domingo, 15 de mayo de 2011

La Presidenta en su rebeldía



La sociedad argentina está ingresando en un nuevo estadio cultural.
Más de 7 años de permanentes transformaciones políticas y económicas impactan sobre el cuerpo social, en sus formas de vida y en el contenido profundo de su devenir histórico.
Es una sociedad con asignaturas pendientes, pero centrada nuevamente en torno al Estado, al trabajo, a las políticas de inclusión, a la integración regional.
Vivir a la intemperie como en el pasado, ya no es la regla general, sino la injusta ausencia de un derecho puntual.
En el barrio lo saben.
Empezamos a ser una comunidad medianamente organizada, camino a la reparación definitiva de los males causados por el neoliberalismo dominante durante décadas.
Para ese camino sirve y servirá la profundización del modelo de país vigente.
Quien ve esta realidad, al contado y a futuro, es quien conduce el conjunto: la presidenta de la nación y jefa del proyecto político, Cristina Fernández de Kirchner.
Es ella quien señala los tiempos y los espacios, la que sugiere y ejecuta las coordenadas de la estrategia a seguir y le canta las cuarenta a quien deba hacerlo en función de la misión que cumple y que, guste o no guste, es indelegable.
Es garante de que el proceso político no pierda tonicidad ni rebeldía para lograr sus metas transformadoras. Pero sabe que la garantía, para que sea válida, debe estar refrendada por los distintos actores sociales, sindicales y empresariales.
Y de eso da cuenta Cristina cuando gobierna.
En este marco entendemos su discurso en José C. Paz.
Hay mensajes que causan igual efecto que un chasquido de dedos en medio de una tormenta. Pero los hay de aquellos que, como el mencionado, provocan una tormenta en una noche calma.
De todos modos, creemos que a Cristina no hay que “reinterpretarla”. Ese error de la hermenéutica que cometen algunos, suele llevar a menudo a falsas encrucijadas.
Lo decimos pensando en el abanico de bien intencionados y de los otros, que salieron presurosos a capturar flechas en el aire para dirigirlas a los blancos que ellos interpretaban como válidos; “reinterpretando” si Cristina pensaba en fulano o en mengano cuando amonestó a explotadores y extorsionadores, los corporativos de mala entraña.
Ni Néstor ni Cristina hicieron uso de exégetas. Son ellos y sus circunstancias.
Cuando el estadista habla, la prudencia indica que lo razonable, entonces, es escuchar y leer cien veces el texto fiel del discurso, sin agregar ni sacar capciosamente lo que uno “cree que dijo” aunque no lo haya dicho. En esta falsa huella se podrían confundir los roles, transformando en cuasi “estadista”, “maduro y reflexivo”, al interpretador del verdadero estadista, convertido finalmente en alguien que dijo algunas cosas fuertes sólo por su pésimo talante.
Lejos de obturar el debate, esta actitud nos predispone a una reflexión más profunda.
No habría que temer a largarse, incluso, a bucear en hipótesis políticas en las que se despliegue el arsenal de ideas y pensamiento que uno crea útil y necesario.
Pero lo que resulta empobrecedor en términos de análisis, es pretender responder con lógica corporativa una demanda profundamente anticorporativa, como la que expresó Cristina.
Aquel discurso atendió a diestra y siniestra, a propios y extraños, inconvenientemente unidos al no entender que estamos en un nuevo país y en un nuevo siglo donde el neoliberalismo encontró su ocaso en este lugar del mundo.
Este proceso político se sostiene y desarrolla sobre la dinámica histórica que se establece en la relación, armónica o controversial, entre la Presidenta y el conjunto de la sociedad, de la nación y el pueblo. No hay tablero de ajedrez que haya sido valido en la anterior etapa, antes de Kirchner, que pueda valer ahora. Son otros códigos los que reglamentan y desreglamentan la política cotidiana y la mirada larga de la estrategia.
Es conveniente leer y releer todos los discursos de Cristina.
Hacer este ejercicio evitaría caer en ese reduccionismo de pretender “reinterpretar”, a gusto del consumidor, el sentido de las flechas que aún silban en el aire.
La presidenta literalmente se identificó con los logros sociales y sindicales del movimiento obrero. Que son los de su propio gobierno. Por eso es medular su definición: “este gobierno no es neutral”.
Lo que vino después en el mensaje se entiende en este marco conceptual, en la toma de partido que el proyecto político hace por los trabajadores y el conjunto del pueblo.
Es posible que esté hablando diez pasos más adelante de cualquier mortal. El que conduce al conjunto, cuando conduce correctamente y lidera en términos históricos, siempre está diez pasos más allá. Lo que hace es ejercer los atributos y deberes de una conducción que se precia de tal.
Los métodos de quienes se le opongan deberán necesariamente no estar diez pasos atrás de la realidad objetiva de este nuevo tiempo que hoy vivimos. Es una condición de legitimidad.
Es esta una coyuntura de ordenamiento e institucionalización del proceso de cambio donde la jefa de la nación, la Presidenta, la líder del movimiento popular, marca el tiempo y el espacio del conjunto. Nadie debe enojarse por eso. Está en la naturaleza de la política. Pero mucho más en la naturaleza de este proceso político.
¡Cuán diferente sería si el esquema de poder estuviera asentado sobre el juego de piezas corporativas y no sobre una democracia inclusiva y participativa como la que se viene construyendo desde el 2003!
La representatividad social, la capacidad de maniobra de la política y el cambio cultural que expresa el gobierno democrático, están en pleno salto cualitativo.
La distancia entre la oposición y el kirchnerismo es tan grande que mientras los primeros se desvelan y desesperan por encontrar socios y candidatos en medio de un caos total, el oficialismo se dedica a poner orden y conducción a sus nutridas filas.
Unos buscan, desesperadamente, llenar espacios vacíos.
Los otros buscan ordenar, articular y armonizar espacios felizmente superpoblados.






Publicado en Miradas al Sur, domingo 15 de mayo de 2011

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