jueves, 25 de junio de 2009
YA VIENE CLAREANDO EL DÌA
Al final de este día, callarán las palabras y hablarán los silencios. Cada uno de nosotros se mirará en el espejo de su propia historia, mirando a los suyos, a sus hijos, a sus padres, a su mujer o su marido, a sus amigos, compañeros y vecinos. Y decidirá su voto luego. Con la espalda y con los ojos. Para recordar lo peor y lo mejor de nuestro pasado colectivo. Para mirar y alumbrar el día que allá asoma, cada vez más cerca nuestro.
Advertirá usted que los opositores no paran de sorprendernos ni en el último minuto de campaña.
Francisco De Narváez, se volvió a quedar sin frenos. Y si es peligroso morder la banquina con la velocidad que traía, deberían advertirle que más peligroso es pegar un volantazo como lo hizo él.
Pasó de gran privatizador a gran “estatizador”. De menemista a “stalinista”, sin términos medios. Sin rubores ni escrúpulos ni vergüenzas.
“Explicame, explicate; sincerame, sincerate”.
Se lo decimos de buena onda y en un tono de “gente común”, como dice ser, aunque no lo entendamos bien.
Resulta que los consultores le aconsejaron desandar lo confesado por su socio Mauricio Macri una semana atrás, anunciando la reprivatización de Aerolíneas Argentinas, de las Jubilaciones y del agua, sólo por que “no mide bien en la gente”. Y entonces el millonario colombiano declaró, sin ponerse colorado, que había que estatizar todo o casi todo.
Así no, De Narváez. Terminó igual que Carrió.
No es creíble un hombre así. Sea político o astronauta. Colchonero o rey de basto, caradura o polizón, diría Discepolín.
Hay que vencer o morir con los principios. La desesperación siempre es mala consejera. Y así como algunos antiguos “progresistas” se vuelven mimosos con Mariano Grondona y Morales Solá, De Narváez se pintó los bigotazos del “ruso” Stalin y salió a versear.
“Se igual”, diría Minguito.
Lo único cierto es que estas elecciones no tendrán un resultado indoloro. El asunto a dirimir es de quién será el quejido.
¿Será de los poderosos que deberán aceptar que esta vez hay un país en serio, que produce, que trabaja y redistribuye su ingreso con justicia y equidad?
¿O será de los humildes y los trabajadores, los profesionales y los empresarios nacionales que otra vez verán caer sus sueños de construir entre todos un país más justo y desarrollado?
Argentinos: ser o no ser. Esa es la cuestión, como en el Hamlet de Shakespeare.
No está en juego la simpatía por una divisa partidaria o una sonrisa más o menos digital. Está en juego el modelo de país. Y cuando ello ocurre, de nada valen las mejores intenciones de los gobernantes si no está usted.
Hay un día en la vida donde usted arriesga todo. Y después, anda a cantarle a Gardel, diríamos en el barrio. El domingo próximo es un día así.
Arriesga desde las cloacas y el asfalto hasta la defensa inclaudicable de los derechos humanos conquistados con Néstor y Cristina.
Arriesga desde el empleo y la chimenea de la fábrica reabierta hasta el goce de poder mandar a sus hijos a la escuela y a la Universidad.
Arriesga desde la jubilación segura del Estado hasta tener una línea aérea de bandera que lo lleve a La Quiaca o Ushuaia.
Arriesga desde construir un país más justo hasta verlo incluido en el mundo y muy especialmente en el concierto fraternal de América Latina.
Usted decide amigo, compañero, compatriota. Usted es el que ensobra el voto transparente y lleno de luz en ese cuarto oscuro donde le corresponde votar. Y usted sabe que es un voto auténtico. Por eso se ofende cuando escucha hablar de “fraude” con la liviandad de un ladrón violando la ventana de su cuarto.
En este caso el que denuncia es el ladrón y usted lo sabe. Si no fuera así, entraríamos a sospechar de todo y de todos, de los resultados en la Capital y en Santa Fe y en Calamuchita. Sería el fin de la democracia, en estado de sospecha permanente.
¿O será que el ladrón, también en estas cuestiones, cree a todos de la misma condición?
Si fuese así, si ganan los ladrones, vendrán por la memoria, por la verdad y por la justicia, para negarlas una y mil veces.
Y no se salvarán ni siquiera nuestros muertos.
Hay que creer en nosotros mismos. Porque la democracia es del pueblo o no es de nadie.
Esta tarde, en el Mercado Central, en La Matanza, hablarán Kirchner y Scioli
¿Lo escuchamos juntos y después me cuenta?
(Jorge Giles. El Argentino. 25.06.09)
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