, son culpables ante la Historia, culpables de la miseria del pueblo y culpables de nuestras muertes.
Sólo quiero pedirles que cuenten de esta matanza a mis hijos, cuando ellos tengan edad de entender qué pasó en la Argentina de estos años y a mi compañera cuando puedan verla.
También les digo, compañeros, que de nada vale este sacrificio nuestro si ustedes no siguen peleando por mantener viva la memoria popular; por eso, cuéntenle a nuestro pueblo por qué nos asesinan y por qué decidimos morir de pie.
Chau compañeros, cuídense… ¡Libres o muertos, jamás esclavos!”
Hoy sentimos que una parte sustancial de su mandato está cumplido.
Vendrán días más luminosos.
Si el olvido es funcional a la injusticia, la memoria lo es a la justicia, dice Auat.
Los civiles que coparticiparon de la dictadura tendrán que rendir cuentas ante los tribunales. Muchos de ellos, son los mismos que incubaron en estos años el ejercicio injusto de la democracia. Promovieron la desmemoria para fugar de sus responsabilidades.
Pero la memoria no da la espalda al futuro cuando mira el pasado.
Sabe mirar y repasar sus heridas con ojos esperanzados.
En esa mirada larga estarán siempre ellos, los que murieron por un país más justo.
Porque nadie podrá negar que ellos lucharon por una vida digna para este pueblo que tanto amaron.
Quizás llegó la hora de rescatar la historia de los justos, que es nuestra verdadera historia.
La multitud de jóvenes en aquella plaza, vivando los nombres de los masacrados y repudiando a los genocidas, echaba luz sobre el camino a seguir.
En la sala, el himno nacional cantado desde el alma pareció más argentino que nunca.
Miradas al Sur, domingo 22 de mayo de 2011
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